El ascenso
- raulgr98
- 3 ago 2023
- 6 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! El relato que hoy les traigo es uno que escribí hace varios años, pero que permanece cercano a mi corazón y deseo compartir. Tiene muchos de los elementos que me inspiran al escribir: Historia (en esta ocasión un desastre poco conocido para el público en general), algo de acción narrativa y una invitación a la reflexión, pues creo que es importante recordar que la arrogancia puede tener consecuencias graves, y hay que saber reconocer los límites.
El ascenso
Ártico, marzo de 1912
Cuando Birdie le rebanó el cuello al último perro, el capitán pensó por primera vez que nunca volvería a casa. Los cincos viajeros habían pasado tantos meses fuera que habían olvidado ya sus ciudades, sus calles, sus hogares; en medio de la nieve hasta los rostros de sus familias parecían ya borrosos. A Falcon Scott no le importaba nada de eso, porque sabía que había nacido para un propósito más grande; la historia lo esperaba en la cima de la montaña. Ser el primer hombre en llegar al polo sur era una hazaña por la cual valía la pena perder la vida; la gloria eterna llegaría en el momento en que los helados vientos hicieran ondear la bandera del imperio británico que con tanto recelo habían custodiado toda la expedición.
A su espalda, Wilson volvía a quejarse de la falta de ponies, como hacía siempre desde que el hielo se había llevado al último. Evans, cínico como siempre, dijo que lo único que lamentaba era que no se le hubiera ocurrido guardar la carne, pues seguramente sabría mejor que la de los perros que acababan de sacrificar. Birdie, brillante pero de mecha corta, cerca estuvo de usar nuevamente su cuchillo cuando el capitán impuso el orden, ordenando a sus hombres que se prepararan para ascender arrastrando ellos mismos los cuatro trineos con las pocas provisiones que les quedaban. Uno a uno, Scott vio a los exploradores atarse a los trineos y entre ellos con la desgastada cuerda, pero cuando comenzaron a subir en todos permanecía un gesto sombrío, como si no entendieran lo importante de su misión. Solo el viejo Oates se animó a sonreír al pasar junto a su capitán, pero no pudo ocultar el mismo fatalismo que asomaba en la mirada de todos los demás, haciendo que Scott se preguntara si en su rostro también se reflejarían los mismos temores que en sus compañeros.
Pronto se hizo de noche, pero no habían llegado ni a la mitad del camino. Oates sugirió montar un campamento en la ladera, pero el capitán todavía podía distinguir un poco las formas, determinó seguir caminando hasta que la oscuridad fuera completa. Avanzaron apenas unos cuantos pasos cuando se oyó un crujido desgarrador, y Scott sintió que un tremendo peso le desgarraba la espalda y lo jalaba hasta el vacío. Sus pies dejaron de sentir la nieve y por un segundo pensó que había muerto, hasta que una luz le alumbró la cara y la mano firme de Wilson lo sujetó. Con la escaza iluminación de la bengala de Oates, el capitán trató de recordar que había pasado. Alguien había pisado donde no debía, o tal vez el viento era ya muy fuerte, no era posible saberlo, pero media montaña se había partido. Scott pudo observar a Birdie apenas sujetándose de una saliente, parecía un milagro que soportara el peso de los trineos a los que estaba atado hasta que el capitán reparó en los dos cargamentos destrozados al fondo del abismo, el navegante había pensado lo suficientemente rápido para cortar la cuerda antes de caer. Solo entonces Scott se preguntó porque no estaba él ya muerto, si ni siquiera tenía cuchillo, y aunque lo hubiera tenido, el dolor de espalda no lo hubiera dejado reaccionar. Reunió la suficiente fuerza de voluntad para mirar justo debajo de él y reparó por fin en Evans apenas unido a él por un trozo de soga; debió haber sido el marino quien le había salvado la vida a costa de perder también el trineo que ellos llevaban. Evans, callado por primera vez en mucho tiempo se limitó a tomar una tela de su abrigo y extenderla a su capitán, pero el esfuerzo probó ser demasiado para la cuerda, que se rompió al instante. Unidos apenas por la tela que ambos sostenían, el capitán se afanaba por sujetarse a la mano de Wilson mientras éste insistía que nunca podría levantarlos a ambos. Falcon Scott miró una última vez a su leal marino cuando la tela amenazó con desgarrarse, y, con tal de salvar lo que hasta horas después se revelaría como la bandera que habían custodiado, una mano se soltó y Evans se perdió en el vacío.
