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El encapuchado en El Globo

Londres, 19 de mayo de 1603.


El misterioso enviado cruzó el Támesis y se adentró en el bajo mundo del distrito teatrero, En lo personal, despreciaba la bajeza y la vulgaridad de los actores, pero estaba cumpliendo órdenes que no se atrevía a despreciar.


En otro de sus recorridos por aquellas calles, doce años atrás, antes de la primera prohibición del teatro y su nueva legalización se había detenido por mera curiosidad en La Rosa, que en aquel entonces administraba Richard Burbage de Los hombres del Almirante (por qué un noble se prestaría a jugarse su reputación patrocinando una compañía escapaba a su comprensión, pero era un requisito legal para que los actores conservaran su trabajo y más de un cortesano derrochaba su fortuna en el espectáculo). En aquel entonces la compañía había montado la vida de algún rey, Enrique VI le parecía, pobre dramatización de la pluma de un cualquiera, un advenedizo, al menos en aquel entonces: Shakespeare se llamaba. Irónicamente, ese desconocido era hoy uno de los "ilustres caballeros" con los que se debía entrevistar.


Tras caminar un par de cuadras, llegó al que sabía era su objetivo: el gran anfiteatro blanco de madera y paja, que se alzaba insolente por encima del resto. Aquel septiembre cumpliría apenas cuatro años de haberse inaugurado, pero ya se consideraba una referencia del barrio, hogar exclusivo de las mejores obras de la ciudad. Sobre la puerta, una bandera colgaba; el color indicaba al vulgo iletrado el género que se representaría esa noche, mientras que el emblema era la marca de la compañía, un Hércules desnudo sosteniendo el mundo. Al enviado le parecía en extremo pretencioso.


Resignándose a la tarea, cruzó el umbral de aquel antro de perdición, hervidero de vicio e inmundicia, que en las noches más ajetreadas podía albergar tres mil espectadores. Pero incluso a él, escéptico del teatro, le sorprendió el tamaño del edificio, tres niveles de asientos rodeaban el escenario en un semicírculo, aunque la mayor parte de la plebe compraba los boletos más baratos, de pie en la arena al aire libre frente al escenario. El escenario, elevado del suelo mediante una trampilla, también tenía tres niveles para que los músicos se colocaran, y puertas separaban el lugar de los actores con los escondites para el equipo, las cuerdas y los vestuarios. El cuchicheo en la corte decía que los teatros tenían sótanos inmensos para los ensayos, y que el escenario estaba lleno de trampas para realizar todo tipo de artificios, pero él esperaba no quedarse lo suficiente para un recorrido.


Para su fortuna, toda la compañía estaba en el escenario, bebiendo y jugando a los naipes. En cuanto el primero de ellos los vio se aclaró la garganta y comenzó a leer el mensaje que había transportado escondido bajo su capa.


-"Señores Lawrence Fletcher, William Shakespeare, Richard Burbage, Augustine Phillips, John Heminges, Henry Condell, William Sly, Robert Armin y Richard Cowley, en representación del resto de sus...asociados".


El más avispado de aquellos individuos, reconociendo el emblema en el jubón del enviado, externó su sorpresa.


-No creí que el rey se interesara tan pronto por unos humildes actores, su tía falleció hace menos de dos meses.


-Su majestad consideró de extrema importancia enviarme-contestó el mensajero, tratando de imprimir la mayor cantidad de desprecio en su voz-para comunicarles que a partir del día de hoy, esta compañía pierde el patrocinio de Lord Chamberlain, y por lo tanto el derecho a ocupar su nombre.


No pudo evitar sonreír mezquinamente ante la incredulidad y devastación de los actores, regodeándose en la pausa que estaba haciendo. Ninguno protestó, pero no podían ocultar la tristeza y desilusión. Las circunstancias eran difíciles de creer, no uno sino dos Lord Chamberlains les habían dado su bendición para operar desde 1594, y gracias a su apoyo se habían convertido en la mejor compañía de Londres, incluso mejor que los hombres del Almirante. Acababan de inaugurar el teatro más caro de la ciudad. Aquello no tenía ningún sentido.


Si por el enviado hubiera sido, hubiera abandonado el recinto en aquel momento, pero debía concluir su encargo, por mucho coraje que le produjera decir la segunda parte del edicto. Escupió las palabras despacio, como si cada una le doliera.


-Dejan de ser los hombres de Chamberlain con efecto inmediato...porque su alteza desea invertir en...el talento del maestro Shakespeare...y el resto de esta...notable compañía. Los nueve que acabo de mencionar deben presentarse en tres meses a palacio para recibir el título de ayudantes de cámara para que puedan participar en la procesión de coronación dentro de un año. A partir de hoy y para siempre, por orden de su alteza real Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, esta compañía pasará a llamarse Los hombres del Rey.

¡Bienvenidos pasajeros! En este breve texto quería mostrar las grandes contradicciones de la época isabelina respecto al teatro: gran parte de la élite lo consideraba un entretenimiento vulgar y pecaminoso, que carecía de cualquier valor educado y artístico, por lo que hubo más de un intento de prohibición, pero a la vez muchos nobles se mostraban interesados en patrocinar compañías, algunos quizá para derrochar fortunas demasiado extensas, pero muchos otros por genuino gusto por el arte dramático.


Elegí este momento histórico también para mostrar la influencia que William Shakespeare tuvo en su época: creció gracias al favor de Isabel I, quien lo invitó a presentarse en la corte más de una vez, pero para el gobierno de su sucesor su fama era tal que, de forma inaudita, un monarca se atrevió a patrocinarlo directamente.


Finamente, quise ofrecerles una en exceso breve descripción de como era un teatro de la época, muy diferente de la concepción actual, y para reforzar este cuadro mental los dejo con algunas imágenes de la reconstrucción de El Globo, el teatro que Shakespeare transformó en leyenda.

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Hasta el próximo encuentro....


Navegante del Clío

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