El hombre que amaba a los perros
- raulgr98
- 4 mar
- 7 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! Con la creciente preocupación por el retroceso de la democracia y las libertades alrededor del mundo, es fácil dudar si de verdad hemos avanzado como sociedad, y el por qué cientos de personas continúan depositando su fe ciega en figuras autoritarias. La novela que recomiendo hoy es una de las mejores exploraciones que he leído, tanto del punto de vista sociológico como del psicológico, de cómo se sostienen las dictaduras.
Extendiéndose por décadas, la novela sigue tres historias paralelas: el exiliado ruso León Trotsky, en su peregrinar de Kazajistán a México; su eventual asesino, Ramón Mercader, durante su adoctrinamiento antes y después de la Guerra Civil Española, y el escritor cubano ficticio, Iván Cárdenas, quien tras una tragedia en el siglo XXI rememora una serie de encuentros en la playa treinta años antes. Una novela extensa, conformada por treinta capítulos no lineales que oscilan entre las tres perspectivas, sus protagonistas están unidos a través del tiempo y el espacio por algo más que lo circunstancial: la desilusión con la vida y la muerte de un sueño (la URSS, un romance frustrado, una carrera de escritor), pero también el amor por compañeros leales, con los que se identifican a un nivel simbólico, pues el título de la novela podría hacer referencia a cualquiera de los tres, conectados también por sentirse prisioneros mentales, por grandes romances (exitosos o fallidos, siempre trágicos) que impulsan sus decisiones, y por la culpa de ser padres ausentes.
Hablaré por separado de cada una de las tres historias, pero primero quiero tocar brevemente tres aspectos generales de la novela: el primero es el genial estilo que emplea el novelista, pues aunque posee un estilo de redacción elevado, y casi toda la novela sigue el modelo de hilo de pensamiento (en el que el monólogo interno de los personajes toma prioridad sobre las acciones), en ningún momento resulta confusa o abrumadora, pues hay una experta colocación de los tres personajes en el tiempo y el espacio, de tal manera que se puede seguir su viaje pese a la no linealidad de la trama, y la estructura de los capítulos, agrupados en tres bloques, permite establecer descansos naturales para que los protagonistas, y el propio lector, procesen el viaje. El segundo elemento es que es evidente la profunda investigación que hizo Padura sobre la historia, no sólo sobre la biografia de los dos personajes históricos que narratiza, sino del contexto global que se vivió, incluyendo la Guerra Civil Española, la antesala de la Segunda Guerra Mundial y las conexiones y roces entre las causas socialistas de todo occidente. Sin embargo, en ese sentido también le debo dar crédito al escritor pos mostrar mesura en su representación de la Revolución Rusa, y la Revolución Cubana: que no veamos ninguna de ellas en “tiempo presente” e incluso la remembranza de ellas permanezca en extremo difuso permite preservar esos movimientos como una fantasía utópica, casi onírica, lo que apuntala el tema de la novela. Finalmente, quiero mencionar lo creativo que encontré la decisión del autor de cómo intercalar las perspectivas y ordenar los hechos, pues aunque hay un par de sorpresas en cuanto a los cambios internos de los personajes, no hay ningún giro en cuanto a sus acciones, la estructura está diseñada de tal forma que el desenlace de la historia de Trotsky y Mercader es sabida incluso por desconocedores de los hechos desde las primeras páginas, y la identidad del interlocutor de Iván, quien narra sus capítulos en extrema res, es muy fácil de deducir. Sin embargo, esta decisión en lugar de eliminar la tensión la acrecenta, pues la inevitabilidad del choque entre los personajes le da momentum a la trama. En ese mismo sentido, me parece peculiar que aunque las tramas de Mercader y Trotsky sí se sobrelapan temporalmente, el novelista eligió no intercalarlos de forma cronológica, y permitir que por momentos el viaje de uno rebase al otro, pues el orden de los capítulos corresponde no a la coexistencia temporal, sino al paso de la motivación al miedo.
Pasando a los tres protagonistas, comienzo con la que me pareció la menos efectiva de las tres, pero aún así buena: la de Trotsky. Debo confesar que por momentos me pareció difícil empatizar con el exiliado, pues incluso en su derrota no se puede desprender del orgullo, la arrogancia y la incapacidad de quedarse callado. Sin embargo, creo que esta decisión es intencional para evitar martirizar al revolucionario, cuyos propios errores (tanto la violencia que exacerbó como su falta de visión política) son mostrados de forma explícita. Sin embargo, la novela también logra reflejar de manera clara su talento como ensayista, y su claridad mental en algunos temas, y pese a ser de los tres protagonistas, aquel con el que menos conecté, la melancolía que lo embarga una vez llegado a México me pareció poderosa. Entre las otras virtudes de sus segmentos de la novela encuentro la exploración de su vida familiar, que encontré fascinante (su mujer, sus hijos y su nieto fueron personajes con los que hallé una mayor conexión), la exploración sin tapujos de la brutalidad de las purgas de Stalin (algo que también se explora en la historia de Mercader) y como narrativa, que al ser el personaje que más se mueve, creo que en estos segmentos es donde el talento de Padura para describir y contextualizar es más efectivo: disfruté en particular los pasajes en Turquía y Noruega del tránsito de los exiliados, y la condena no sólo de los enemigos, sino de los falsos amigos y los cobardes me pareció excelente.
