Áyax
- raulgr98
- 30 sept
- 6 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! La antigua Grecia es famosa, entre muchas otras cosas, por su exploración del teatro, y los historiadores de la literatura creen que, gracias a festivales como las dionisíacas, los estrenos se contaban por los centenares. Sin embargo, al día de hoy sólo quedan un puñado, y de todos los nombres que otrora fueron grandes, autores de las grandes tragedias, sólo nos quedan los de tres, a los que se les puede adjudicar sin sombra de duda al menos dos obras completas: Sófocles, Eurípides y Esquilo. Si no me falla la memoria, hemos cubierto a los tres en este viaje con anterioridad, y hoy regresamos al primero de ellos, para recomendar una de sus obras más tempranas, considerada la primera de las siete que sobreviven.
¿Por qué me llamó la atención esta obra en particular? Como algunos de ustedes sabrán, una de mis obsesiones tempranas fue el ciclo troyano, me gustaba hacer listas de los héroes de ambos bandos, y la facción que cada dios y diosa escogió. Con el tiempo, llegué a notar un patrón en el arte, y es que se ignoraba un poco a uno de los protagonistas: si bien las fuentes clásicas afirmaban que Áyax era el segundo más poderoso de entre los aqueos, sólo detrás del invencible Aquiles ¿cómo era que en el cine, la pintura y la cultura en general sus apariciones palidecían en comparación con Odiseo, Agamenón, e incluso héroes menores como Diomedes o Filoctetes? Quizá se deba al desenlace que el guerrero tuvo, y esos últimos momentos son explorados en la tragedia que les reseño hoy.
Normalmente me gusta iniciar la recomendación de obras hablando de la estructura, pero en este caso resulta difícil, pues todas las ediciones que revisé no hacen tal división, pese a la entrada y salida de personajes (en parte se debe a que hay sólo dos locaciones: el exterior de la tienda de Áyax, en un extremo del campamento griego, y un lugar alejado de éste, en la costa, rodeado de arbustos.
Como hemos discutido en ocasiones anteriores, el teatro clásico tiene muchas más similitudes con la poesía que con la dramaturgia contemporánea, de hecho el análisis del diálogo, en rima y métrica perfecta, debe hacerse en una dinámica parecida a la de la declamación; puesto que la obra consiste o bien en extensos y elocuentes monólogos o en rápidos intercambios, duelos de ingenio, entre dos personajes. En ese sentido es que las citas que he visto a esta obra no son por escenas, sino por versos, que suman unos mil cuatrocientos veinte, los más famosos entre ellos aquellos que describen el escudo del héroe.
La tragedia tiene un ritmo y características similares al resto de las tragedias griegas, tanto en temática general como en cadencia del diálogo, incluyendo el indispensable coro que sirve de narrador, en este caso integrado por marineros (aunque en contraste con otras obras, el coro ni abre la obra, ni conduce el ritmo narrativo). En cuanto a los personajes, aunque tiene alrededor de ocho personajes totalmente silentes, son siete los que tienen un rol activo en la trama: Áyax, su amante Tecmesa, su medio hermano Teucro, su rival Odiseo, los reyes Agamenón y Menelao, así como Atenea, la diosa de la sabiduría.
Antes de continuar, creo que es importante dar un poco de contexto del personaje mitológico. El hijo mayor del argonauta Telamón, era el príncipe héroe de Salamina, primo de Aquiles y casi tan fuerte como él, usualmente retratado protegiendo el cuerpo del abatido Patroclo (aunque incluso en este rol suele ser sustituido por Menelao, cuando en la Iliada hicieron la hazaña juntos). Tras la muerte de su primo, el héroe se disputará con Odiseo el derecho a heredar la armadura del caído, y cuando los reyes aqueos, constituidos en jurado, fallan a favor del otro, jura venganza, una que no concreta pues Atenea lo condena a la locura.
Todo esto es mencionado a través de recuerdos en la obra, pues la tragedia inicia en media res, y no con el personaje titular, sino con Odiseo espiando su tienda, pues lo cree responsable de masacrar el rebaño griego y a un par de pastores. La primera interacción de la narración es por tanto, entre el enemigo del protagonista y la diosa Atenea, quien pese a favorecerlo al grado de poco antes haber enloquecido a Áyax, le recrimina que busque humillar aún más a su rival. La diosa se revela entonces como un personaje complejo, lleno de ira hacia el protagonista, al grado que una profecía decreta que lo conducirá a la muerte si abandona la tienda, pero capaz de sentir empatía, sin crueldad innecesaria. Evolución similar presenta Odiseo, quien pese a ser el antagonista experimenta el mayor crecimiento narrativo: introducido como taimado y envidioso, en su monólogo final se revela como el único de entre los griegos capaz de entender el concepto de justicia, asociado por el dramaturgo con la compasión y el respeto hacia los caídos.
