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El príncipe Caspian

¡Bienvenidos pasajeros! El martes pasado iniciamos el especial de fin de año, un recorrido por una de las sagas de fantasía más famosas de la literatura del siglo XX. En esta ocasión, continuamos con el segundo libro en publicarse, pero el cuarto en orden cronológico.


Transcurriendo un año después de la última aventura (al menos desde el punto de vista de la Tierra), la novela sigue a los hermanos Pevensie regresando a Narnia sólo para descubrir que el reino está ahora bajo una ocupación extranjera y deben auxiliar a un príncipe exiliado, convertido en líder de la rebelión. No diré mucho en cuestión de estilo, pues es muy similar a su predecesor, una ventaja de la cercanía entre fechas de publicación (Pauline Baynes también regresó como ilustradora, mantiendo la consistencia pero, en mi opinión, con mejores resultados). El principal cambio en estructura, una señal de que la serie enfrentó un ligero proceso de maduración, es que pese a tener dos capítulos menos que el libro anterior, es más largo, confiando en que los lectores tengan mayor capacidad de retener la atención.


En cuanto a tonos, no hay mayor variedad con respecto al primer libro (sigue beneficiándose de un tono ligero, sazonado con pasajes oscuros como una excelente incorporación de un hombre lobo en el capítulo en el que las dos tramas empalman), pero mientras que la novela anterior hacía lo posible por rehuir de la violencia (la batalla climática sucede por su mayor parte fuera de cámara), el príncipe Caspian construye pasajes de acción en algunos de sus capítulos más memorables; y es un poco más complejo en el juego de perspectivas, saltando incluso dentro de un mismo capítulo gracias a recursos como la analepsis, permitiendo sorpresas y giros dentro del mismo clímax, así como un duelo que es quizá la mejor secuencia de acción de la saga.


Si bien Aslan tiene una participación mucho más reducida en este libro (y a través de su ausencia se toca el tema religioso de creer pese a las supuestas pruebas en contra de una figura benevolente), pero el apartado mágico es expandido gracias a un elenco secundario más grande, en el que más criaturas tienen tiempo para brillar (favoritos de los fans como el tejón Buscatrufas, el enano Trumpkin y el ratón Reepecheep, son introducidos en esta historia, junto con personajes que van desde humorísticos como el oso y solemnes como el centauro) e incluso se incorporan elementos paganos explícitos (el dios Baco tiene una aparición, por ejemplo) en una de las mejores muestras de sincretismo cultural y religioso en una novela infantil.


Algo interesante de este libro en particular es que, en esencia, se trata de dos historias, cada una de las cuales sigue un proceso de composición distinto, que se nota en la escritura: si bien los tres primeros capítulos, así como el segmento comprendido entre el octavo y el onceavo son muy parecidos al libro anterior, una prototípica historia de descubrir un mundo nuevo y vivir una aventura (con este tono reforzado por la tendencia del narrador de interactuar directamente con el lector, interrumpiendo su propia narración); el libro se beneficia en los capítulos cuatro a siete de un relato dentro de un relato, que toma un tono y estilo que, sin perder la energía juvenil, se acerca mucho más al estilo de la fantasía épica, pues todos los personajes son nativos del mundo de Narnia, e involucra batallas, conspiraciones y ejércitos. Los últimos cuatro capítulos, en los que ambas tramas se juntan, combinan ambos tonos con excelentes resultados, y es en este libro donde Narnia se consolida como un mundo clásico de fantasía, como muestra el mapa anexo en la mayoría de las ediciones, así como pistas a futuras secuelas.


Ante la necesidad de Lewis de balancear un elenco mucho más grande, debo decir que Caspian queda un poco flaco, pues es un personaje muy esquemático que no es tan interesante como el grupo que lo rodea. Por otro lado, los Pevensie tienen aquí su mejor participación como familia; su dinámica es excelente, tanto en parejas como en cuarteto, y si Lucy era la protagonista absoluta del primer libro, en la secuela los cuatro tienen momentos claros de brillar y una caracterización que expande un planteamiento sólido. La magia en las Crónicas de Narnia no tiene reglas tan bien definidas como en otras series de fantasía, pero este libro expande en la que es su regla más importante, que el tiempo fluye distinto en ambos mundos, y lo aprovecha en lo que yo creo que es su mejor utilización en toda la saga: ver a los niños, antaño reyes, lidiando con las ruinas de su palacio, y lo mucho que ha cambiado un mundo en el que se han convertido en Historia antigua es un excelente pasaje melancólico, de los más agridulces de la saga.


La vez pasada dije que dedicaría el último párrafo a explorar el apartado religioso; el cual será breve en esta ocasión, pues es el libro de la saga en el que menos imágenes cristianas hay. Si bien algunos analistas han visto en la historia de Caspian una metáfora de la conversión, esto en realidad es solo una parte minúscula de la trama. Sin embargo, hay un aspecto que, sin ser explícitamente teológico, dice mucho de la visión que tenía el autor de la religión: los narnianos son una clase perseguida y marginada, pero su triunfo no radica en la venganza, sino en la construcción de una sociedad híbrida entre nativos e invasores, e incluso a los telmarinos que son incapaces de sumarse al nuevo mundo se les ofrece una oportunidad de redención.



  • Título original: Prince Caspian

  • Autor: CS Lewis

  • Año de publicación: 1951





Hasta el próximo encuentro…


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