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Cien años de soledad (parte 3/4)

¡Bienvenidos pasajeros! Muchas gracias por su paciencia con este nuevo formato de la sección, sé que cada publicación ha sido más larga de lo normal, pero creo que ha habido cosas interesantes en el análisis. El día de hoy conversaremos sobre los capítulos trece al dieciséis, en los cuales nos despedimos de algunos personajes importantes, y llegamos al principio del fin de Macondo, en la confrontación de la crítica política con el elemento mágico-profético de la novela.


Capítulo XIII

Si bien ya era una pieza central en la trama, en este capítulo Úrsula se consolida como uno de los mejores personajes de la literatura hispanoamericana, y a través de ella, García Márquez explora esta fútil aunque cautivante lucha contra la inevitabilidad de envejecer. Aunque considerada un fastidio en Macondo, su resiliencia es aún así impresionante, logrando establecer rutinas con tal eficiencia que nadie nota que está ciega. La descripción de cómo logra “ver” a través de la memoria y los olores es quizá mi pasaje favorito de toda la novela, pues combina humor, ingenio y mucha admiración. Sin embargo, junto con la fuerza viene la decadencia: la otrora gran matriarca comienza a cometer errores, y al contrario de su personaje paralelo (Pilar Ternera, quien pese a su fragilidad permanece entera), parece perdida y sin rumbo, las conclusiones que obtiene de sus reflexiones sobre Aureliano y Amaranta (quien por estas épocas comienza a tejer su propia mortaja), aunque interesantes, me parecen erróneas, y hay sutilezas funestas en la crianza del último José Arcadio, a quien adopta para formarlo como papa.


Con las mujeres originales disminuidas y Santa Sofía de la Piedad un personaje muy secundario (siempre un apoyo, nunca la protagonista), es Fernanda del Carpio quien se hace con el poder en la casa, y expulsa a su marido de la casa cuando éste se alía con la compañía bananera, empujándolo a los brazos de Petra Cotes, con quien renueva la pasión juvenil. La casa de los Buendía queda apenas en pie por las mujeres que en ella habitan, a quienes se les uniría Meme en sus vacaciones de su educación musical en un colegio de monjas, comenzando a asomarse su personalidad rebelde. En cuanto a los hombres, descritos como “tres fantasmas vivos y uno muerto”, son hombres purgando condenas: la de Aureliano Segundo es el del vicio, engordando y despilfarrando, casi perdiendo la vida en un concurso de comilones; la de José Arcadio Segundo es el olvido, incluso por su propia familia, traumado por el recuerdo del fusilamiento y el terror de ser enterrado vivo. El tercer condenado es el coronel Aureliano, lo más cercano que hemos tenido a un protagonista, quien tiene un delirio muy poético en las últimas páginas del capítulo y, tras ver caer la lluvia y pasará el circo, muere orinando en el roble de su casa, una partida poco digna pero igual de memorable que la de su padre.


Capítulo XIV

Incluso más que el anterior, el siguiente capítulo está dominado por tres mujeres de la casa, y creo que es uno de los que mejor construcción psicológica hace en toda la obra.


La primera de ellas es Amaranta, quien impone el luto por el coronel, encontrando y arreglando su cuerpo, pues fue la persona a la que más quiso. Aunque aún sostiene un odio profundo por Rebeca, cuya muerte espera (si bien está condenada a fallecer antes), vive un acontecimiento profético en el que la muerte se le aparece con anticipación y vaticina que morirá cuando termine de tejer la mortaja. En esos últimos cuatro años, que rara vez trata de prolongar, Amaranta encuentra una especie de redención, llegando a compadecer a los solitarios, repartiendo sus posesiones y, en un gran momento de pensamiento mágico-religioso, aceptando llevar recados a otros muertos. Con su fallecimiento, que trae la enfermedad a Úrsula pero también cercanía con Amaranta Úrsula (la última hija de Aureliano Segundo), la segunda generación de los Buendía es la primera que sale por completo de la historia.


La segunda mujer destacada es la joven Meme, quien tiene una de las personalidades más magnéticas de la novela: aunque muestra gran disciplina en sus estudios de clavicordio, que termina para evitar roces con su madre, su verdadera personalidad es fiestera y simpática, estrechando lazos con su padre después de una borrachera, llegando incluso a afirmar que hubiera preferido ser hija de Petra. Meme, sin embargo, no es una condena al libertinaje, sino una metáfora de la modernidad, y los esfuerzos por la liberación femenina; pues no se pierde en el vicio, sino que aprende inglés y desarrolla un gran amor por la lectura. Eso no significa que el erotismo no permanezca como un pilar de su caracterización, en especial con la introducción de Mauricio Babilonia, un humilde aprendiz de mecánico, con rasgos de gitano, que es descrito como altanero pero muy digno, y por el que Meme, tras un rechazo inicial, se ve atraído en sueños, lo que la lleva a pedir el consejo de su bisabuela Pilar. Es con Mauricio con quien regresa el color amarillo como simbolismo, en este caso mariposas que lo siguen a todos lados, y su amorío con Meme, con la complicidad del padre de ésta, da breves esperanzas al lector de un nuevo tipo de relación en la familia, una marcada por el amor, no sólo por el deseo.