En segundo lugar colocaría a la historia de Iván, que al ser la única narrada en primera persona ofrece la perspectiva más íntima, casi como un alter ego del propio escritor pese a que las similitudes biográficas son escasas. Si de los otros dos personajes se puede decir que están pagando las consecuencias de sus propias acciones, la distancia de los movimientos revolucionarios permite que en Iván veamos al único protagonista que puede llamarse una víctima del sistema, siendo por mucho el que menos información posee del mundo que lo rodea (por mencionar un ejemplo, el desfase en la entrada del nuevo milenio es un gran ejemplo del tono tragicómico de su historia), y también el único de los tres que nunca deja el país donde inicia su historia, lo que lo vuelve aún más aislado. Esto no quiere decir que sea un personaje perfecto, es consciente de sus múltiples errores (aquellos que se relacionan con su hermano fueron los que encontré más significativos), pero su historia permite una mirada crítica de las condiciones sociales en Cuba, la precarización y censura con suficiente humanidad para evitar las acusaciones de propaganda occidental. Leer desde el punto de vista de Iván fue fascinante, junto a él nos obsesionamos con escuchar la historia de su interlocutor, y entendemos su conflicto interno, y la necesidad del relato de ser contado, como si fuera un ser vivo; a la vez que sus frustraciones como un escritor que “dejó de serlo” tras un terrible rechazo son tan frustrantes como conmovedoras. La muerte de la creatividad en un entorno tan hostil es quizá la más grande tragedia de toda la novela.
Finalmente, y no puedo creer que lo esté diciendo, Ramón Mercader se convirtió en mi personaje favorito de la novela, y sus capítulos la perspectiva a la que más deseaba volver. Narrar desde el punto de vista de un asesino puede ser una tarea en extremo difícil, pero es aquí donde Padura hace su mejor trabajo de caracterización, concibiendo al personaje desde su infancia para entender cómo se convirtió en un instrumento de la venganza de Stalin. A través de sus ojos, y un excelente grupo de personajes secundarios (incluyendo a su madre, su amante y su protector), vemos un arco de personaje circular, en el que un escéptico se torna en un verdadero creyente solo para volver a dudar, y la maestría del novelista cubano resulta en que el lector logra comprender cómo tanta gente, en España, Francia y México, eran capaces de defender todas las acciones de Stalin, pues el culto a la personalidad iba más allá del efectivo sistema de propaganda. En sus capitulos, Ramón Mercader es despojado de su identidad y transformado en un instrumento, pero los esfuerzos de los remanentes de él por salir a la luz, y dar sentido a sus acciones fueron, psicológicamente hablando, los segmentos más cautivantes de la novela, y también los que más tensión poseen, pues es el que se expone más de cerca a la brutalidad de un periodo convulso, en más de un frente. El diálogo en estos segmentos es especialmente agudo, y Padura es claro en condenar sus acciones, pero también en mostrar la realidad cruda y madura de los efectos del adoctrinamiento, y como circunstancias personales pueden favorecer la manipulación y tergiversación de ideologías en un sistema complejo de alianzas y traiciones que el devoto sicario es incapaz de aprehender por completo. Al conocer su historia, Iván y los otros personajes de su subtrama sienten repulsión, pero también terminan odiándose a sí mismos por sentir compasión de Mercader, un ingenuo desechado por una causa que nunca terminó de entender. Y al igual que los personajes, nosotros los lectores también lidiamos con un sentimiento de compasión con el que luchamos a cada página, sobre todo en el tercer bloque de capítulos, y ese conflicto dentro del corazón humano es el sello de la gran literatura.
Discutir sobre Cuba y la Unión Soviética siempre ha sido complejo, incluso entre académicos, pues el odio que muchos tienen por el modelo capitalista solo es equiparable al que otros tantos sienten por el socialista, y la pasión con la que cada “bando” defiende su postura es impresionante, a más de treinta años del fin de la Guerra Fría. Por lo tanto, encontrar tanto en el arte como en la vida opiniones balanceadas puede resultar difícil. En ese sentido, lo que más aprecio de la novela es que, pese a ser en extremo crítico con los regímenes que aborda, no los desdeña de origen, ni condena a quienes alguna vez creyeron en “el sueño”, sino que se embarca en el proceso de escritura con la mente abierta, y una curiosidad genuina de por qué se corrompe un movimiento, un ideal; y al reorientar la crítica no a los comunistas o sindicalistas, sino a la ambición totalitaria y fascista que es independiente de la filiación política, logra condenar sistemas enteros sin perder la empatía por los hombres y mujeres que entregaron sus vidas a ellos.
Los dejo con una invitación a buscar la novela, y reflexionar sobre la vigencia de sus temas, tanto a nivel macro (ser críticos y escépticos ante las promesas de los gobiernos, desconfiando de la propaganda) como a nivel micro (no dejar desvanecer los sueños, ni perderse en las pasiones); y me despido con un breve recordatorio: durante las siguientes cuatro semanas estaremos discutiendo Cien años de soledad en este espacio, como prometí a principios de año. Si quieren seguir el paso, la primera de estas publicaciones versará sobre los primeros seis capítulos, espero que disfruten este experimento,
Título original: El hombre que amaba a los perros
Autor: Leonardo Padura
Año de publicación: 2009
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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