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El mago de Oz

¡Bienvenidos pasajeros! El día de hoy quería hablar de una película musical. En particular, mi intención era encontrar una cinta cuya música se hubiera escuchado por primera vez en la pantalla grande, no sobre el escenario. Tras debatirme entre varias opciones (y comprobar que de algunas ya había escrito en este blog), acabé considerando que lo más idóneo era rendir un breve homenaje a una de las películas más famosas de todos los tiempos. Abordada hasta la saciedad por incontables ensayos y videos, es poco o nada la perspectiva nueva que pueda yo ofrecer, por lo que esta publicación está quizá condenada a ser breve, pero conforme nos acercamos a su centenario, creo que es importante recordar por qué sigue cautivando la imaginación de millones, al grado de influir en la cultura popular más incluso que el célebre libro en el que se basa, pero con el que tiene muchas diferencias tanto iconográficas (la bruja no es verde en la novela, por ejemplo), como tonales (la versión literaria es más oscura, y con mayor complejidad temática, pues muchos argumentan es un comentario al capitalismo).


Escrita por Noel Langley, Florence Ryerson y Edgar Allan Woolf, dirigida por Victor Fleming, la cinta de 1839 es de las películas más vistas de la historia, y gozó también de una excelente recepción crítica, siendo nominado a cinco premios Oscar, de los cuales ganó dos (banda sonora y canción original). El elenco, construido con base en el viejo sistema de Hollywood de contratos por estudio, estuvo integrado por Judy Garland (Dorothy), Margaret Hamilton (Bruja Malvada del Oeste), Ray Bolger (Espantapájaros), Jack Haley (Hombre de hojalata), Bert Lahr (León cobarde), Billie Burke (Glinda), Pat Walshe (mono volador), Billie Burke (Mago de Oz), Charley Grapewin (tío Henry) y Clara Blandick (tía Em), así como Terry en el rol de Toto.


Antes de comenzar a hablar de los aspectos positivos, considero necesario mencionar el proceso de producción, pues este fue uno de los clásicos que pone a prueba la mentalidad de separar el arte del artista: el comportamiento que tuvo el estudio y el director, así como varios miembros del equipo con la joven Judy Garland sólo puede ser descrito como repugnante, y para nada quiero minimizar el abuso infantil, pero la toxicidad pareció ser una actitud cotidiana en el set: elementos tóxicos como asbesto fueron usados para el maquillaje y efectos especiales, Buddy Ebsen renunció al papel del hombre de hojalata tras sufrir una grave intoxicación por polvo de aluminio, Bert Lahr sufrió de desnutrición pues el equipo se negó a desmaquillarlo en descansos, lo que le impidió comer otra cosa que no fuera sopa, y Margaret Hamilton sufrió serias quemaduras por una situación con el maquillaje, entre otros incidentes. El proceso fue tan caótico que, además del director acreditado, hubo otros cinco hombres involucrados en el proceso directorial, y el presupuesto se elevó hasta convertirse en la producción más cara de MGM hasta ese momento, que falló en recuperar su inversión en su estreno inicial.


Con sólo ciento nueve minutos, la película es muy corta, sobre todo para estándares de la época, y es clara la intención de competir con los cuentos de hadas que comenzaban a popularizarse en la época. La estructura de la película puede ser un poco repetitiva, y quizá simplista en su ejecución, pero es elevada por una excelente energía que le da un muy buen ritmo a la trama, que en combinación con la cinematografía hace que cada segmento del viaje tenga tenga su propia identidad, algunas muy cómicas, otras que explotan elementos de terror (los árboles, por ejemplo, están muy bien logrados, así como la secuencia en el campo de amapolas). De hecho, lo que más me sorprendió de la película en mi última revisión, es que se pasa más tiempo de lo que recordaba en Kansas, para plantear de forma muy sólida al personaje de Dorothy y construir la posibilidad planteada al final de que todo fuera un sueño (para cumplir este propósito, cinco de los actores tienen roles duales, uno en Oz y otro en Kansas, los segundos anticipando a los segundos).


Contrario a la creencia popular, El mago de Oz no fue la primera película en utilizar Technicolor, pero creo que es de sus mejores aplicaciones tempranas, pues el paso de los tonos sepias del primer acto a los fondos pintados y los sets con mucha atención al detalle sigue quitando el aliento al espectador. Pese a tener casi cien años, el trabajo de vestuario y maquillaje se sigue viendo impecable, e incluso la mayoría de los incipientes efectos especiales conservan cierto encanto “vintage”. Aunque con el paso del tiempo, secuencias individuales se difuminan en mi memoria, el diseño de los personajes y sobre todo los colores permanecen como marcas indelebles, una prueba de la destreza técnica del equipo de diseño de producción. Me atrevería a decir que todas las películas de fantasía que dominaron la pantalla las décadas siguientes deben su inspiración a Oz, pues fue de las primeras construcciones efectivas de un mundo totalmente ficticio que se percibe como real, habitado y vivido, pese a las evidentes limitaciones espaciales del set.


Las actuaciones toman mucha inspiración del teatro, con rasgos exagerados y lenguaje corporal acentuado, pero creo que funciona para este tipo de película, pues se trata de un nivel elevado de la realidad. Judy Garland es encantadora en el rol protagónico, y logra que el personaje mantenga las simpatías de la audiencia pese a su inmadurez y, en muchos casos, ingenuidad, gracias a una palpable empatía e inocencia. Burke y Hamilton, aunque sin miedo a la comedia, le dan al mago de Oz y la bruja malvada cierta seriedad dramática que eleva el material, y los tres acompañantes de Dorothy son increíblemente carismáticos, con una buena energía tanto individual como en grupo. Lahr como el león cobarde hace quizá el mejor trabajo de los tres, pero es Bolger en el rol del espantapájaros quien roba casi todas las escenas, sobre todo con su increíble talento dancístico en un número más demandante de lo que aparenta.


A nivel temático, nunca me ha encantado la resolución alrededor de las zapatillas (rojas en la película, un cambio respecto al plateado original), pues encuentro injustificable el comportamiento de Glinda, y una forma abrupta de cerrar eleva conflicto; pero hay cierto encanto en la moraleja sobre el amor al hogar. Por otra parte, me parece muy loable la reflexión sobre los tres personajes secundarios, buscando cerebro, corazón y valor respectivamente; pues es cierto que muchas veces aquello que creemos que más falta nos hace ya está con nosotros (el espantapájaros es el más listo de los tres, el hombre de hojalata el más noble y aunque más difícil de percibir en la cinta, el león es el más valiente).


De manera similar a la sección del musical del mes, quiero cerrar con un análisis de la banda sonora, con música de Harold Arlen y letras por Yip Harburg. En primer lugar, me sorprendió lo extenso del soundtrack, pues acreditan doce piezas sólo en el segmento en la tierra de los Munchkins. No puedo hablar de todas las canciones, pero creo que hay una razón por la que la mayoría de ellas se han convertido en sellos de la cultura popular. El trío de canciones de los acompañantes “If I only had”(a brain, a Heart, the nerve) logra construir muy bien a los personajes secundarios con ligeras variaciones en la orquestación pese a similitudes evidentes de composición, “Ding-Dong! The witch is dead” es muy divertida, sobre todo si se considera el contexto dentro de la historia, y “If I Were King of the forest” era mi favorita de niño; pero hay dos temas emblemáticos que creo que cobraron vida propia incluso fuera de la película: “We’re off to see the wizard”, una de las melodías más infecciosas jamás compuestas y la sencilla belleza de “Over the rainbow” que ha influido a decenas de baladas tanto en el cine como sobre el escenario.



Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío

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