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El anciano cuentacuentos

¡Bienvenidos pasajeros! Sólo nos quedan tres capítulos más de la historia de Hércules, y estoy seguro que algunos de ustedes están ansiosos por terminar. Por eso decidí que el día de hoy, en lugar de entretenerlos con días y días de otras aventuras, haré mención de algunas de sus hazañas menos conocidas a la vez que exploramos su legado.

El anciano cuentacuentos

Las afueras de Tebas, treinta años después


En el cielo las estrellas brillaban sobre la matanza, y en la tierra, un encapuchado cansado ponía sus manos frente a una fogata, buscando el calor que por la edad no le permitía encontrar en la batalla. Frente a las puertas de la ciudad, cientos de cadáveres yacían descuartizados, acabados por tan sólo treinta guerreros, que habían logrado sobrevivir todos al combate.


Y no podía haber resultado de otra manera, pues era sangre gloriosa la que corría por sus venas. Algunos habían nacido de doncellas nobles, otros de ninfas, un par incluso de monstruos, pero todos ellos, junto con dos docenas de mujeres, tenían el mismo padre, que los había engendrado durante sus muchos viajes.


Tres de ellos se acercaron, los que siempre habían sido los favoritos del anciano: Hilo, Tlepólemo y Télefo. El primero de ellos cargaba una cabeza, que depositaron en sus manos nudosas. El viejo lo miró y sonrió: peso a las arrugas y los largos cabellos blancos, el muerto poseía la misma mueca, entre cobarde y arrogante, con la que había reinado desde que nació. Sin la corona con la que había marchado a la venganza, la locura y la muerte, parecía aún más insignificante de lo que había sido en vida.


Sentía una agridulce satisfacción de tener entre sus manos tan macabro trofeo, pero era el momento de terminar con esto. Tras agradecer a los dioses que lo dejaran vivir para ver cumplida la justicia, arrojó los despojos al fuego.


Mientras el viento se llevaba las cenizas de lo que fue el rey Euristeo, el anciano juntó a los guerreros a su alrededor.


—Su padre siempre quiso castigar al rey cobarde, pero los dioses se lo prohibieron. Parece que era el destino que encontrara la muerte aquí, tratando de exterminar a su descendencia.


—Sigo sin entender porque quisiste que lo esperáramos afuera de la ciudad, en lugar de arrasar Corinto hasta los cimientos, como padre....


—No seas ingenuo. Aquí empezó todo, con la seducción de tu abuela; y aquí debía terminar. Además, hay murallas que ni el mejor de los héroes puede derribar. Cuando su padre mató a la gran serpiente que atacaba Troya, la gran ciudad contra la que pronto iremos a la guerra, y su rey se negó a pagarle...


—Ya sabemos esa historia. Fue la única derrota que tuvo Padre, pues no pudo derribar las murallas, que los mismos Apolo y Poseidón levantaron. ¿No tienes otro cuento?


—Apolo y Poseidón, sí. Su padre se ganó el rencor de muchos dioses a lo largo de su vida, pero también fue agradecido con ellos cuando era necesario. Cuando Gea levantó gigantes de la tierra, y las Moiras decretaron que sólo la unión de dioses y héroes podrían vencerlos, fue a un hombre al primero que convocaron ¡Imagínenlo! Un mortal, luchando lado a lado con los señores del Olimpo. Claro todo esto fue después de cumplir sus penas, antes de casarse de nuevo...


—¡Ya nos has contado muchas veces sus aventuras después de pagar sus culpas! Queremos saber que vivió entre tarea y tarea, no pudo haber pasado ocho años sólo viajando.


—Su padre deseó siempre la gloria —dijo con tristeza— y como sus trabajos impuestos no lo cubrirían de ella, aprovechó las distancias para vencer los monstruos de todos los confines de la Tierra. Incluso fue marinero del Argo, navegó con Jasón en busca del vellocino, al menos por un tiempo, hasta que lo obligaron a continuar su misión. Ahí conoció a Teseo y a todos los demás. Lo que daría por haber estado en ese barco con él...¡Los mejores héroes de aquel tiempo! Y ahora, Heráclidas míos, les corresponde ocupar su lugar en una nueva generación, la de Aquiles y los pretendientes de Helena.


Los muchachos se removían inquietos, sentían curiosidad por saber del padre al que ninguno había conocido, pero era una duda más que ninguna la que los atormentaba. Fue Hilo, el mismo que mató al primo de su padre en combate singular, quien se atrevió.


—Sabemos ya que él fue el héroe más grande de todos los tiempos, pero... ¿por qué nunca tomó un trono? ¿por qué no creó un imperio? ¿por qué murió y nos abandonó?


El anciano suspiró, pues había llegado el día que tanto había evitado, pues tendría que revelar una historia que aún le producía mucho dolor.


—Supongo que ya están listos. Hay una última historia que nunca les he contado. Queridos míos, ¿quieren oír la historia de cómo murió el fuerte Heracles?


Y treinta voces contestaron al unísono:


—¡Sí tío Yolao!


El cuentacuentos se quitó la capucha. Sus ojos estaban cansados, y su barba le llegaba al abdomen, pero su memoria permanecía intacta, tenía una misión que cumplir antes de morir, y era que la historia viviera por siempre. Ante la mirada ansiosa de sus sobrinos, comenzó a narrar...


—Cinco años después de cumplir sus doce trabajos, el héroe participó en unos juegos...

Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío





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