El corazón de la tormenta, parte 2
- raulgr98
- 12 dic 2024
- 4 Min. de lectura
Bien dicen que el espíritu inquieto nunca quedará satisfecho. ¿Que más quieres de la vida que no te haya regalado ya? Eres el héroe de tu pueblo, el sobreviviente de la peor nevada que se ha visto en generaciones; por más que respondas a quien esté dispuesto a escucharte que no fue sino la suerte lo que te salvó. Mas no importa si fue la casualidad, la astucia, o una fuerza que te niegas a revelar, te has convertido en un líder entre los tuyos, y tanto niños como ancianos buscan tu consejo.
Diez años han pasado desde aquel encuentro que no puedes revelar, y ahora eres más rico, y también mas sabio, y por todas estas lunas no has contado la verdad de aquella noche. Al principio ardías en deseos de contarlo, orgulloso y ambicioso como eras, y sólo el miedo a morir guardó tu lengua. Ahora la edad te ha enseñado que hay misterios que son mejor dejar para la intimidad, y aún así la tentación permanece. Ya no es por gloria o vanidad, sino una más difícil de resistir.
Ahora, ella es tu tentación.
La conociste al invierno siguiente de tu mística aventura, cuando los recuerdos comenzaban ya a tornarse difusos. Algo en tu interior te decía que llevaba tiempo observándote, pero no era del coro de admiradoras que buscaba tus atenciones desde el día que volviste; permanecía siempre sola, oculta, con apenas la sombra de una tímida sonrisa en el rostro. Tardaste un par de meses en encontrar un momento a solas para hablarle, y te sorprendió la inteligencia que desbordaban sus palabras, el ingenio con el que te hacía reír y la dulzura con la que se arreglaba el cabello negro y sedoso. No es de tus antiguas amigas de la infancia, estás seguro de nunca antes haberla visto por estos lares, pero hay algo familiar en ella, como si se conocieran de toda la vida.
El noviazgo fue largo y el compromiso corto, pues una vez que entendiste que no amarías a ninguna mujer con tanta intensidad no deseaste otra cosa más que desposarla. Y ahora, la riqueza y la fama que de joven ambicionaste no es lo que atesoras, ha sido su compañía, y los dos hijos que te ha dado la fuente de los años más felices de tu vida. Y aún así, una sombra se extiende sobre tu dicha, y es que te carcome el que le guardes un secreto a la persona que más te importa.
Nunca más volviste a tardar en regresar a casa, y ese día no es la excepción. Para cuando los primeros copos de nieve comienzan a caer, tú ya estás en casa, calentándote al juego, mientras los niños juegan en la otra estancia y tu mujer calienta un poco de té. Es una fantasía por la que cualquier otro daría cualquier cosa, pero tú sabes que no lo disfrutarás a menos que seas honesto. Ella, que te ha dado todo lo que esperabas y más, se merece al menos eso.
Te levantas y con un beso llamas su atención, como en la mañana de primavera en la que pediste su mano. Tus brazos son más fornidos que en aquel entonces, y una barba de la que antes carecías cubre tus mejillas, pero ella sigue igual de hermosa que la primera vez que la viste, con unos ojos azules tan maduros como bellos.
"Perdóname, pues he fallado en el juramento que te hice cuando nos casamos", le dices, "pues prometí ser siempre fiel y te he faltado. No por palabra o acción, sino por omisión, Hay algo de mí que siempre he guardado de los demás, incluso de ti, y mi gran hazaña no sucedió como todos se imaginan. Si destruyo la imagen que tienes de mí, lo entenderé, pero no puedo seguir mintiéndote...."
Y se lo dices. Por primera vez en diez años, desnudas tu alma para mostrar tu culpa, tu miedo, tu asombro; y por un instante, sientes verdadero alivio. Eso es, hasta que notas por primera vez que los labios de tu esposa son tan azules como sus ojos, tan azules como el hielo...
"No le digas a ningún mortal lo que aconteció esta noche, o el frío volverá por ti", susurra el viento, trayendo de regreso un recuerdo, y por primera vez bajas la mirada.
Sus pies no tocan el suelo.
Corres, pero no por tu vida, pues sabes que nunca podrías escapar de ella. No intentas alcanzar la puerta, sino la estancia. Recuerdas la escarcha extendiéndose por el anciano, y sabes que ese será tu destino, no te importa. Hace diez años viste a la muerte a la cara, pero ahora, más sabio y más valiente, no es su rostro el último que deseas ver. Confiando en que tu ejecutora te de al menos la misma expresión de paz que le concedió a su última víctima, tomas a tus hijos, que han parado de jugar, los estrechas con tus brazos y viéndolos a los ojos, con una sonrisa en los labios, les dices que todo estará bien.
Pero la mano que se posa sobre tu hombro no es la del frío espíritu, sino la cálida compañía de la mujer que amas. Tu esposa y la yuki-onna te hablan con una sola voz, pues han sido una misma desde el día que tu mirada se posó sobre ella.
"El amor por mí fue el que te condenó, pero el amor por ellos es el que te ha salvado".
"Pero, rompí una promesa..."
"Para preservar otra" te dice mientras su cuerpo comienza a desvanecerse, transformado en niebla y hielo derretido, "además, al oído que escuchó tu imprudencia difícilmente se le puede llamar mortal".
Ha pasado casi un año desde la última vez que viste a la yuki-onna, y en tus huesos sabes que se acerca otra nevada, pero una que en esta ocasión recibes con alegría; pues sabes que la tormenta tiene un corazón, y aunque el invierno puede guardar rencor, más temprano que tarde extrañará a su familia.
¡Bienvenidos pasajeros! Como prometí, esta semana les traigo la segunda parte de mi adaptación del cuento de la yuki-onna, para recordarnos el calor de la compañía en estos fríos días de cierre del año.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
Quiero entender que la Yukki-onna tomó la apariencia de una mujer.