Por otra parte, Menelao y Agamanón carecen por completo de la simpatía del autor, representados como banales e insensibles ante la pérdida. Como contraparte de ellos se presenta a los familiares del héroe: su hermano, desesperado por salvarlo, su hijo pequeño, quien pese a no hablar juega un rol clave en el clímax, y Tecmesa, su mujer, cuyas súplicas son en muchos sentidos el corazón de la obra.
En cuanto a Áyax, su caracterización es en muchos sentidos contradictoria, lo que lo vuelve un protagonista muy interesante para analizar: su locura, en la que asesina a las ovejas y carneros creyendo que son Odiseo, Menelao, Agamenón y los otros griegos, es tratado comúnmente como un merecido castigo al orgullo desmedido; pero la obra decide saltarse el crimen, al menos al inicio, e introduce al gigante lleno de dolor y auto compasión, siendo la principal fuente de tensión cuál es la mejor manera de restablecer su honor: enfrentando a sus enemigos o quitándose la vida. En ese sentido, cuando muchas de las épicas en distintas culturas tratan el suicidio como un acto digno, una suerte de redención, en esta obra se presenta un debate sobre el origen de tal acción. En uno de mis pasajes favoritos, Tecmesa le reclama a Áyax, casi acusándolo de cobardía, pues quitarse la vida representa otro crimen: dejar desamparado a ella y sobre todo a su hijo pequeño.
Así como el protagonista no participa en las interacciones iniciales de la tragedia, también está ausente del final, pues el último punto dramático es la discusión de que hacer con su cuerpo, si darle el entierro que corresponde a un héroe o, dado su crimen, dejar el cadáver a merced de los carroñeros. Es una discusión álgida, en la que todos los personajes revelan su verdadera naturaleza, y la determinación final, propuesta por Odiseo, encapsula el tema de la obra: los enemigos, sobre todo en la muerte, merecen respeto, afirmación que el dramaturgo ya había introducido, pues Áyax se suicida con su posesión más preciada, una espada que el príncipe troyano Héctor le regaló tras ser vencido en un combate, un obsequio que el griego ahora se considera indigno de portar.
En una nota aparte, resulta curioso que Áyax reciba tal castigo (morir por propia mano, el menos “heroico” de todos los guerreros caídos, cuando en muchos sentidos debería ser el precursor del héroe contemporáneo: mortal, diestro en el campo de batalla por sus habilidades, no por armas mágicas, y el único que en los cantos homéricos no recibe ayuda de ningún dios. Interpretaciones contemporáneas han querido encontrar en semejante osadía, el rivalizar con semidioses y favoritos del Olimpo siendo en simple mortal, el origen verdadero de la ira de Atenea, pero si las acciones de Áyax deben leerse como la represión injusta del talento por parte de la élite o un intento de usurpación por parte de un soberbio queda a criterio de cada espectador.
¿Por qué Áyax se quitó la vida? La tradición dice que por orgullo, pero la tragedia de Sófocles nos invita a mirar un poco más profundo. Lo que me parece más fascinante de los versos del escritor es que el guerrero claramente siente una vergüenza que no le permite morir, pero en su lecho de muerte maldice a Menelao y Agamenón, y desea la muerte de todos los griegos. Claramente, sigue creyendo que la decisión con respecto a la armadura de Aquiles fue incorrecta, y que está justificado en su ira, por lo que la razón de su tormento es otra. ¿Habría optado por el mismo destino si Atenea no hubiera intervenido y sus víctimas en efecto hubieran humanos, sus enemigos? Yo creo que no, lo que le atormenta es haber mancillado su honor de guerrero derramando la sangre de corderos, y en eso creo yo radica la otra reflexión de Sófocles sobre la justicia, además de tener gracia con el enemigo: sentirse agraviado y actuar en consecuencia es honorable, pero deja de ser justicia cuando se perjudica a inocentes.
Título original: Aïaç (Áias)
Autor: Sófocles
Año se publicación: 450 a.c. aprox.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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