Caucho, cabeza, calabaza
- raulgr98
- 31 oct
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En las tierras de los mayas, antes de los días de los hombres de maíz
Hay muchos portales a la tierra de los muertos, pero ninguno más antiguo, más cercano, más sagrado que la cancha del juego de pelota. Un pasillo de tierra, flanqueado de altos muros y dos aros de piedra, es todo lo que se necesita para honrar a los dioses, o incurrir en su ira. ¿Quién lo inventó? Nadie lo sabe, pero para comprender el eterno ciclo de la vida, la transformación y la muerte, basta con mirar las pelotas que llevaron a que en el firmamento se alzaran el sol y la luna.
Todo comenzó, como muchas historias lo hacen, con el ocio de los jóvenes. Dos gemelos, que pasaban las horas fumando y jugando, para desesperación de su madre. Sólo una vez utilizaron sus manos para el trabajo, y fue al día siguiente que encontraron, a unas horas de su casa, el camino sagrado y los altos aros. Intrigados, pasaron días y noches cortando, cosiendo e hirviendo como poseídos por algún impulso divino. Ni ellos mismos tenían claras entonces las reglas de la pasión que absorbería el resto de sus vidas, pero de alguna manera lograron crear el equipo del juego, y salieron del taller con protecciones en la cabeza, los codos y la cadera. Por último, con esmero recolectaron la savia de un viejo tronco y la volvieron sólida. Así, de caucho fue la primera pelota.
Mas su dicha no habría de durar, pues el juego se convirtió en objeto de todos sus amores y atenciones. Día y noche golpeaban la pelota, en un clamor incesante, que les impedía dormir a los señores de los muertos. Deseos de sangre y venganza germinaron en ellos, pero los ocultaron con sonrisas corteses, e invitaron a los ingenuos Hun y Vucub a una ronda en su propia cancha. Pero todo era una trampa, pues apenas descender al Xibalbá, fueron engañados para que se quedaran dormidos. Sí se celebró un juego aquella noche, pero fue tras la ejecución de aquellos mortales osados, sobre todo del mayor, que más había ofendido a los señores de la muerte con su altanería, crimen por el cual fue decapitado. Así, de una cabeza fue la segunda pelota.
Los dioses de Xibalbá son violentos y crueles, pero en ocasiones son capaces de la compasión; por eso fue que devolvieron el equipo de juego a la doliente madre. En el camino de regreso a sus dominios, pasaron por la cancha terrenal, y ahí sepultaron la cabeza del muchacho. De la carne y la sangre brotó un árbol, del que nacieron grandes frutos, que parecían cabezas. Con el tiempo, aquellos frutos cayeron al suelo, donde los encontraron niños de la región, a quienes se les ocurrió jugar a lanzarla contra los aros. Así, de calabaza fue la tercera pelota.
Había algo que dioses y mortales ignoraban, y es que uno de aquellos frutos era en realidad la cabeza del infortunado Hun, vuelto a nacer. Quiso el destino que la primera en reconocer que aquella calabaza podía hablar y sentir fue una joven diosa; quien alzó sus manos hacia el árbol y permitió que la cabeza escupiera en sus palmas. Nunca volvió a conversar frente al árbol, pero a las pocas semanas descubrió que estaba encinta, y nueve lunas llenas después trajo al mundo a dos gemelos, la viva imagen de su padre y su tío, pero que imbuidos con la sangre de su madre divina, poseían la magia y el ingenio que les faltó a sus predecesores. Al crecer, Hunahpú e Ixbalanqué se volvieron fuertes y hábiles, pero aunque amaban jugar, no despreciaban el trabajo, y en uno de sus viajes de exploración encontraron una vieja casa, ignorantes que se trataba de la de su abuela, y enterrada en el patio encontraron los protectores que pertenecieron a su padre y su tío. Quizá inspirados por sus espíritus, algo los impulsó a encontrar la antigua cancha, y de los árboles de los alrededores extrajeron la savia, siguiendo la sabiduría de su madre. Así, de caucho fue la cuarta pelota.
Fue así que los señores de Xibalbá, veinte años después de su venganza, volvieron a perder el sueño por el clamor de la pelota en el mundo de los vivos. Grande fue su ira al descubrir que de nuevo mortales se atrevían a perturbarlos, y mayor aún al ver que los nuevos osados eran tan parecidos a los de antaño. Otros contarán las historias de las pruebas que Hunahpú e Ixbalanqué superaron en el camino de Xibalbá, y cómo una y otra vez perseveraron ante los intentos de los dioses de los muertos de engañarlos. Lo que tienen que saber, es que al contrario que los anteriores, llegaron con vida a la cancha del inframundo. Pero antes de comenzar el juego, los señores enviaron a un terrible murciélago para que, de un sólo golpe, arrancaran la cabeza de Hunahpú de sus hombros; y para continuar la humillación, los señores insistieron en usarla para el juego. Así, de una cabeza fue la quinta pelota.
Pero Ixbalanqué no se dejaría vencer tan fácil. Invocando la magia que había heredado de su madre, tomó una calabaza que cargaba en la bolsa, y la dotó de vida antes de colocarla en el cuello de su hermano. Así, los hermanos pudieron jugar juntos de nuevo contra los atónitos señores, y en un descanso, se las ingenió para recuperar la cabeza, que conservaba su consciencia. Fue entonces cuando el propio Humahpú lanzó un conjuro para que su cabeza y cuerpo volvieran a unirse, y cuando los señores se quejaron por el final anticipado del juego, los gemelos ofrecieron el fruto que les había permitido empezarlo como reemplazo. Así, de calabaza fue la sexta pelota.
El final de la historia, es conocida por todos los mayas: como los gemelos divinos no sólo ganaron el juego, sino que impresionaron a los señores de Xibalbá con sus trucos de magia, que los convencieron de que se dejaran cortar sus propias cabezas, para experimentar la sensación de que los héroes volvieran a unirlas a sus cuerpos. Así, los taimados dioses cayeron a su vez víctimas de un engaño, y Hunahpú e Ixbalanqué pudieron escapar de la tierra de los muertos. Sólo permanecieron un poco más en Xibalbá, el tiempo suficiente para extraer savia del árbol de los muertos, y con ella construyeron el último regalo que harían a la humanidad antes de volver al mundo y ascender, convertidos en el sol y la luna, un obsequio con el que los que habitaron aquella tierra los honraron por generaciones, en la cancha que los hombres de maíz encontraron entre la maleza, y replicaron en todas sus ciudades. Así, de caucho fue la séptima y última pelota.
¡Bienvenidos pasajeros! Tras pasar semanas investigando sobre el día de muertos, intentando encontrar un mito que pudiera dramatizar en esta sección, recordé el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, en particular los pasajes referentes a los gemelos, héroes fundacionales de la mitología maya. La naturaleza cíclica del juego de pelota me llamó la atención, pues un gran paralelo con la vida y la muerte, uno de los elementos que, según los expertos, representaba la actividad.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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