top of page

El error del sabio

Se dice que entre aquellos que sobrevivieron a la gran inundación, no había hombre más sabio que el viejo Adapa. Desde Kish hasta Eridu; de las aguas del Tigris a las del Eúfrates, toda la región veneraba al anciano y en esos días en los que la humanidad necesitaba,as guía que nunca antes, desde el más humilde de los alfareros hasta el más poderoso de los reyes peregrinaban para pedirle consejo. Podría haberles pedido oro y joyas, pero se trataba de un hombre humilde, que dedicaba sus mañanas a barrer el templo de Ea, dios de los saberes y patrono suyo; mientras que por las tardes pescaba en su pequeña balsa hasta el ocaso. No era que dudara de su capacidad, pues desde niño era consciente que Ea lo había bendecido con sabiduría infinita; pero amaba la vida sencilla y no tenía más aspiraciones que las de una vida sencilla, escuchando a las aves y el correr del agua, con la brisa acariciando sus cabellos.


Pero hasta el más elevado de los hombres sigue a la merced de las pasiones, imposibles de contener todo el tiempo. Lo que había comenzado como uno de los días más perfectos de los que tenía memoria, se tornó en tragedia cuando, al momento de echar las redes al río por última vez, se vio arrojado a las verdes aguas con una furia inusitada cuando un vendaval volcó su barca. Cerca estuvo de ahogarse, temblando por las ropas empapadas, y lo peor fue comprobar que su botín, el más grande que jamás había pescado, había sido reclamado por la corriente. Aferrándose como pudo a lo que quedaba de su bote, abrió como pudo los ojos enrojecidos y, alzando la vista hacia el cielo, encontró al causante de su infortunio: un ser pálido, monstruoso, de largos colmillos, piel azul, cuernos retorcidos y enormes alas emplumadas. Si bien parecía un ser maligno, no era mas que un travieso, el viento del sur, que ese día había cumplido sus tareas con demasiado entusiasmo. Eso, Adapo no lo entendió entonces, tan sólo veía a una criatura grotesca responsable de arruinar un día hermoso. Con una furia que lo sorprendió incluso más a él que al extraño, estiró los brazos y tras sujetar a su enemigo del cuello, le arrancó una de sus alas y la arrojó para que flotara río abajo antes de dejar que el mutilado se alejara sollozando.


Los días que siguieron fueron tranquilos, pero de una manera que le heló la sangre: el clima era seco y muerto; las aves no cantaban y el agua del río permanecía inmóvil. Desde el incidente la ventisca había desaparecido, pero nada la sustituyó, ni la más ligera de las brisas. Siete días de angustia vivió Adapo, temiendo haber provocado que una maldición cayera sobre la tierra, hasta que el viento por fin regresó, vacilante y cauteloso, trayendo consigo a un enviado celestial, que armado se manifestó frente a la puerta del anciano.


—El viento del sur no estuvo en condiciones de cumplir su labor en una semana, y te ha acusado a ti de ser el responsable de su herida. Anu, rey de los dioses te ha convocado a comparecer ante él para que respondas.


Mudo, Adapo asintió con humildad, pero en la noche rezó. Si los tiempos fueran normales, no temería castigo alguno, pero en esos días de incertidumbre, en el que tantos dependían de su guía, muchos más serían los que sufrirían si lo hallaban culpable. Por fortuna, su patrono Ea, respondió en sueños a sus plegarias.


—Adapo, a quien he amado como a un hijo, o desesperes. En el cielo y en la tierra saben que eres el más grande de los hombres, y temen declararte culpable. Pero Anu es astuto, y su invitación es una trampa. Sus sirvientes te darán prendas y aceites, no aceptes ninguno. Después de comparecer, el rey de los dioses te ofrecerá comida y bebida, pero son regalos envenenados, el agua de la perdición y el pan de la muerte. Así, cuando en el fin de los tiempos los inmortales rindan cuentas, podrán decir que caíste por tu propia mano.


