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Dos noches frías en París

París, 1903

-Si hacemos esto, lo más seguro es que nos retiren el galardón.


-No me importa, Henri-contestó Pierre-De todas formas nunca me han gustado los eventos públicos.


Marie entró a la habitación entonces, donde los dos hombres con los que tenía más cercanía discutían intensamente. El más enojado era Pierre, su marido por los últimos ocho años, el otro era su estimado director de su tesis doctoral, y a él dirigió una mirada inquisitiva.


-Gosta Mittag le envió una carta a Pierre-le contestó el doctor-La Academia sueca a decidido otorgarle a nuestra investigación el Noble en Física.


Marie se tocó entonces las yemas de los dedos, adoloridos e inflamados. Aquella investigación les había costado mucho, años de trabajo y salud, pleitos por derechos de autor, críticas y escarnio. Había sido de verdad un trabajo colaborativo: Bequerel había descubierto rayos extraños en el Uranio, Pierre había diseñado la máquina eléctrica con la que habían experimentado, y Marie había replicado el fenómeno y descubierto no uno, sino dos elementos nuevos. No entendía porque no estaban celebrando.


-No hay manera fácil de decirlo, querida-le confesó su marido-pero pretenden sólo premiarnos a Henri y a mí. Presentamos una moción, pero consideran que tu sólo fuiste nuestra asistente de laboratorio, sin participación significativa.


Una mujer menos fuerte, más inocente habría llorado, gritado, desvariado; pero Marie se limitó a encogerse de hombros, pues había vivido lo suficiente para saber que aquello era natural. Es más, ya estaba acostumbrada, pues siempre había sido lo mismo. Desde que era niña en Varsovia y tenía que salir de su casa escondida a mitad de la noche para tomar clases clandestinas. París no la había tratado mucho mejor: tres cartas de rechazo por cada una de aceptación, casi tener que mendigar para conseguir fondos. Sabía perfectamente que, pese a su inteligencia, había sido muy afortunada de llegar hasta este momento.


-Y ahora-dijo Bequerel interrumpiendo sus memorias-tu marido pretende escupirle en la cara a la Academia.


-Estoy siendo amable, Henri, pero enfático. Tu puedes ir a Estocolmo si lo deseas, pero rechazaré el premio si no se incluye también a Marie. Sabes tan bien como yo que sin ella no hubiéramos conseguido nada.


-Ustedes serán mi perdición un día de estos insensatos-dijo el viejo profesor, pero una sonrisa se asomaba en su rostro-supongo que es lo justo. Recibiremos el premio los dos o ninguno lo hará.


Fue entonces que el ambiente se relajó y por fin se permitieron celebrar un poco. Marie estaba orgullosa del apoyo de su marido, quien la había cortejado durante un año e incluso insistido en dejarlo todo con tal de dejarla en Polonia. Sin embargo, un sentimiento triste le aquejaba, pues se estaba dando cuenta que, incluso si la Academia cedía y les otorgaba el premio, sería en colaboración. Nunca ganaría nada sola.


No, no se podía rendir, y en ese momento le susurró un juramento secreto a su marido:


-Sabes Pierre, la próxima vez que gane un premio, mi nombre será el único en el dictamen.


Ocho años después...


Sola con sus fantasmas en el mismo apartamento, Marie pensaba en el juramento que había hecho aquella noche. Quería ser la única en ganar, pero no había tenido la intención de quedarse con nadie que celebrar. Si les habían dado el premio (aunque la prensa la había ignorado a ella), pero poco les había durado la celebración. Su querido Pierre había sido arrollado por un carruaje tres años después y la viudez le había afectado más de lo que había imaginado. Hasta Bequerel la había dejado, uno de sus experimentos lo había matado tres años atrás.


Desolada, se había concentrado en su trabajo, y en ese aspecto había tenido frutos: había conseguido un puesto de profesora en la Universidad de París (que habían creado para Pierre), y por fin había cumplido su deseo de dirigir un laboratorio, en el que había logrado almacenar radio y polonio, los elementos que había descubierto años atrás. No habían sido años felices aún así: la Academia de Ciencias Francesa le acababa de negar un lugar por su condición de mujer, sus problemas de salud seguían y el tórrido romance en el que se había involucrado sólo había aumentado su depresión.


Le quedaban dos alegrías en la vida: Irene y Eve, sus hijas, su legado. Y por el sonido de sus suelas supo que eran ellas quienes se acercaban a su ventana.


-Madre-le dijo Irene-llegó una carta para ti, de Estocolmo. Es importante.


-Hace años que no trabajo en Física, seguro consiguen un mejor orador para sus discursos.


-No es sobre física, madre.


Intrigada, tomó el sobre y lo abrió. Estaba escrito con la misma parca formalidad con la que los habían premiado aquel entonces por descubrir la radioactividad, pero en este caso estaba dirigido únicamente a ella.


"En reconocimiento por sus servicios en el avance de nuestra ciencia por el descubrimiento de los elementos radio y polonio, el aislamiento del radio y el estudio de la naturaleza y compuestos de estos elementos, nos es grato informarle que la Academia Sueca a decidido otorgarle el Premio Nobel de Química".


No sonrió, ni gritó de júbilo, estaba muy cansada para eso, pero apretó el sobre contra su pecho y miró hacia las estrellas, esperando encontrar en ellas los ojos de Pierre, para confirmarle orgullosa que había cumplido su promesa.


¡Bienvenidos pasajeros! En esta ocasión quise hablar de quizá la mujer científica más famosa, Madame Marie Curie, primera mujer en recibir el Nobel (aunque fuera de manera conjunta) y única persona en recibirlo en dos campos distintos. No repasaré aquí la lista de sus logros y reconocimientos, ni su legado (que incluye a su hija Irene, quien también ganaría el Nobel en 1935), sino una realidad más trágica: hasta 2022, 27 organizaciones han ganado el Nobel; y en cuanto a los individuos, 6o han sido mujeres, una cantidad grande que palidece en comparación con los 894 hombres galardonados.


Por eso es importante reconocer las primeras veces en que las mujeres han superado las barreras sociales para hacerse con el triunfo, obstáculos que aún existen, más cuando lo logran de manera individual y no como un añadido a un trabajo colaborativo, porque sin estas historias para servir de ejemplo e inspiración el riesgo de la regresión está siempre presente.



Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío

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