Cuarenta y seis segundos
- raulgr98
- 26 ene 2023
- 4 Min. de lectura
París, 22 de marzo de 1895
Una amiga te ha llevado a rastras hasta la Sociedad Francesa de Fomento de la Industria Nacional. No sabes que están haciendo en este lugar tan ajeno, ninguna de las dos a trabajado nunca en una fábrica.
-Magia-te murmura enigmáticamente Antoinette-Simplemente magia.
Desconfiada, la sigues con recelo, junto con muchos otros. Muy pocos comparten la emoción de tu compañera, pues la mayoría tienen la duda o el hartazgo grabado en sus rostros. De dos en dos, los llevan a un salón donde hay seis hileras de incómodas sillas acomodadas viendo a una tela blanca colgada contra la pared. Antoinette da pequeños brincos de pura alegría.
-Que bueno que llegamos temprano-dice mientras se sientan en la primera fila y te guiña un ojo.
El asiento es incómodo, pero al menos ya no tienes que caminar bajo el sol. No tienes idea de lo mágico que puede tener una aburrida conferencia empresarial. Puesto que no sabes qué tan larga será tu condena, juegas con tus pies, ignorante del enorme aparato que colocan a tus espaldas.
Entonces apagan las luces.
Tu corazón late tres veces más rápido, y percibes que la tuya no es la única respiración agitada. Estresada, te aferras a la mano de tu amiga, sin poder distinguir sus facciones. Te quieres ir, nunca has tenido tanto miedo. "¿En qué me metiste?", preguntas.
Una blanca y cegadora luz surge a tus espaldas y se refleja sobre la tela. No tiene ningún color, pero formas aparecen. Dos gruesos muros, en el de la izquierda, un agujero hace las funciones de puerta, obstaculizada por un hombre cargando un costal. Entre los dos muros hay una enorme apertura, un tejado de acero y madera se vislumbra en el fondo, mientras que por el frente una multitud de mujeres se apresura para salir. Repentinamente haz reconocido el lugar, pues lo viste en tu infancia, hace ya muchos años. Es Lyon, la fábrica de la familia Lumiére.
-He visto fotografías antes, ¿sabes?-dices mientras ríes con sorna.
Tu arrogancia se esfuma apenas has terminado tu ironía. Tus ojos se abren de par en par, el aire de tus pulmones se paraliza y tu boca permanece abierta, incapaz ya de pronunciar palabra.
La foto se está moviendo.
Aún no puedes distinguir rostros, pero las personas se están moviendo definitivamente. Te cubres el rostro, pues crees que van a chocar contigo, pero entre las rendijas de tus dedos te das cuenta que todos giran a la izquierda o la derecha, pero en cuanto salen de la tela desaparecen.
Escuchas un ruido sordo, como si alguien en las filas de atrás alguien hubiera perdido el conocimiento. A tu alrededor oyes gritos ahogados, chillidos de emoción, oraciones murmuradas, incluso uno que otro improperio. Alguien se levanta ofendido, como si quisiera abandonar el recinto, pero las puertas permanecen cerradas.
En una transformación que pareció eterna, el miedo en tu interior se despeja para dar paso a la curiosidad, y finalmente a la emoción. Casi todas las mujeres de largos vestidos han abandonado ya la fábrica, saliendo por ambas puertas. Ha una casi la ha arrollado un hombre con delantal, tropezándose en su escape de un perro que juguetón intenta alcanzarlo.
Siguen los hombres, la mayoría de traje y sombrero. Hay quienes van solos, otros llevan a sus acompañantes femeninas del brazo, al menos tres montan veloces y orgullosos sus altas bicicletas. Finalmente, justo cuando las puertas se comienzan a cerrar, la absoluta oscuridad vuelve a reinar.
Hay quienes aplauden, pero son los menos. La mayoría tiene demasiadas dudas para procesar el misterio.
-Es una ventana-dice alguien-el vidrio estaba tan sucio que parecía tela. Vimos la fábrica de enfrente.
-Aún no es la hora de salida-se oye por respuesta. Sería una violación al contrato laboral.
Tu ríes, porque aquella voz sigue creyendo que la que acababan de ver era real, aunque no tenía color ni sonido; sin mencionar que aquel lugar era Lyon y todos se encontraban en París. Sí, definitivamente era alguna ilusión, un truco barato nada más. Pero se veía tan real...
Alguien prende entonces la luz, y el hombre a tu derecha toma el reloj de bolsillo y exclama con asombro.
-¡No pasó ni un minuto completo!
Dos hombres se colocan frente a la tela, agradecen con un gesto y piden silencio con otro. Te inclinas hacia el frente, deseosa de escuchar la explicación al acontecimiento tan extraño que acaba de ocurrir.
-Primero que nada-dice uno-les queremos agradecer que vinieran a nuestra pequeña muestra. Sé que algunos creen que hicimos algún pacto con el maligno, o que engañamos a sus ojos de alguna manera, pero no hay nada sobrenatural en lo que acaban de ver.
-Ni tampoco ninguna mentira-agrega el otro orgulloso-nosotros estuvimos ahí, cuando nuestros obreros salían de nuestra fábrica hace dos semanas y logramos capturar en nuestro invento, que tienen a sus espaldas, la máquina del mañana.
-Los hermanos Lumiére con gran placer-te dicen los dos a la vez, mirándote a los ojos-les presentan el cinematógrafo.
¡Bienvenidos pasajeros! Este pequeño ejercicio narrativo fue un intento de aproximación a lo que se pudo haber sentido estar presente en la proyección de la primera película de la historia, pragmáticamente titulada "La salida de los obreros de la fábrica Lumiere". No me detendré mucho tiempo en explicaciones, sólo me parece sorprendente que una grabación tan simple y banal, de sólo cuarenta y seis segundos, haya transformado la historia de la cultura y disparado un potencial de creación ilimitado.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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