Miserando atque eligendo
- raulgr98
- 25 abr
- 5 Min. de lectura
La publicación de hoy está dedicada al eterno descanso del papa Francisco (1936-2025)
¡Bienvenidos pasajeros! Una de las primeras publicaciones de este blog fue sobre el fallecimiento de la reina de Inglaterra, pues creía que era importante en términos históricos revisar un reinado tan largo. Sin embargo, ahora que ha llegado el momento de discutir la partida de otra figura pública, no tengo ni siquiera la certeza de que alcanzaré a publicarla a tiempo, pues procesarla me ha costado un poco más de lo que imaginaba. En el pasado, siempre afirmé que comprometerse emocionalmente con un líder político era una receta para el desastre, pues sus acciones deben juzgarse con mirada crítica, y todos sin excepción tienen, siendo amables, claroscuros morales; pero en un acto que muchos pueden considerar como hipócrita, sí estoy en duelo por el fallecimiento del papa Francisco, pues creo que su labor evitó una fuga de fieles de la que no creo que la Iglesia podría haberse recuperado, y tengo miedo que sea elegido un sucesor que dé marcha atrás a algunos de los cambios, necesarios y esperanzadores, que el finado Sumo Pontífice puso en marcha.
No me detendré en datos biográficos, pues creo que hay múltiples noticieros y artículos que tienen ese lado cubierto, ni tampoco haré un balance de su papado con datos estadísticos, que es en lo que otros se han centrado. De Jorge Mario Bergoglio me limitaré a decir dos cosas: la primera, creo que no se debe subestimar la influencia de su interés de juventud por la ciencia en el progresismo de sus ideas; la segunda, me parece que fue un hombre que siempre cargó con la cruz de las decisiones que tomó (y sobre todo, las que no tomó) durante la dictadura de Videla, y ese sufrimiento me parece un gran recordatorio de nuestra humanidad, y de cómo podemos salir adelante y sobreponernos a nuestros peores errores, si el arrepentimiento es genuino.
Recuerdo el cónclave en el que resultó electo, hace poco más de doce años; el primero que seguí con interés. Estaba en la escuela cuando leí el resultado, y supe que su elección resultaría un hito en la historia de la Iglesia: el primer papa americano, el primero no nacido en Europa en más de un milenio, y me sentí atraído a su papado desde que descubrí su origen jesuita, y el nombre que había elegido, pues si hay dos órdenes religiosas que siempre han fascinado, han sido la compañía de Jesús y la de San Francisco de Asís.
Es posible que sea la persona más escéptica de esta tierra siempre que una autoridad, sea religiosa o laica, enarbola la humildad y la austeridad como bandera; pero debo confesar que a Francisco sí le creí. Si bien le perdí la pista a su pontificado en los años intermedios, cuando me reencontré con él la última década, comprobé que estábamos ante lo que muchos políticos se proclaman pero no alcanzan: un líder humanista, que sabe guardar las formas y protocolos que su cargo demanda, pero tiene una preocupación genuina por permanecer cercano a los seguidores, con una fuerte presencia social e intelectual. A muchos de nosotros, la fe se nos enseña de niños en la familia, pero tengo la certeza absoluta que sin sus acciones para incluir nuevas ideas, y su habilidad para la presencia mediática, muchos la habrían abandonado en la adolescencia.
No estoy de acuerdo con todas sus ideas, una concordancia completa sería imposible, pero existieron suficientes coincidencias para que lo pueda considerar mi papa favorito, y el líder religioso que yo a nivel personal y el catolicismo en lo general, necesitábamos. Su disposición al diálogo, incluso con otras religiones, su crítica abierta a algunos de los peores gobiernos de nuestra era, su defensa de los migrantes y los pobres, su preocupación por el cambio climático, y sobre todo, por un lado, una apertura a la comunidad LGBT que no creía posible en un religioso de su edad, y por el otro el valor de hablar de forma directa de los abusos de la guerra, sobre todo la invasión de Ucrania y el genocidio palestino lo convierten para mí en una figura admirable, y el ideal de un líder: usar su influencia para hablar de temas importantes, e invitar a la paz.
Sé que muchos de ustedes dirán que sus acciones fueron insuficientes, sobre todo en temas complejos como los abusos sexuales dentro de la iglesia, la corrupción en los altos cargos eclesiásticos, y temas de interés social como los derechos reproductivos de la mujer, pero creo que el interés que mostró por los dos primeros, y las acciones concretas que realizó fueron un buen inicio, suficiente para convencer a algunos descontentos de permanecer dentro de la fe, y como historiador me veo en la obligación de recordar que las transformaciones son procesos a largo plazo, que es imposible que un solo reinado lleve a buen puerto: Francisco sentó las bases de una nueva iglesia, que preserva el mensaje original de Jesús pero con la mente abierta a las nuevas realidades, y quedará en manos de sus sucesores, con suerte, preservar ese legado y continuarlo. Quiero reiterar algo que mencioné durante sus crisis de salud de los meses pasados, vi en redes sociales más personas laicas y religiosas moderadas preocupadas por su recuperación, y expresando su admiración, que aquellos pertenecientes a los sectores más tradicionales de la Iglesia. No es el momento de emitir juicios de valor sobre este último sector, pero el interés que los primeros han mostrado por el pontífice, antes y después de su fallecimiento, es la prueba definitiva que con su labor se ganó el amor y el respeto del mundo, un papa que nos mostró a todos que el pensamiento liberal (hasta cierto punto) no tiene por qué estar reñido con la fe.
Esta publicación lleva por nombre el lema que Francisco eligió para definir su papado, obtenido de las homilías de San Beda el venerable, un pasaje en referencia al llamado de Mateo apóstol: “y Él, al tener misericordia, lo eligió”. Esta semana despedimos a un hombre que nunca se sintió digno de ser el vicario de Cristo, pero hizo lo que pudo por estar a la altura de lo que Él y los fieles necesitaban. Con errores e insuficiencias, como todos, pero alguien que, de forma literal, dio su vida para construir una iglesia más humana y cercana. Su lema, que habla de la virtud del perdón, me recuerda un sermón suyo que nunca olvidaré, pues me regaló la imagen de un infierno vacío, una visión de redención que me llena el corazón de una palabra que creo que definió su pontificado, y su vida misma: esperanza.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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