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Con solo sus manos

¡Bienvenidos pasajeros! Perdonen la larga introducción, pero era necesaria para dar contexto al mito más famoso sobre Heracles, sus doce trabajos, que serán cada uno cubiertos en su propio relato.

Con solo sus manos

Nemea, unas semanas después


No fue hasta que el héroe agotó su última flecha, que comprendió la arrogante altanería detrás de la sonrisa de Euristeo cuando le encomendó su primera tarea.


—Hasta mi palacio llegaron noticias del león que mataste tantos años atrás, cuando éramos mozos —había dicho con sorna su primo, sólo unos minutos después de aceptar el servicio impuesto por el oráculo— una bestia semejante ha aterrorizado la región al norte de aquí y te doy la oportunidad de...revivir tus días de gloria.


Pocos días se había tomado en llegar a Nemea, silbando en el camino. Si todos los castigos serían así de fácil, en menos de un año lo habría recuperado todo. Y cuando llegó al arrasado campo, repleto de los huesos del ganado devorado, divisó a la bestia. En efecto, era enorme, pero seguía siendo sólo un león. Despacio pero seguro, sacó una flecha en el carcaj y apuntó directo al cuello.


Lo que pasó después, era difícil de explicar. ¡Había fallado! Algo que nunca había ocurrido. Maldiciendo a aquel monstruo por romper su fama de matar al primer intento, disparó un segundo proyectil y entonces comprendió: si había dado en el blanco, pero la flecha había rebotado como si de una simple rama se tratara, y el monstruo ni siquiera había reaccionado.


Una tras otra las flechas volaron y el león apenas se movió, como si el metal no le hiciera más que cosquillas. Furioso por la aparente invencibilidad del monstruo, Heracles sacó su espada, el regalo de Hermes, y cargó. Con la fuerza de sus músculos, el golpe habría atravesado a cualquier ser por completo, triturando carne y hueso, pero el bronce se partió en mil pedazos desperdigándose entre huesos roídos y hierba quemada. La piel dorada del monstruo estaba intacta, pero fue suficiente para que reaccionara....




Una hora después, el héroe estaba recostado contra un tronco, tratando de recuperar el aliento. A sus pies, los restos de la armadura olímpica que en tantas guerras le había servido yacía inútil, pues las garras del monstruo la habían desgarrado como si de arrancar hojas se tratara. Tan solo por un certero puñetazo entre los ojos del león, le habían permitido escapar, pues la bestia desconcertada había perdido el interés. En el horizonte se alzaba una cueva donde la criatura se refugiaba y Heracles se desnudó, pues ninguna protección le sería de ayuda, y si debía morir sería como sus ancestros.


Antes de que la tarde cayera, le había dado la vuelta a la gruta, asegurándose de que sólo hubiera una salida. Al encontrar el hueco posterior, donde su enemigo podría fácilmente escabullirse, recurrió a su fuerza semidivina. Con todo el sigilo del que fue capaz, cargó dos rocas en cada mano y las apiló en el orificio, necesitando sólo tres viajes para cubrirla por completo, sin siquiera una rendija de luz que ofreciera esperanza a la bestia. Sólo entonces, al ponerse el sol, caminó hasta la entrada de la cueva, inspiró y con un rugido entró.


Nadie sabe que pasó en la oscuridad de la cueva con certeza, pero es un hecho que Heracles entró sin portar arma alguna. Si creemos su versión, se montó sobre el león y apretó sus costillas hasta romperlas. Otros dicen que, aplicando una llave sobre su cuello, lo presionó hasta que la vida escapó de la bestia. Lo que no puede negarse es que el león de Nemea murió aquella noche, cuando Heracles lo venció usando nada más que la fuerza de sus manos.


Y lo que salió al amanecer fue una imagen destinada a quedar inmortalizada en la historia: un hombre fornido y maduro viendo al horizonte, sin prenda alguna más que la que portaba a su espalda: la piel impenetrable de un enorme león, despellejada con paciencia con las garras del propio monstruo. Imponente incluso en la más temeraria de las bestias, aquella imagen anunciaba que el hombre se transformaba en leyenda.




Hasta el próximo encuentro....


Navegante del Clío

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