Cinema Paradiso
- raulgr98
- 22 oct
- 5 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! Por alguna razón, que yo mismo no sé explicar, el cine italiano no es uno que me guste particularmente. No es cuestión de calidad, pues lo respeto intensamente, ni de desprecio, pues reconozco su lugar en la historia del cine, quizá sea sólo la falta de familiaridad con él. Y sin embargo ¿les ha pasado que hay un libro, una película, una canción, que relacionan tan intrínsecamente con una persona, que les resulta casi imposible separar una de la otra? Hoy es el cumpleaños de mi papá, y si hay una película que relaciono con él, pues la vi por primera vez sentado en sus piernas y jamás he experimentado sin que esté presente, es el clásico italiano moderno: Nuovo Cinema Paradiso.
Escrita y dirigida por Giuseppe Tornatore, con tintes autobiográficos, la película de 1988 sigue la amistad entre un niño y un proteccionista, y se convirtió en un gran éxito comercial y sobre todo crítico, cosechando premios por todo el mundo antes de coronarse con el Oscar a Mejor Película Internacional. Una coproducción entre Italia y Francia, que se refleja en el casting, el elenco está encabezado por Philippe Noriet (Alfredo), Agnese Nano (Elena), Enzo Cannavale (Spaccafico), Isa Danieli (Anna) y Leopoldo Trieste (Padre Adelfio). El rol de María es interpretado por Antonella Attili y Pupella Maggie, mientras que el protagonista, Salvatore Di Vita, es encarnado en distintas edades por Jacques Perrin (adulto), Salvatore Cassio (niño) y Marco Leonardi (adolescente).
Reducida al absurdo, la película es una historia que pertenece al género “coming of age” (la maduración del protagonista a través de la historia), pues el espectador ve a Salvatore crecer a lo largo de unos cuarenta años. Sin embargo, su estructura (comienza en extrema res) la vuelve peculiar, pues predispone a la audiencia para una narrativa melancólica y sentimental: no se trata de dejar atrás el pasado, como el protagonista cree al inicio de la película, sino de abrazarlo, reencontrar en él la magia de antaño para poder avanzar y llegar a nuevas alturas. De esta manera, el tema principal de la cinta es la nostalgia, y me parece una observación muy madura sobre dicha emoción: sí, puede ser una gran fuente de inspiración y compañía, pero también puede ser un obstáculo para crecer.
Pese a ser una cinta larga, de poco más de dos horas y media, y tener un ritmo mucho más pausado (el estilo directorial es mostrar fragmentos de una vida, más que mantener la tensión narrativa), en ningún momento aburre. Esto se debe al talento detrás de cámara, que logra un excelente balance de tonos: hay momentos trágicos, momentos de reflexión pragmática, grandes despliegues emocionales e incluso angustia (la secuencia del cine, por ejemplo, no tiene nada que envidiar a algunos elaborados sets de acción, pese a su sencillez) pero muchas veces es extremadamente divertida, con un sentido del humor naturalista, que se nutre del carisma de los actores más que del ingenio en el diálogo, y que logra aumentar la conexión que siente el espectador con ellos.
La cinematografía también me parece espectacular, cada salto en el tiempo involucra un cambio en la paleta de colores, para reflejar el nivel de ensueño de Salvatore, pero por mucho el elemento técnico más memorable es la prácticamente perfecta banda sonora, co escrita por la dupla padre e hijo de Ennio y Andrea Morricone; de la que mucho se ha hablado en otros espacios. Para no ser repetitivo, me limitaré a decir que hay una razón por la cual la música de Cinema Paradiso es la única proveniente de un no blockbuster que suele ser incluida en el repertorio de conciertos que homenajean el cine.
El diseño de producción me parece digno de un análisis más profundo, pues creo que el uso de locaciones reales realza la atmósfera de la película (incluso el titular Cinema fue construido de verdad). Tres comunidades distintas “interpretan” al pueblo siciliano de Giancaldo, incluyendo el pueblo natal del director, y el resultado es un entorno casi costumbrista, en el que, como trasfondo de la película, la tradición y atemporalidad de la comunidad sostiene una lucha cruenta contra la modernidad. Por un lado, es innegable que la llegada de tecnología ayudó a mejorar la vida de muchas personas (situar el primer marco temporal poco después de la Segunda Guerra Mundial, y hacer a Salvatore hijo de un soldado caído me parece fascinante, pues es raro que lleguen al mainstream historias de lo que fue la posguerra en los países del eje), pero por el otro, las secuencias al regreso de Salvatore a su pueblo conforman un espectáculo grotesco, traicionero, que se siente casi como un asesinato.
En ejecución, pero sobre todo en contenido, Cinema Paradiso es una carta de amor por parte de su creador al cine (los cortos que se proyectan son en realidad producciones italianas de los cuarenta, cincuentas y sesentas), tratando con veneración el arte de hacer películas, sin importar el género, y como una fuente sin parangón de belleza, un vehículo para mostrar el poder de la conexión humana y la capacidad de expresarse. El cine es, en esencia, un personaje en sí mismo, clave para las mejores escenas de la cinta, dos en particular que incluso hoy en día no puedo ver sin llorar, incluyendo el que considero uno de los mejores finales de toda la historia.
Las actuaciones a lo largo y ancho de la cinta son excelentes. De hecho, creo que uno de los méritos menos hablados de Tornatore como director es su trabajo con actores de soporte, gracias al cual hasta el más incidental de los personajes tiene alguna característica que lo convierte en parte íntegra del mundo ficticio, y gracias a lo cual algunas de las secuencias en las que se revisita a los habitantes de Giancaldo tienen efectividad. Imposible detenerme en los manierismos y humor de todos y cada uno de ellos, por lo que me concentraré en los dos protagonistas, pues creo que hay que celebrar las narrativas que, sin explorar relaciones de pareja, logran mostrar algunas de las historias de amor más poderosas jamás contadas: los tres Salvatores logran su cometido de mostrar las transformaciones (algunas forzadas, otras voluntarias) que experimenta,os al crecer, con Cascio siendo particularmente bueno como la versión infantil, al manejar con carisma y encanto la transformación de un chico problema a un amante del arte; pero es Philippe Noiret quien es el corazón de la cinta, dando una de las mejores interpretaciones de la década como Alfredo, el viejo proyeccionista, en una actuación sutil pero polifacética, que se nutre de arquetipos pero adicionando momentos de mucha sinceridad, para construir el que me parece uno de los ejemplos mejor logrados del cliché del mentor.
Sólo muy recientemente pude ver la versión extendida de la cinta, que nunca llegó a la televisión pública mexicana, y debo decir que Cinema Paradiso es un gran ejemplo de cómo, a veces, las versiones originales son las mejores, pues creo que el rol extendido de Elena (con Brigitte Fossey interpretando a la versión adulta) distrae de la que debería ser la relación central de la cinta, y que tiene la mejor construcción y mejor desarrollo del concepto de amor, la amistad entre Alfredo y Salvatore. No he visto Cinema Paradiso completa, probablemente en unos diez años, pero me logré aprender de memoria secuencias completas, y creo que la lección de amar siempre lo que se hace es vital para todos los soñadores.
Hasta que me senté a escribir esta recomendación, nunca había reflexionado en por qué esta película es tan especial para mi papá, y creo que es porque funciona en tres niveles simultáneos: el amor del director por el cine se traslada de forma íntegra al protagonista, y de ahí al espectador. De manera similar, ver lazos tan fuertes en pantalla siempre logró que, viéndola juntos, nos sintiéramos aún más en familia.
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
Gracias hijo.