El pecador en el telonio
- raulgr98
- 2 abr 2024
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Jerusalén, año 46
Sobre la tumba del diácono, el romano sollozó. Sabía la misión que le habían encomendado, pero antes de partir, debía presentar sus respetos, y suplicar perdón, aunque el joven llevara muerto ya diez años. Tan profundo era su dolor, que apenas notó la mano sobre su hombro.
—Fueron fariseos los que apedrearon a Esteban, romano, no fue tu mano la que acabó con la vida del muchacho.
Al girar, el romano lo reconoció. No era entre los que estaban en casa de María, la noche que fue suplicar perdón, pero toda la ciudad los había visto predicar en las plazas, lejos de la mirada del sanedrín. Era uno de los Doce, aunque no conocía su nombre.
—No soy digno de tu mirada, ni siquiera cuando esta sea de desprecio. Sostuve los mantos de los que ejecutaron la sentencia. Y si supieras lo que hice antes…
—Te conozco, Saulo de Tirso ¿o crees que tu fama ha disminuido desde los días en que eras el azote de los seguidores del maestro?
— ¿Qué haces aquí entonces? No merezco tu compasión.
—Tal vez no. Pero sé lo que estás a punto de hacer. ¿Por qué dudas de la misión que Él te encomendó? ¿Acaso no crees?
— ¿Cómo podría no creer en Él, que me quitó la vista para que abriera mis ojos a su verdad? No es eso, es que, después de lo que hice ¿Cómo podría aceptarme?
Entonces el apóstol se sentó a su lado, y le contó la siguiente historia.
Éramos muy pocos los que seguíamos al Maestro entonces, apenas había comenzado su ministerio en Cafarnaúm. Te desprecias por perseguir a los que te dijeron que eran tus enemigos, pero el hombre cuya historia te contaré era más indigno todavía. Si lo hubieras visto…jamás he conocido a un hombre más mezquino que ese: encorvado, codicioso, arrogante, no hacía más que pasar los días contando con la más cruel frialdad el oro que le arrebataba a sus vecinos, a sus hermanos, para prestarle un servicio a los romanos. Yo lo odiaba, como lo odiaba toda la comunidad, pero a él miraba para otro lado. Cobraba un buen salario, los legionarios lo protegían, y tenía una de las mejores casas del pueblo ¿Qué importaba como obtuviera su fortuna?
Llegó entonces Jesús de Nazaret y comenzó a llamar a su lado a los elegidos. Pescadores, constructores, incluso mujeres…parecía que lo único que se necesitaba era ser un hombre de bien para tener la oportunidad. Pero aquel día, ese que nunca olvidaré, el Maestro pasó por el telonio y aunque yo no lo podía creer, se detuvo ante el telonio, donde la repugnante criatura seguía contando sus monedas, y anotando en sus largos rollos a acreedores y deudores. Sus miradas se conectaron un instante, y los ojos del retorcido se llenaron de miedo, pero también de curiosidad. Jesús le dijo sólo una palabra:
—Sígueme.
Y, movido por un impulso que yo no soy capaz de explicar, el cobrador de impuestos se levantó y lo siguió. Ante la mirada atónita de todos los que nos encontrábamos ahí, nos guio a su casa, comprada con dinero sangriento, y nos abrió las puertas. Si lo hubieras conocido antes del llamado, hubieras visto en él el rostro de la avaricia, pero aquella tarde gastó como no puedes imaginarlo, y ni una moneda conservó para sí. No sólo nos alimentó a los que seguíamos al Maestro, sino que compartió su pan y su vino, los mejores de Cafarnaúm, con todos los que se acercaron a su morada, incluyendo a espías, delatores y pecadores de la peor compañía.
Entonces llegó a la casa del publicano un orgulloso sabio de la ley de Moisés, indignado por la compañía de Jesús y le increparon por qué comía en compañía de recaudadores de impuestos y pecadores.
— ¿Y que contestó el nazareno? —dijo el romano, cautivado por el relato.
— Que son los enfermos y no los sanos los que necesitan al médico, y, deteniendo el derroche del cobrador de impuestos, nos dijo a los demás que lo que necesitaba de nosotros no eran sacrificios como ese, sino misericordia. Y ahora, Saulo de Tirso, te digo lo que Él nos dijo hace tantos años: No vino a llamar a justos, sino a pecadores. Te escogió por una razón, y si te encomendó una misión, debes responder al llamado.
Saulo se arrodilló y abrazó los pies de aquel hombre sabio, y aunque sabía que la envidia era un pecado, deseó con todas sus fuerzas haber podido conocer al Maestro. Ahí mismo, sobre el sepulcro del primer mártir, confirmó su fe y juró en silencio que cumpliría. No volvería hasta hacer cuatro peregrinaciones, predicando la Palabra. Y si lograba retornar, haría lo posible para extenderla al resto del mundo. El discípulo de Cristo lo levantó y lo abrazó como un hermano, pidiéndole que lo buscara cuando terminara su misión. Antes de despedirse, Saulo le hizo dos últimas preguntas.
— ¿Qué le pasó a aquel hombre? ¿Al cobrador de impuestos?
—Lo dejó todo para seguirlo, y los que lo conocen dicen que nunca ha tenido el menor arrepentimiento. El Señor lo perdonó y lo trajo a la luz, y es una oportunidad que agradece cada día. Dicen que sigue vivo, esperando continuar con su tarea.
— Visto como un gentil, y mi rostro es el de un judío ¿Cómo supiste quién era?
Entonces el apóstol sonrió.
— Estoy familiarizado con los romanos. Te pido que me perdones el pequeño engaño, pues si sé que la redención es posible, es porque es mi propia historia la que te he contado, aunque no me he atrevido a interpretar el papel que jugué, el día que volví a nacer. Mi nombre es Mateo.
¡Bienvenidos pasajeros! A petición de una lectora, y saldando una deuda pendiente, les traigo el relato que no escribí la semana pasada, que decidí que fuera relacionado a la celebración de semana santa. El apóstol Mateo es probablemente el más insólito de los doce, por la profesión que ocupaba antes de seguir a Jesús, pero por lo mismo, creo que es el que tiene la historia más inspiradora. Como pudieron leer, no fue la última vez que el mesías llamó a un pecador, y esa infinita misericordia, cuando hay una mente abierta y un corazón dispuesto, el que es el más grande pilar de la fe.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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