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El primer juicio

Una roca a las afueras de Atenas


Los sabios dicen que no hay nada más difícil que decidir entre dos amigos, pero aquella mañana Atenea descubriría que dar razón a un enemigo sobre otro tampoco era tarea sencilla. Como patrona recién elegida de la ciudad donde se había cometido el agravio, era su obligación presidir el concilio que decidiría la suerte del acusado, pero la diosa parecía más atribulada que cualquiera de las partes: al acusador no podía verlo sin enfurecer, pues no era nada más ni menos que Poseidón, el barbaján con quien había competido por el patronazgo de la ciudad, no hace un mes; pero sí había un ser en el cosmos al que odiaba más, era al salvaje Ares, su medio hermano, que quisieron los Morías, para su infortunio, quien fuera el acusado aquel día.


Lo único que consolaba a la diosa, mientras seis olímpicos más, designados como jurado, tomaban sus asientos, es que al menos sería rápido. Los dioses peleaban todo el tiempo por banalidades, una lucha eterno de egos demasiado grandes y orgullos heridos; uno había insultado la fuerza del otro, o ambos deseaban a la misma mortal, y si llevaban esas nimiedades a juicio era sólo por vanidad. Pero entonces Poseidón descubrió algo hasta entonces oculto por una manta: era un cuerpo destrozado, y cuando lo depositó a los pies del jurado, gritó con furia:


— ¡Estos son los despojos de Halirrotio, mi muy amado hijo! ¡Y a él, Ares, lo acuso de ser su asesino!


Los dioses del jurado se removieron incómodos. El cadáver había sido atravesado de punta a punta, y la herida parecía de una lanza descomunal, el arma predilecta del dios de la guerra; y para todos era conocida su naturaleza violenta, pocos entre los mortales y los inmortales le tenían afecto. Si de simpatías se trataba, el juicio acabaría pronto: Poseidón se las había ingeniado para excluir a Hera y a Afrodita, la madre y la amante del acusado, pero en el jurado se sentaban Hefesto, el marido engañado, Apolo el vanidoso insultado y Artemisa, a quien el dios le había matado más de un animal sagrado. Y ahora entendía por qué Poseidón no se había opuesto a que el juicio se celebrara ahí y no en el Olimpo, Zeus era más impredecible, mientras que ella ahora juzgaba al único ser contra el que toleraría darle la razón al dios del mar.


Nunca antes se había juzgado a un dios por asesinato, y nadie sabía qué esperar, pero todos podían ver que el caso era sólido: no era inusual que Ares visitara la ciudad, pues durante muchos años había sostenido un amorío con una de las hijas del rey. No había duda alguna que Halirrotio había sido asesinado, y cuando Hermes exigió la famosa lanza, y con permiso del padre en duelo, volvió a introducirla en el cadáver, se comprobó que la herida coincidía, habían hallado el arma homicida. Mas lo que Hermes no pudo hacer, es que el instrumento atravesara el cuerpo de parte a parte: para lograr tal devastación, habría sido necesaria la fuerza que sólo un arranque de ira puede provocar.


—Todos sabemos por qué Ares se encontraba en Atenas —continuó Poseidón—pero muchos se estarán preguntando qué hacía mi hijo en una Polis que me despreció hace no tanto,


Y entonces el dios del mar hizo algo que todos creían imposible: asumió responsabilidad.


—Confieso que yo cargo con parte de la culpa de esta tragedia. Estaba tan resentido con la ciudad que me despreció, que mandé a mi hijo a cortar el olivo que Atenea, aquí presente, les regaló. Pero Halirrotio era más noble que yo, y entendió que la ciudad no debía pagar por un pleito entre mi sobrina y yo, abandonó su hacha en el ágora, junto a la fuente que yo construí, y se alejó del jardín del olivo, sólo para encontrar su injusta muerte en la colina de los templos, donde como hombre devoto había ido a pedir consejo. ¿Es así como se recompensa al hijo que redime al padre? Atenea: lo más fácil para Halirrotio hubiera sido cumplir mi voluntad, pero eligió salvaguardar tu creación ¿no le harás justicia?


Atenea no podía negar que se sentía tentada, pero este era un asunto que se debía resolver con la cabeza, no con el corazón, y el sentimentalismo es el enemigo de la justicia. Ante dos extremos, prefería pecar de fría que de parcial, y aunque la acusación era sólida, quedaba aún algo por esclarecer.


