El 48 de la calle Tacuba
- raulgr98
- 29 sept 2022
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Ciudad de México, noviembre de 1853
En un mes se cumplían 17 años que su familia había regresado de España, exiliados por Victoria en 1827. Sólo el hermano de su madre había permanecido en aquellas tierras, y decían que había llegado a ser presidente (aunque Francisco no creía que 5 días en la silla fueran motivo para presumir). Cualquiera que tuviera sentido común entendería porque el poeta no tenía ningún amor por su tierra, que había dejado a los tres años, pero todo parecía indicar que ninguno de sus amigos lo poseía, ni siquiera Guadalupe.
-Fuiste de los primeros que nació como mexicano-le decía todos los días desde que el general había publicado la convocatoria-y ningún muchacho imberbe tiene tu talento, es casi como si fuera tu destino.
-Buscan quien escriba ideales patrióticos-respondía siempre hastiado-yo no tengo nada que ofrecerles. Todos mis poemas son de amor.
Francisco esperaba que ese día fuera diferente. Había acudido a la casa de su suegro para celebrar la fiesta de compromiso con Guadalupe, no para volver a escuchar largos sermones de como sus habilidades con la pluma estaban siendo desperdiciadas.
Le abrieron la puerta del número 48 de la calle Tacuba con una sonrisa, y durante la comida nadie pronunció palabras como "himno", "Santa Anna" o "concurso", ni siquiera se habló del trabajo de Francisco. Quizá debería haber sospechado de aquella actitud tan dócil, pero se sentía tan libre que se permitió bajar la guardia.
Tras terminar sus alimentos, Guadalupe le dijo que quería enseñarles algunos retratos que habían llegado de ultramar y se encontraban en el estudio de su padre y Francisco lo siguió entusiasmado, pues nunca perdía la oportunidad de comentar el arte europeo. Cuando su prometida le abrió la puerta y le indicó que pasara, lo que dominaba la habitación era una sencilla mesa de madera, un banco incómodo, tintero y pluma, cientos de hojas en blanco, No había ni siquiera tenido tiempo de asimilar que estaba pasando cuando escuchó a la puerta cerrarse y el sutil sonido de una llave que ponía el cerrojo, mientras una dulce voz de mujer le decía al otro lado:
-Saldrás querido mío, cuando tenga en mis manos el que será el himno nacional de México.
Francisco amenazó con gritar, maldecir, patalear, cancelar el compromiso pero en el fondo sabía que no había nada que hacer; había caído en la trampa. Caminó en círculos por la habitación y se dio cuenta que Guadalupe no había mentido del todo, pues si había cuadros en la habitación. Pero no eran retratos de su familia, sino representaciones de la joven historia nacional. Aún no tenía inspiración para escribir, probablemente nunca la tendría, pero resignado a su suerte, tomó la pluma y comenzó a escribir.
Cuatro horas después, Guadalupe González del Pino seguía de pie afuera de la habitación, soñando despierta con la gloria que sabía le esperaba a su prometido, cuando con delicadeza diez hojas de papel se deslizaron por debajo de la puerta.
¡Bienvenidos pasajeros! Efectivamente, los versos de Francisco González Bocanegra fueron anunciados como ganadores del concurso en febrero del año siguiente, y junto con la orquestación de Jaime Nunó conforman lo que todavía hoy se canta como el himno nacional mexicano, irónicamente estrenado en lo que actualmente es Bellas Artes, a un par de cuadras de la prisión del compositor.
La moraleja de esta historia es sencilla: muchas veces me han preguntado si es más importante la inspiración o la constancia para escribir, y aunque no creo que la privación de la libertad esté justificada bajo ningún concepto, es cierto que hay veces que simplemente hay que obligarnos a escribir, pues quizá dentro de nosotros haya una gran obra que nunca nazca por quedarse esperando a que las musas hablen.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
¡Excelente historia!