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El hallazgo del pequeño semidiós

Muchos años antes de que su padre le concediera un lugar en el Olimpo, un joven semidiós se encontraba corriendo por el campo, triste por el fracaso de su última fiesta. Sin fijarse por donde caminaba, tropezó con una piedra y se dio contra la dura tierra. Mientras se vendaba su sangrante rodilla, entre las rocas causantes de su desgracia vio que una pequeña planta se escondía.


Para cualquier otro ser, el débil tallo pasaría desapercibido, pues realmente no parecía tener nada de especial, pero al muchacho le atraía de una manera incomprensible, como si las Moiras hubieran escrito que la encontrara. Movido por un impulso casi mágico, decidió recogerla y llevarla a casa de su padre.


En cuanto la arrancó, el temor lo embargó, pues una planta tan frágil no aguantaría el ascenso por la montaña. Pensando rápidamente, encontró un hueso de pájaro en el que sembró su hallazgo con tierra y agua, iniciando así su camino. Para su sorpresa, no había recorrido ni siquiera la mitad cuando la planta comenzó a crecer mucho más de lo que el huesito podía sostener.


Afortunadamente, el semidiós encontró en una saliente de la montaña una mandíbula de león que sirvió de nuevo recipiente, pero la planta siguió creciendo hasta que incluso ese hueso resultó insuficiente. Desesperado, el joven dejó su tesoro en la montaña y descendió corriendo en busca de algo con que salvarlo. Cuando estaba a punto de rendirse, en una granja abandonada halló un fémur de burro, regresando con la planta justo a tiempo para salvarla y terminar el viaje.


A su padre le divirtió tanto la historia que le permitió pasar esa noche en el Olimpo. Relajándose, el semidiós observó con cuidado su descubrimiento, ya tan grande que frutos púrpuras habían brotado de las ramas. Inspirado, Baco comenzó a elucubrar sobre que podía crear con aquellas frutitas, y viendo como las raíces se habían enroscado por todos lados de maneras retorcidas, se decidió por fin a nombrar lo que estaba destinado a convertirse en su símbolo de poder.


-Creo que te llamaré vid*.


¡Bienvenidos pasajeros! En esta ocasión el relato que decidí compartir con ustedes es el mito del descubrimiento de la vid, pues me parece curiosa la manera en que las personas de la Antigüedad intentaban comprender los efectos del alcohol.


Para los griegos y romanos, aquella plantita de vid que Baco (o Dioniso) hallaron adoptó las propiedades de los animales en cuyos huesos fue transportada, y es por eso que cuando uno consume vino primero se comportará alegre, cantor y parlanchín (como un ave), si sigue bebiendo pasará a sentirse temerario y atrevido cual león, pero si se excede sus sentidos quedarán tan aletargados y embrutecidos como los de un asno.


Así que la conclusión es que pongan atención la próxima vez que vayan a una fiesta, pues la bebida convierte a todos en animales, pero depende de cada uno decidir a cual prefiere emular.


Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío



*Torcido en latín.

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