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Destrucción y creación

― ¿Por qué no lloras, abuelo? ―preguntó la afligida niña, mientras se extinguía el último aliento de la pila funeraria― ¿Acaso no la querías?


―Más que a mí mismo, pequeña. Siempre extrañaré a tu madre, pero aunque es grande el dolor, también siento regocijo por la nueva vida que le espera, pues tal es la voluntad de Shiva.


― ¡Odio a Shiva! El brahmán dice que es un juez terrible, que destruirá el mundo en el fin de los tiempos. Todas las historias que me cuentas de él son de ira y muerte. ¿Por qué adoras a un dios que no hace sino arrebatar?


―Eres muy joven, aún no comprendes que todos tenemos dentro de nosotros dos naturalezas. Shiva no sólo arrebata, pequeña, sino que otorga, aunque a veces no lo veamos. Su tarea es destruir, pero no por maldad, sino porque todo debe nacer de nuevo. Solo de la muerte puede nacer la vida.


―No lo entiendo abuelo. ¿Como puede alguien crear y destruir a la vez?


Y entonces el anciano tomó a su nieta en brazos, y le contó una última historia:



Shiva y Parvati se amaban, como se amaron tu padre y tu madre; pero los dioses a veces necesitan un respiro unos de otros. Tú que a veces peleas con tus amigos ¿te imaginas lo cansada que estarías si tuvieras que vivir con ellos por toda la eternidad? Pero eso no significa que no se quieran...aquella vez, hace mucho tiempo, que Shiva dejó a su mujer, siempre planeó regresar a su lado.


Lo que el dios ignoraba era que Parvati se encontraba encinta, y tanto se concentró en sus obligaciones de juez, que a sus oídos no llegaron las noticias de la espera, ni del alumbramiento. La pobre diosa tuvo que traer a su nuevo hijo sola al mundo, y tanta fue su ira que en cuanto el niño creció, lo vistió y entrenó como guardián, dándole instrucción de que no dejara entrar a nadie a sus aposentos.


El muchacho cumplió con devoción su instrucción por años, hasta el día en que, mientras su madre se bañaba, Shiva volvió. Extrañaba a su mujer, y gozaba de verla mientras el agua la recorría, pero aquella mañana en que pensaba sorprenderla con joyas y flores, se encontró a un niño de cuatro brazos, armado, negándole el paso.


Con solo verlo, Shiva intuyó su naturaleza divina, y asumiendo su autoridad como uno de los dioses mayores le ordenó que se apartara, pero el muchacho se negó. Después, intentó negociar con él, instruyéndole sobre el derecho de cualquier hombre, mujer o dios de visitar a su cónyuge, pero ni así el muchacho se apartó, pues las órdenes de su madre eran claras. Al escuchar tal respuesta, Shiva comprendió que se encontraba ante su propio hijo y por última vez le exigió que se apartara, invocando su autoridad paterna.


Entonces de Shiva se posesionó su mitad terrible, aquella que juzga inmisericorde. Viendo la sonrisa taimada del muchacho, encontró que éste no sólo desobedecía a su padre, sino que se mofaba de él sin ningún respeto. Furioso, lo declaró culpable y de un solo golpe arrancó su cabeza de sus hombros.


No llores, pequeña, sé que el cuento te asusta, pero sigue escuchando, pues Shiva es muchas cosas, pero no es malvado. En cuanto el dios abrió la puerta y miró el rostro de su esposa, su corazón se ablandó. Sí, el muchacho había cometido un crimen terrible al desobedecer a su padre, pero al hacerlo había demostrado devoción a su madre, lo cual era una gran virtud. Compartiendo el dolor de Parvati, se arrodilló a sus pies y, disculpándose, juró que haría lo que fuera para resarcir el daño.


"Solo una cosa quiero de ti", le respondió "que traigas a nuestro hijo de vuelta".


Y lograr ese cometido juró, pero había un gran obstáculo. Incluso su magia divina tenía limites, y no podría respirarle vida al muchacho sino reemplazaba la cabeza. Shiva también quería traer al niño de vuelta, pero no sería justo traerle alegría a Parvati haciendo miserable a otra madre, por eso prometió ante su mujer y el universo:


"Traeré una cabeza para nuestro hijo, pero será la de un ser solitario. Volveré con aquella que pertenezca al primer bebé que no esté en brazos de su madre"


A lo largo y ancho de toda la tierra buscó, hasta que encontró a una criatura abandonada, de una madre de piel gruesa y corazón duro, incapaz de sostenerlo en su regazo. Fue esa cabeza la que colocó en el cuerpo de su hijo, al que dotó nuevamente de vida y nombró patrón de los artistas y los sabios, de los niños y la abundancia. Tú, mi niña, conoces también su nombre, pues en honor a su misión de guardián colocamos su efigie en la puerta de nuestros hogares.


― ¿Ganesha? ―preguntó la niña, antes de que sus ojos se iluminaran al comprender la historia― Por eso Ganesha tiene cabeza de elefante.


―Sí, pequeña. Ganesha murió y volvió a nacer, y ahora trae buena suerte a quienes lo veneran, rompiendo los obstáculos que nos confrontan. Así también volverá a vivir tu madre, y su amor traerá fortuna a los que atesoremos su recuerdo.

¡Bienvenidos pasajeros! Repasando el archivo de este blog, me percaté que nunca he cubierto mitología de la India, y quiero comenzar relatando el origen del que es probablemente su dios más popular.





Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío


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