A la mañana siguiente, el anciano se vistió con riguroso luto, y esperó el regreso del mensajero. Ėste, ominoso, antes de tomarlo entre sus brazos y elevarse, se limitó a decir:


—Puesto que hasta la corte celestial ha llegado el rumor de tu grande sapiencia, el todopoderoso Anu ha decretado que lo que siembres este día será cosechado por toda la humanidad.


Al llegar a las puertas de oro y plata, Adapo temblaba. Durante toda la noche había planeado qué hacer y qué decir, pero ahora el peso era mucho mayor ¿morirían acaso todos, si él aceptaba un regalo de perdición?


Los centinelas de la puerta lo recibieron con una sonrisa, y agachando la cabeza, Adapo les preguntó sus nombres e historias. Uno de ellos le ofreció un manto de hilo carmesí.


—No me atrevería, gentil señor —le respondió— pues sufro por el predicamento en que mis acciones sumieron a todos, y por eso no puedo vestir más que el luto.


El otro asintió, pero le suplicó al hombre que al menos aceptara que lo ungiera con los óleos divinos, para que entrara con honor y dignidad a la corte del cielo, pero de nuevo se negó:


—Nunca he tenido corona ni cetro, no aspiro más que a servir.


Tras este intercambio, las rejas se abrieron y Adapo pudo maravillarse ante los palacios, atrios y templos. El mensajero apenas cruzó una mirada con los centinelas, imperceptible a ojos de la mayoría, pero una vez cruzada la puerta se dedicó a mostrarle cada rincón de los cielos, y el hombre no podía desprenderse de la sensación de que estaba haciendo tiempo, aunque el motivo le eludía.


Cuando por fin se encontró ante Anu, el sumo monarca lo recibió con los brazos extendidos, y a Adapo le sorprendió ver que la reunión no se producía ante un tribunal de jueces, sino en una mesa de banquete, y a su acusador no se le veía por ningún lado.


—Veo que eres un hombre suspicaz, Adapo; pero no debes temer, juro que hablaré con la verdad. Creo que ya lo sospechas, pero en atención al respeto que te has ganado, confirmaré tu duda: te he probado desde el momento en que llegaste, y si mi siervo te ha distraído, es porque necesitaba tiempo para terminar unas averiguaciones sobre ti. ¡No habrá juicio! Has tenido la prudencia de rechazar las tentaciones que se te han ofrecido, y no has tratado a mis sirvientes de otra manera que no sea con absoluta amabilidad. Parece que las historias que han llegado hasta mí de tu modestia y sabiduría son ciertas. Si reconoces que te excediste en tu trato a mi infortunado espíritu, yo aceptaré que él también abusó en el ejercicio de sus funciones, y podremos dejar este desagradable incidente en el pasado.


Así lo hizo Adapo, y por primera vez desde el día anterior respiró aliviado, pero por más que hubiera deseado regresar a su hogar, no encontró una manera honorable de negarse a la invitación del rey de los dioses de sentarse a su mesa. En su corazón se libraba una batalla, y por primera vez el hombre más sabio de la tierra carecía de una repuesta: su intuición le decía que podía confiar en Anu, pues se había mostrado magnánimo en su juicio, pero recordaba la advertencia de Ea de no confiar, y a ese dios le debía todo.


Los platos y las copas entraban y salían, pero ninguno llegaba al lugar del anciano; eso fue hasta casi el final de la velada, cuando un sirviente puso frente a Adapo el pan más exquisito que había visto nunca, y llenó una sencilla copa con la dulce fragancia de un esplendoroso vino.


—Come, Adapo. He ordenado que preparen estos alimentos sólo para ti—dijo Anu.


—Su majestad, usted juró que hablaría sólo con la verdad ¿le ofendería si le hago una sola pregunta?


—Pregunta, buen hombre, pero recuerda que no me tomo a la ligera acusaciones.