Unas horas después, en la tienda de campaña que habían logrado salvar de manera inexplicable; Oates revisó las heridas de sus compañeros: Birdie se había desgarrado los dedos al cortar la cuerda, pero le aseguró a Wilson que aun así viviría más que él. El capitán, en cambio, tenía la espalda en carne viva por la quemazón que le provocó la soga al arrastrarlo, y su abrigo, hecho jirones, se podía dar por perdido. Royendo los huesos de sus últimos sabuesos, Scott recordó que había reunido provisiones suficientes para cuatro personas, pero era posible que su insistencia de incluir a Birdie en el grupo hubiera maldecido la expedición desde el principio. Las provisiones hacía ya mucho que se habían terminado, el viento y la nieve eran cada vez mayores y ellos volvían a ser cuatro, pero Scott se juró a si mismo que subiría aquella montaña, aunque fuera para que la muerte de Evans sirviera de algo.
El amanecer tardó en llegar, y al despertar el grupo descubrió que otro miembro los había abandonado. Los únicos rastros que quedaban de Oates eran su abrigo, que había dejado sobre los restos destrozados del de Scott, y una rápida nota en la que afirmaba que sólo había salido a caminar. Nadie en la expedición había reparado en que todos los abrigos de repuesto se habían perdido en el accidente de la noche anterior, sólo el viejo, que había decidido sacrificarse para que el resto pudiera llegar a la cima. Wilson llegó a sugerir que se abortara la misión hasta que el clima fuera más benévolo, pero el capitán sabía que eso nunca pasaría, no les quedaba más remedio que seguir subiendo.
El sol se ocultó y nació todavía dos veces más antes de que entre el viento helado y las gruesas nevadas el trío pudiera divisar la cima. Con una razón para sonreír por primera vez desde que el alcanzaba a recordar, Scott desenvolvió con delicadeza la bandera que les recompensaría por todos sus sacrificios, y la colocó en su asta para izarla orgullosamente las pocas horas que les restaban de ascenso. Pero cuando finalmente llegaron al destino que tanto habían perseguido, los tres se arrodillaron en la nieve, con lágrimas en los ojos, sin poder creer lo que veían.
Wilson lloró de desesperación, Birdie maldijo hasta cuando la voz se lo permitió, pero Scott permaneció en silencio, castigándose por sus errores, por su orgullo desmedido, sabiendo que nada importaba ya, todo había sido en vano, porque cuando el equipo soltó su asta en frustración y amargura esta se fue a enterrar justo bajo la sombra de una ondeante bandera noruega.
Ninguno de los tres descendió jamás de la montaña. Sin comida y con las ilusiones rotas, una nevada aún más fuerte los sorprendió esa misma noche, y un ventarrón repentino les robó la tienda al amanecer. Las vencidas fuerzas les duraron tres días todavía hasta que Robert Falcon Scott se resignó a su suerte. Tiritando en la nieve, trató de recordar lo que era el calor, o la felicidad, pero no pudo. Garabateó con los dedos congelados y entumecidos unas breves palabras sobre su mala fortuna, aunque dudaba que alguien las leyera. Tumbado, sin sentir las piernas, movió el cuello rígido para fijarse en sus compañeros, incapaz ya de levantarse; Birdie temblaba débilmente con los ojos cerrados y Wilson miraba a la nada, ya ni siquiera se movía. El otrora arrogante capitán pasó la que sería su última noche en total soledad. Cuando el pálido sol invernal se asomó por el horizonte y lo alumbró, Scott ya no percibía su luz, ni la espalda quemada, ni siquiera el latido de su corazón; solo sentía el frío.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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