Los tres pecados del streaming
- raulgr98
- 23 feb 2024
- 6 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! Tengo una confesión que hacer: no soy muy fanático de las películas de superhéroes a cargo de Sony Pictures (al menos en live-action). Por eso, aunque Madame Web lleva una semana completa en cartelera, tras ver un par de reseñas con criterios parecidos a los míos tomé la decisión de no verla en cines. Aún así, hubo algo en la cobertura de la película que me horrorizó, y fue ver a más de una figura pública sugerir que debieron haber borrado la cinta para deducir impuestos, una práctica cada vez más común en Hollywood. No puedo ser demasiado enfático al decir que me opongo tajantemente a la desaparición de películas, más allá de su calidad, pues el proceso de realizar un largometraje, sobre todo con las presiones de una mega corporación, es extenuante, y borrar meses de esfuerzo de cientos de personas por unos cuantos millones de dólares es una aberración. Quizá la mayoría sea mala, quizá la mayoría está destinada al fracaso, pero las audiencias nos merecemos el poder tomar esa decisión, y los realizadores la oportunidad de luchar en condiciones justas.
La desaparición de películas se ha exacerbado en la era digital, pues la falta de cassettes, DVD's o Bluray's tiene la consecuencia nociva que, si las copias se borran del disco duro del servidor original, no hay manera de volver a disfrutar de una pieza de entretenimiento. Creo que el streaming es muy seductor por las ventajas prácticas que ofrece, la comodidad del hogar, los amplios catálogos, la buena definición; pero el no poseer el contenido es una fragilidad de la que muchos no se han percatado. Por eso, en este breve escrito de queja les presento los tres grandes delitos de la era del streaming, que ponen en peligro al arte mismo, con servicios específicos.
El primero que quiero abordar es Netflix, pues pese a que difiero de muchas de sus decisiones financieras, en este aspecto es de los ofensores menos graves. El servicio hizo hace mucho un compromiso de tener al menos dos estrenos cada semana, y es el mejor ejemplo de una sobreabundancia de contenido, imposible de procesar. El pecado del que los acuso es el cortar anticipadamente la vida de sus propias creaciones: en los días antes de lo digital, muchas veces una serie no ganaba una audiencia hasta su segunda temporada, y una secuela a una película que fracasaba en taquilla podía ser viable si encontraba éxito en DVD, pero ahora, la necesidad de estar produciendo nuevo contenido de forma casi obsesiva tiene el efecto que Netflix cancela muchas de sus series, algunas con mucho potencial, después de una sola temporada, sin darle la oportunidad a la historia de encontrar una audiencia, o siquiera de terminar de contarse. Algunos me dirán que sólo se cancelan aquellas que no triunfan, y que si no conectan de inmediato con la audiencia es porque no tienen el suficiente valor, pero nada podría ser más errado, la calidad es irrelevante. La poca visibilización es culpa del propio Netflix, que al tener que promocionar tanto contenido recurre a campañas de marketing en extremo deficientes, en el que (salvo grandes producciones que ya se consolidaron) es muy difícil estar al día de los estrenos: por citar dos ejemplos, la película Rustin se estrenó en septiembre, y yo nunca la hubiera visto si no la hubieran nominado a un Oscar; y aunque tenía muchas ganas de ver una serie llamada Midnight Club, pero llegué un mes tarde a su estreno, cuando ya había sido cancelada, y el saber que su final permanecerá siempre abierto me ha vuelto renuente a iniciarla, pese a que personas en las que confío la disfrutaron. Criterios de selección un poco más estrictos antes de rodar cámaras y una campaña promocional más seria ayudarían a darle un poco más de vida a algunas series y películas, pero al menos lo que sí se produce no se borra de la plataforma, al menos hasta dónde yo sé.