—Lo entiendo, excelencia —contestó, pensando con cuidado cada palabra— pero es que estoy sin palabras ante el color y el olor de lo que han presentado ante mí. ¿Son sólo alimentos comunes?


Adapo vio la decepción asomarse en los ojos del monarca, pero contestó con amabilidad.


—Mentiría si contestara que sí, Adapo. Estos no son alimentos comunes.


—Entonces lo lamento mucho excelencia, pero no me siento digno de éste regalo. No puedo aceptarlo.


Anu asintió, y esperó en silencio a que se retiraran el resto de los invitados. Una vez solos, preguntó:


—Dime Adapo, ¿quién te aconsejó que rechazaras mis alimentos?


El viejo no quería contestar, pero el rey siempre le había hablado con la verdad, y no podía corresponderle con menos.


—Mi señor Ea. Discúlpeme excelencia.


— ¿Hice algo para que desconfiaras de mí, anciano?


—Me ha tratado mejor de lo que merezco, y mi corazón deseaba creer en usted, pero mi señor es el dios de los saberes, sería un necio si no lo escuchara…


—Ea entiende demasiado bien cómo funciona la mente de mortales e inmortales; no negaré que cuando llegaste pensaba alimentarte con el pan de la muerte, por la afrenta que cometiste. Pero de intuición y sentimientos, tu señor no sabe nada. Quedé tan impresionado con tu actitud en la puerta, y con las historias que escuché de ti, que decidí que los tuyos merecían más. Ordené que sustituyeran el regalo de la condenación por el pan de la inmortalidad y el vino de la eterna juventud. Y como decreté esta mañana, si hubieras comido y bebido, esa bendición se habría extendido a todos los hombres, y habrían ascendido a mi corte hasta el fin de los tiempos. Debiste confiar en tu intuición Adapo, pero si ni el más sabio de entre los tuyos es incapaz de segur su corazón ¿qué esperanza hay para el resto de ustedes?


Al anochecer, de regreso en su templo, Adapo pensó, viendo el río desde su ventana. ¿Había cometido acaso un error irreparable? ¿Cómo lo recordaría el mundo, después de haber condenado a la humanidad al hambre, la enfermedad y la muerte? Por culpa suya, ahora todas las vidas serían cortas, pero un solo pensamiento lo consolaba: muchas de las cosas bellas en el mundo lo eran por ser efímeras. El hombre más sabio del mundo no era quien para responder su propia pregunta, pero quizá algún día tendría paz con su decisión. Sólo tal vez, rechazar la inmortalidad, aunque fuera por accidente, resultaría ser la respuesta correcta.

¡Bienvenidos pasajeros! Al comenzar mi investigación para la publicación de hoy, quise concentrarme en Mesopotamia, que es la civilización a la que menos publicaciones he dedicado, y encontré una cantidad impresionante de paralelismos con el Génesis. El día de hoy, comparto con ustedes el mito de Adapo, equivalente de Adán (hasta el nombre es similar), quien condena a la humanidad a la muerte y al trabajo. La fascinante diferencia es que mientras uno sella su destino a comer, el otro lo hace negándose a hacerlo.






Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío



Entradas recientes

Ver todo
No por mí, sino por Roma

Año 458 a.c. He corrido hasta perder el aliento, y cerca he estado de morir a manos de mi propia toga, pues pocas veces se ha visto a tantos esclavos despertar a sus amos antes del alba, pues hay una

 
 
 
La última bandera de Castilla

San Juan de Ulúa, 23 de noviembre de 1825 Una llovizna ligera hace que mis lágrimas se disimulen, y mi acalorado cuerpo sienta alivio por primera vez en dos años. El viento hace ondear la bandera roja

 
 
 
Con sólo tres gotas

Gwion revolvía y revolvía el caldero negro, como lo había hecho incesantemente noche y día, veinte horas; por cada cuatro de descanso, por tantos meses que había perdido ya la cuenta. Pero aquel día s

 
 
 

Comentarios


bottom of page