—Falta el motivo. Tenías todo para acusarme a mí de la muerte de tu hijo —dijo, aferrándose a su propia lanza— pero no veo que llevaría a Ares a actuar contra un muchacho que le era indiferente.


—Pregúntenle cuando sea su turno de hablar, pero todos lo conocemos. No hay en él más que odio y sed de sangre. ¿Por qué el escorpión pica y el león desgarra? Está en su naturaleza.


Procedió el turno de la defensa, pero para todos los presentes había una sensación de finalidad. Las palabras nunca habían venido con facilidad a Ares, y la elocuencia sólo la encontraba en el campo de batalla. El consejo estaba en la obligación de escucharlo, pero muy pocos dudaban que la balanza pudiera inclinarse. Y fueron aún menos los que vieron venir las palabras del acusado.


—Yo maté a Halirrotio, hijo de Poseidón.


Cuando acabó la oleada de murmullos, Ares se dirigió directamente a quien precedía el tribunal.


—Querías saber la razón, hermana. Te la daré, pero sólo si me dejas traer un testigo.


Intrigada por la confesión, la diosa accedió, y quienes presenciaban el juicio abrieron paso a una muchacha joven y bella, pero que caminaba con la mirada baja, y las mejillas hinchadas y enrojecidas por lágrimas recientes. Parte de su vestido estaba ahora desgarrado, y sus recelos al caminar solo podían indicar la tragedia de la inocencia perdida.


—Es cierto que visito el palacio del rey con frecuencia, pero no para ver a una amante. Lo que la princesa y yo tuvimos se terminó hace mucho, pero algo permanece de esa unión. Esta es Alcipe, mi hija.


— ¿Crees que esa defensa va a ser suficiente para justificar el crimen que acabas de confesar? ¡Mataste a mi hijo, y ninguna lágrima de ninguna hija me va hacer olvidarlo!


—Estás aquí por tu amor de padre, pero la única verdad es que el amor de padre es también lo que guió mi mano. ¿De verdad crees que fue un destello de consciencia lo que detuvo el hacha de tu hijo? La abandonó en el ágora, por que fue donde vio a mi hija, y se dejó llevar por la lujuria. Si mi naturaleza es la de matar, cosa que no niego, la de mi acusador tío es la de poseer todo lo que pueda, y hacer una rabieta cuando no lo consigue. ¿Y si el hijo es parecido al padre? Si eso que llaman crimen sucedió en la colina de los templos, no fue porque Halirrotio quisiera guía de los dioses, sino porque hasta ahí siguió a mi hija, quien hace su servicio como muchacha devota que es. No es necesario obligarla a hablar, sería una nueva crueldad, pero basta con que vean el vacío en su mirada, y el desgarro de sus prendas. Maté a esta criatura, pues me niego a llamarlo hombre, y como bien comprobaron, lo hice con una furia incontestable, pues escuché el grito de Alcipe, a punto de ser violada por alguien criado por su padre a creerse con derechos sobre todo y sobre todos, a imponer su voluntad incluso en suelo sagrado. No me arrepiento de manchar de sangre mis manos, pues salvé la virtud de mi hija, y si este tribunal me haya culpable, le dirán a mortales e inmortales que la justicia es quedarse de brazos cruzados cuando se ataca a la familia.


Así concluyó el alegato en el primer juicio por asesinato que el mundo vio, y la deliberación no tardó mucho más. En aquella roca a las afueras de Atenas, los dioses decidieron que desde entonces y para siempre, ningún mortal o inmortal podría ser castigado por las acciones cometidas en defensa de la familia. Al ponerse el sol, Atenea pronunció las palabras que nunca en su existencia creyó decir:


—Ares, por el crimen de asesinato, este consejo te encuentra…inocente.

¡Bienvenidos pasajeros! Esa roca sigue existiendo, y los atenienses la llamaron Areópago, o colina de Ares, en recuerdo del primero que se defendió ahí. La verdad detrás del mito no es desconocida, pero la evidencia nos confirma que durante siglos, ese fue el lugar de celebración de juicios por homicidio y traición. Salvo que alguno se me esté escapando, esta es la primera referencia a un proceso penal en la mitología, y contiene una máxima que se aplicó en el derecho por más de una cultura, pero ¿el veredicto fue en verdad justo? Eso lo dejo a su reflexión.



Hasta el próximo encuentro,,,


Navegante del Clío



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