Caso más grave es el de Disney Plus, que tiene los mismos problemas de poca promoción, agravados por el hecho que su oferta es significativamente menor. Sin embargo, este no es el crimen que la gran corporación cometió; el pecado del que los acuso es borrar de su servicio producciones originales, sin dar alternativas legales para volverlos a ver. A finales de mayo del año pasado, la empresa anunció que retiraría de Disney y Hulu/Star algunos de los títulos que no habían tenido la visibilización suficiente (que repito, muchas veces dice más del marketing que de la promoción). Algunos de esas las vi y reseñé (películas como Rosaline y The One and Only Ivan; series como Willow y Big Shot), con otras como la película Cráter nunca tuve la oportunidad, pues fue removida cuarenta y nueve días después de su estreno. De las que vi, algunas me parecieron muy malas, otras sólo aceptables, probablemente sólo dos o tres lamenté a nivel personal, pero estoy segura que todas tenían algún fanático o fanática que merecería, como cliente del servicio, poder verlas cuando deseara. Tras la controversia inicial, Disney reculó con algunas de las que más revuelo causaron (el documental Howard, por ejemplo) y para finales de septiembre permitió que la mayoría de las películas borradas pudieran rentarse y comprarse en plataformas como iTunes, aunque las series parecen destinadas a seguir borradas. Pese a lo monstruosa de esta decisión, las películas y series secuestradas por la corporación al menos pudieron ser vistas, y aunque por motivos personales no consumo piratería, estoy seguro que para los que no tengan inconveniente existen formas de acceder a ellas, por lo que no estamos hablando aquí del peor delincuente de entre los tres que menciono.
Por mucho, el más criminal de los estudios es Warner Bros y su servicio HBO Max/Max; pues el pecado del que los acuso es uno que afecta no sólo al streaming sino a los estrenos planeados para el cine: si Netflix impide a sus producciones alcanzar la madurez, y Disney las priva de la libertad encerrándolas en su bóveda, Warner, además de cometer ambas acciones anteriores, las asesina antes de que nadie fuera del estudio pueda verla, para conseguir una deducción de impuestos. Es una decisión que hasta ahora sólo se ha tomado tres veces, con cintas que estaban completadas o muy cerca de estarlo, y que pese a lo que intentaran decir los comunicados oficiales, nada tiene que ver con la calidad. Cuando pasó por primera vez, un portavoz dijo que estrenar la película hubiera dañado la marca, de tan mala que era, pero me resulta difícil creer que sea peor que otras (en la misma franquicia) que si tuvieron su oportunidad en cines. De los otros dos casos, sólo he escuchado cosas positivas de quienes pudieron ver cortes de prueba, y hay incluso rumores que el director general, David Zazlav, ni siquiera las vio antes de tomar la decisión de asesinarlas, a pesar de que ya se había invertido dinero en ellas. Con la última de ellas, incluso hubo una farsa publicitaria de resucitarla y venderla a otro distribuidor, antes de tomar la decisión de borrarla de la existencia, ejecución que se llevará a cabo hoy a las dos y que motivó este escrito. ¿Me habría gustado alguna de las tres películas? Quizá no, pero eso no importa, su existencia no dañaba a nadie (pues nadie está obligado a verlas), y tenían el potencial de alegrar a alguien, aunque sea a sus realizadores, de ver el difícil esfuerzo de terminar una película realizado en una pantalla. De verdad no quiero dedicar más palabras a Zazlav y su estudio, que encarnan lo peor del capitalismo que aqueja a Hollywood, así que cierro este párrafo con un In memoriam a las tres películas que el mundo nunca verá:
Batgirl: Dirigida por Adil El Arbi y Billal Fallah, escrita por Cristina Hudson. Comenzó a grabar en noviembre de 2021, asesinada en agosto de 2022.
Scoob! Holiday Haunt: Dirigida por Bill Hader y Michael Kurinsky, escrita por Tony Cervone y Paul Dini. Comenzó a animarse en junio de 2021, asesinada en agosto de 2022.
Coyote vs Acme: Dirigida por Dave Green, escrita por Samy Burch, Jeremy Slater y James Gunn. Comenzó a grabar en marzo de 2022, asesinada en noviembre de 2023.
Siempre he sostenido que hasta la peor de las basuras tiene el potencial de impactar significativamente a alguien, y aunque lo ideal sería que como público no tuviéramos más que producción de alta calidad, la desaparición sistemática de años de trabajo de cientos de personas no tiene nada que ver con una evaluación meritoria, sino con un cálculo monetario. Asesinar malas películas no salvará al cine, pero sí asfixiará la poca buena voluntad que queda hacia el sistema de entretenimiento capitalista.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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