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El reflejo de la protectora

Por las calles murmuran que fui pecaminosa, desvergonzada, que me busqué lo que me pasó. Tales infamias son casi iguales que repetir la agresión. Es cierto que me gustaba divertirme, pero también lo es que jamás me le insinué a ningún hombre, y que la ligereza de mis ropas nunca fue una invitación abierta a levantarlas. El que quiera insultarme que venga a decírmelo de frente. No me encontrará arrodillada llorando mis penas, pero tampoco vanidosa como si nunca nada hubiera pasado, sólo la soledad y un rostro sincero. Ese mismo rostro como no existe ninguno en la Tierra (mienten los que juran que el de mis hermanas de exilio es idéntico al mío). Hasta los que más me calumnian reconocen que alguna vez fui hermosa. Algo irónico es que yo, la protectora, nunca fui popular solo por eso. ¿Creen acaso que las filas de pretendientes tocaban noche y día mi puerta solo por el rubor de mis suaves mejillas? Hice siempre mis responsabilidades, hombres y mujeres sonreían al conversar conmigo y en las danzas de la ciudad siempre me mostré grácil, pero tenía que volver antes del ocaso, por el temor a los hombres peligrosos, de ego frágil y manos fuertes, que ante la imposibilidad de ganarse el afecto recurrían siempre a la violencia. Siempre fui inteligente, y creía que podía triunfar en esta injusta sociedad, que prevalecería por encima del coro de voces que me gritaba que aspiraba demasiado, que aquel no era mi lugar, que pagaría por la insolencia de tener un poco de ambición. Los más discretos sólo me miraban con curiosidad, como si fuera una criatura extraña, los más osados me sermoneaban con condescendencia las funciones de mi condición femenina. Fue entonces, creo, cuando decidí hacer el servicio en el templo. No en vano fue mujer la diosa de la sabiduría, pues la que deseaba me acogiera como su patrona era el ideal al que aspiraba: poderosa, respetada, quien se había ganado ser vista como igual entre los dioses, sin cargar los prejuicios de su sexo.


La verdad es que la admiraba, pero no me parecía a ella. La doncellez eterna no me atraía, pues aunque nunca necesité a ningún hombre tampoco creía que fuera un delito soñar con algún día tener uno a mi lado que me apoyara. Eso mismo fue lo que le dije al extranjero que vino del mar, que quizá algún día podría acceder a charlar con él, pero en ese momento mi prioridad era yo misma y el servicio que hacía. No le importó, pues me tomó ahí mismo, en el templo, con la violencia de la tempestad, y hasta se atrevió a afirmar que al final lo había disfrutado. Cuando mi patrona apareció, mis lágrimas no la conmovieron, y en lugar de la difícil tarea de enfrentar a mi poderoso agresor, optó por la salida fácil, fue una mujer la que me maldijo y envió al exilio.


Ahora mi única distracción es mirar mi reflejo. En la soledad de la cueva donde me han empujado, ya no hay música con que bailar, ni servicios que ofrecer, ni pergaminos que leer. Estudiando mis facciones, pienso en el ayer y juego a lo que pudo haber sido. Pretendo que mi rostro no cambió, que puedo usar nuevos vestidos al salir a la calle, que nadie me ve como el monstruo que creen que soy. A cualquier hora puedo soñar con un lugar en el que nadie sabe que fui agraviada (y cuando sueño de verdad, siempre me imagino que mi fas se ve normal en los ojos de los que ignoran mi pasado). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de conocer a quien lo sepa todo y no le importe. Finjo que viene por mí y se pasea conmigo entre las multitudes. Aquel que me diga “Me importa lo que hay en tu interior” o “Es él quien debería avergonzarse de lo que pasó” o “Tu rostro no me da miedo” o “Tú no tienes la culpa de nada” A veces nunca dice nada, sólo reímos, bailamos, nos abrazamos.


No sólo me he entretenido con esos juegos, también he reflexionado sobre mi reflejo. Me pregunto si el cambio solo ha sido en mi apariencia, o si mi espíritu también se transformó.


Ya no rio nunca, y en la oscuridad todo lo que había soñado se convierte en burla seca, nada más que una fantasía infantil. Mi rostro es monstruoso; pero yo no soy uno. En mi interior estoy quebrada, llena de resentimiento y dolor, pero aun así extraño el mundo exterior. Eso no lo comprendí hasta que llegó la primera mujer a mi escondite, y hasta ella reusó mi mirada, si bien logró salir de aquí con vida, porque pese a mi furia me siento incapaz de ser tan cruel con otra como muchas han sido conmigo. Estoy condenada a seguir sola, la protectora de mi cueva, pero poco a poco entiendo que quizá aunque no me hubiera maldecido con mi nueva forma hubiera acabado aquí de todas formas. Quizá aunque mi rostro siguiera siendo bello mis vecinos me mirarían con el mismo asco, porque reducen la virtud a la virginidad.


Cada cierto tiempo algún hombre, solo o en compañía se acerca a mi guarida para saber si la soledad me ha terminado de matar. Oigo sus pasos o sus voces en la entrada y me volteo para mirarlos, creyendo que alguno me verá de forma diferente. Todos y cada uno me decepcionan. Uno tras otro se paralizan apenas nuestros ojos se cruzan, petrificado con el terror que les produce mi rostro y mi figura. Nunca sabré sus nombres, pero uno de ellos, poco antes de morir, auguró con furia que un día obtendría mi merecido. Desde entonces la soledad duele menos, no por que en verdad espere que este cruel mundo me acepte de nuevo, sino porque ansío ser libre de sus murmullos. En el fondo, sé que mi redentor vendrá a matarme, como todos los demás, pero no me importa. Mientras escucho nuevos pasos que se aproximan, volteo sigilosamente. El hombre no me ve directamente, sino que se guía por el reflejo de su escudo, aunque sea a través del bronce nuestros ojos conectan y lo que veo en el joven no es asco ni miedo, sino compasión. Lleva con él una espada pero la recibo con una sonrisa, pues para el mundo yo morí el día que fui violada. Regreso a ver mi reflejo y estiro el cuello.


El héroe regresa al mundo, con la cabeza cercenada en una bolsa. Y del cadáver abandonado brotan dos seres, los hijos del verdadero monstruo que su víctima había estado obligada a cargar.


-¿Lo creerás Andrómeda?-dijo Perseo-La Medusa* apenas se defendió.



*Protectora en griego antiguo.

¡Bienvenidos pasajeros! En 1947 Jorge Luis Borges publicó La Casa de Asterión, un cuento narrado desde la perspectiva del Minotauro. Lo que surgió como un mero ejercicio de imitar la estructura del argentino desde el punto de vista de otra figura mitológica lentamente se transformó en por mucho el relato que me ha resultado más difícil de escribir en este espacio.


No quiero ahondar mucho en la reflexión, pues no considero que sea mi lugar apropiarme de la experiencia que lamentablemente sufren millones de mujeres en todo el mundo, pero sí creo que es necesario visibilizar nuestra actuación como sociedad. La violencia sexual es una aberración injustificable, completamente malvada, pero si la historia de la Medusa deja algo es que no sólo el violador es responsable: la sociedad le sigue poniendo excusas para su comportamiento y pervierte la historia para convertir a la víctima en culpable, y darme cuenta de eso, y del papel que muchos hemos jugado en el ostracismo de estas mujeres, me quitó el sueño. La gorgona podrá tener colmillos y cabellos por serpiente, pero en este cuento fue la única que no era un monstruo.





Hasta el próximo encuentro....


Navegante del Clío



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