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El mal pescador

Tu maltrecha barca está llena de capturas, y aún así sigues sin sentirte como un verdadero pescador. Te has alejado del resto del grupo, temeroso de que descubran al farsante que estás comenzando a creer que eres, pero en las sombras que el ocaso refleja sobre ti alcanzas a ver formas, y la comparación no es agradable.


Quizá sea simplemente porque tienen más años que tú pescando, tal vez simplemente han entrenado para eso, o puede que sea el momento de confesar que son mejores que tú. La duda te carcome mientras te acercas cauteloso y te das cuenta que no sólo tienen más peces que tú, sino que son más grandes, más hermosos. ¡Pobre captura la tuya en comparación!


-Encontré un Pargo rojo-te dice un joven de la barca más cercana-Son deliciosos con mantequilla y papas asadas. Creo que este en particular es un espécimen fenomenal ¿ves el color distintivo que tiene el interior de la aleta izquierda? Así es como se distingue un buen pez. ¿Tu que opinas de los pargos? O si no te gustan ¿Qué pescado podría ser incluso mejor?


No lo hace con mala intención, pues al contrario que muchos arrogantes con los que te has topado te interroga con genuina curiosidad, hasta con respeto, como si fueran colegas. La verdad es que nunca en tu vida has visto un pargo rojo, y últimamente te es muy difícil valorar un pez, incluso aquellos que has devorado. Das la respuesta más parca posible, con generalidades de un manual de pesca que hojeaste hace muchos años, y tratas de sonar convincente, pero estás en la cuerda floja. ¿Y si te pide que elabores? ¿Y si te pregunta algo elemental que revele tu ignorancia? ¿Y si se percata de como se acelera tu ritmo cardiaco y te sudan las palmas de las manos? ¿Y si....?


El anciano que los llevó hasta la zona de pesca te despierta de tu tortura interior, sólo para sumergirte de nuevo en el pesar:


-¡Vean la eficiencia del nudo de esta red! Sólo así se consigue una gran pesca. Quienes no lo sepan hacer, no sé que caso tiene que se sigan llamando a sí mismos pescadores.


Requieres de toda tu fuerza para evitar mirar hacia abajo, a tu propia red; pues sabes que esta tiene enormes huecos que deberías haber ya cubiertos, y cada día que pasas en compañía del grupo descubres un nuevo nudo que no sabes hacer. Sutilmente, con ironía, sonríes por el golpe de realidad: hasta que comenzaste a salir al mar en grupo, creías que sabías lo que hacías. De niño, de joven incluso, siempre fuiste el que conocía más nudos de las criaturas con las que jugabas, y todo el mundo depositó tu confianza en ti, esperanzados del futuro que te esperaba, lo orgulloso que tu pueblo iba a estar cuando regresaras como el mejor pescador del mundo.


-¿Deberé dejar de intentarlo?-te preguntas-Nunca podré alcanzarlos, así que ¿para qué intentarlo? Dedícate a otra cosa y tal vez se avergüencen menos. Es mejor rendirse ahora que seguir pretendiendo ser pescador, cuando sólo puedo aspirar a ser uno mediocre.


O tal vez podrías regresar a tierra y, si tanta es tu culpa, pasar las horas tratando de cumplir la expectativa del pescador ideal: aprenderse todos los nudos de red jamás creados por el hombre (o al menos los que satisfagan a los ancianos, pues estás seguro que desdeñarían muchos de los que ya conoces). ir a acuarios hasta que puedas reconocer a la perfección a cada criatura marina sólo por una escama. Sí, eso te pondría a la altura del resto pero ¿lo disfrutarías? Antes te gustaba tejer redes, y aunque ya no lo haces con tanta frecuencia, aún lo haces de vez en cuando; pero sólo por placer. En el fondo sabes que si te forzaras a ti mismo, quizá ganes más conocimiento, pero en tu afán de acumulación le perderías el amor a lo que haces.


Tu barca tiene peces a final de cuentas. Y por más que insistas en dejarte llevar por la culpa y la melancolía, no eres el impostor que crees que eres por el simple hecho de estar ahí, en el mar, intentándolo con o sin virtudes. Una lágrima resbala por tu mejilla cuando te das cuenta que todo este tiempo tu conflicto ha sido tonto, y tu has sido tu peor enemigo. Sigues siendo joven, y claro que no debes cerrarte a la posibilidad de mejorar tu red, pero no es tan necesario como crees. Además, puede que otros encuentren la felicidad en ser los mayores expertos pero eso no te llenará de dicha a ti.


Has pasado tanto tiempo dudando, paralizado por la preocupación de no estar a la altura, que has olvidado la razón por la que pescas en primer lugar: nunca se trató de la gloria de la captura, sino del sonido de las olas, el cantar de la marea y la calma de tus pies desnudos en mojada arena.


El viento vuela en tu rostro y hace que tu sombrero vuele hasta la orilla. Por mero instinto te giras y entonces la ves a ella, recogiéndolo con delicadeza mientras el agua empapa el borde de su vestida. Sacude el sombrero con su mano y se lo pega al pecho; y cuando sonríe sabes que te está mirando.


El sol ya casi se oculta y el tiempo de regresar se acerca. Ella te ayudará a proteger la barca de la marea y observará cada uno de tus trofeos antes de cocinarlos juntos. Te dirá que hiciste un gran trabajo, que le fascina lo que has conseguido. En tus peores días creerás que lo que siente por ti la ciega, o incluso que miente para subirte el ánimo, pero siempre que la ves a los ojos descubres que lo que te dice es verdad: para ella no eres un fracaso, y tu pobre pesca logra hacer a alguien sentir.


No estás mágicamente curado, y sabes que en la soledad del mar volverás a dudar muchas veces más, pero hay esperanzas de dejar atrás al impostor y creer en tu arte, por que si a ella le gusta ¿Qué tan mal pescador puedes ser?

¡Bienvenidos pasajeros! En esta ocasión decidí aprovechar el viernes para probar con un texto que no sea histórico o mitológico, sino enteramente de ficción. Este experimento habla mucho de las dudas y de temores reales, pero también de un poco de optimismo en el horizonte.




Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío

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