Sin embargo, parece ser que ningún Buendía puede conocer el amor, o al menos no hacerlo duradero, pues aquí es donde interviene la tercera mujer del capítulo, Fernanda del Carpio. Si bien el novelista nunca le tuvo mucho afecto, en este segmento se revela como una gran fuerza antagónica, oscilando entre gobernar la casa con tiranía, obnubilarse con “médicos invisibles” cuyo propósito el autor nunca esclarece y lo que se convertiría en su mayor acto de maldad: tras descubrir el amorío de su hija, manipular a la guardia para que dejen inválido a tiros a Mauricio Babilonia al acusarlo de ladrón, condenándolo a morir viejo y solo, atormentado no solo por los recuerdos, sino por las mariposas amarillas que se niegan a morir.

Capítulo XV

El capítulo quince continúa con la maldad de Fernanda del Carpio, quien en lo que metafóricamente es narrado como un viaje tiempo atrás, recluye a Meme en un convento, condenándola a permanecer muda el resto de su larga vida, llegando incluso a decirle a otros personajes que ha muerto, y rompiendo para siempre la relación con Aureliano Segundo. La llegada de una monja con el hijo bastardo de Meme y Mauricio es descrito como el principio del fin de Macondo, y ni siquiera Fernanda, aunque odie a la criatura, tiene el valor de matarlo, por lo que invoca el cuento de Moisés para explicar su llegada a la casa.


En el viaje de regreso a Macondo tras abandonar a Meme, Fernanda se cruza con un nutrido grupo de policías, y ese es el pie para hablar del acto más maligno de la novela, incluso más que el fanatismo de la mujer. José Arcadio Segundo es reintroducido en la historia como un líder obrero, organizando una huelga contra la United Fruit Company tan justa que es respaldada incluso por el sacerdote. Si bien desaparecería tras sobrevivir a un intento de homicido, al año regresaría e incitaría nuevas manifestaciones, condenando la explotación y la insalubridad, y estableciendo un guiño intertextual con “La muerte de Artemio Cruz” (de Carlos Fuentes). La descripción de los abusos de la compañía bananera, que parten de una gran labor de investigación de García Márquez sobre la masacre de Ciénega (único punto de la novela donde se le puede ubicar con firmeza en una cronología) son indignantes de leer, y la cruda descripción que hace de cómo el gobierno es cómplice de la explotación, y los trabajadores son ignorados por la justicia, enfurece al lector. Todo desencadena en una gran huelga, en plena ley marcial, donde se sabotean los ferrocarriles y los telégrafos antes de que el jefe cívico militar autorice a acribillar a la multitud (incluyendo mujeres y niños), sólo sobreviviendo José Arcadio Segundo y un niño al que cargaba. Sin embargo, el superviviente está aún así condenado, pues aunque salvaría también su vida en la posterior purga de los líderes sindicales (gracias a Santa Sofía de la Piedad, quien lo oculta en el cuarto de Melquiades, encubierto mágicamente; y regala al oficial que lo busca uno de los pescaditos dorados del coronel para que desista en su cacería), se ha convertido en un hombre roto, harto del conflicto, destinado a enloquecer revisando los pergaminos ilegibles de Melquíades.


Capítulo XVI

En el capítulo anterior, cuando la bananera anunció un acuerdo fraudulento con los obreros, se desató una lluvia que este capítulo nos confirma se prolongó por cuatro años, once meses y dos días, y cuyas secuelas todos los personajes salvo Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia (quienes recuerdan la época con alegría) padecen: Úrsula se llena de sanguijuelas y desciende a la demencia, confundiendo miembros de su familia, pero ni así un desesperado Aureliano Segundo, obsesionado con hacer reparaciones y habiendo perdido a todos sus animales, logra arrancarle la ubicación del tesoro oculto en la estatua del santo, que ni Pilar puede encontrar. En esa búsqueda, comienza a parecerse de nuevo físicamente a su gemelo, pues ambos están descendiendo a la locura, y se desentiende de la crianza de sus hijas, reaccionando con ira (más no violencia física) contra el hilo de pensamiento que dura más de tres páginas en la que Fernanda del Carpio explota contra todos los agravios, reales e imaginarios, contra los Buendía, terminando su consolidación como una mujer arrogante e hipócrita, que nunca conoció Macondo y cuya vida siempre ha sido vacía.


El diluvio se equipara al bíblico en la narración, y en muchos sentidos es una purga de los pecadores: cuando termina los extranjeros se han ido, y aunque el pueblo está en ruinas, la purga se puede tomar como un regreso metafórico al pasado, a los días antes de la modernización, gracias a acciones como la de los turcos, sobrevivientes de la inundación que reconstruyen su emblemática calle. Sin embargo, aquellos que salvaron la vida no son Noé y su familia, sino que son otro tipo de condenados: no todos los muertos han sido abusadores (entre las pérdidas está el viejo Gerineldo Márquez), y con la primera mención al viento fatal que arrasará el lugar, Macondo se ha convertido ya en un condenado a muerte, simbolizado por la mula raquítica de Petra, la última que le queda, alimentada de rabia y despojos, a la que se empeña en rifar.


Muchas gracias por su lectura. Ha sido un viaje largo, pero estamos cerca de terminar. La próxima semana nos veremos para discutir los últimos cuatro capítulos, y ofrecer una reflexión final de la novela.




Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clí

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