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El seductor de la patria

¡Bienvenidos pasajeros! Si se analizaran en frío los datos biográficos de Antonio López de Santa Anna, no serían muy halagadores. Sí, fue presidente once veces, pero la mayoría de esas ocasiones se ocupó de la administración pública semanas o meses, y la única vez que se tomó sus tareas en serio, terminó en su derrocamiento. Peleó en más de una guerra importante, pero es más célebre por sus derrotas que por su única victoria de renombre, que hay quienes atribuyen a la suerte, y a su equipo de oficiales. Cojo y exiliado más de una vez, ante un currículum tan mediocre en apariencia, ¿cómo es que su figura pasó a representar medio siglo de la historia nacional? ¿Qué proyectaba ese hombre para regresar una y otra vez a un poder para el que no estaba hecho? ¿Qué fortuna poseía, que le permitió vivir más que Iturbide, más que Maximiliano, más que Juárez, muriendo en el primer año del gobierno de Porfirio Díaz, quien la historia oficial nombró como su sucesor en los anales de la villanía nacional? Descifrar a esta enigmática figura es la tarea a la que se encomendó Enrique Serna, en una de sus mejores novelas.


Pese a no ser historiador de formación, Serna se torna invisible al asumir una estructura historiográfica: su novela, dividida en dos partes, carece de capítulos, pues en realidad toma la forma de una antología, un compendio de cartas, proclamas y reportes, editados juntos a raíz de un último intento desesperado del caudillo moribundo de salvaguardar su legado. Por lo tanto, es su hijo Manuel quién, pese a ser el que menos veces vuelve explícita su opinión en el texto quien, al asumir el rol de antologador y editor, se convierte en el narrador principal de la novela. Pese a los intentos de Santa Anna de justificarse a sí mismo, el texto no es amable con él, puesto que con astucia intercala muchas de sus confesiones con documentos que parece que no tienen otro fin que desmentirlo, resultando así en una mirada muy completa del México decimonónico, desde episodios tan conocidos como la Guerra de Independencia, hasta momentos biográficos más oscuros como el intento de adherirse al Segundo Imperio.


Para propósitos de este comentario, dedicaré los párrafos siguientes ha desglosar las tres estrategias que creo fortalecen la deconstrucción y complejización de “villanos” históricos y permiten dar un balance general de la novela, que se legitima en el discurso no sólo con el apartado creativo, sino con amplios anexos y bibliografía.


La primera de estas estrategias es el narrador no confiable, y puesto que más de la mitad de la novela toma la forma de transcripciones de cartas de Santa Anna, lo tomaremos como protagonista. Enunciándose la narrativa en sus últimos años, y pese a que él afirma gozar de cabal salud mental, las descripciones proporcionadas por los pocos personajes que le acompañan muestran a un anciano nostálgico, atrapado en el pasado, cuya principal motivación para iniciar el proyecto biográfico no es el miedo a la calumnia, sino al olvido. En un último intento desesperado por retomar el control de la narrativa, recorre paso a paso su vida desde la juventud, en los días de Nueva España, hasta la vejez, retratándose como un patriota amado por el pueblo, víctima de las intrigas de sus enemigos, con todos sus errores producto de la inocencia y las buenas intenciones. Sin embargo, su estilo, recargado en la rememoración y el autoelogio se derrumba cuando se intercala con otros relatos: su carácter despótico, incluso en el hogar familiar, se vuelve evidente con las cartas de su primera esposa; mientras que una breve opinión de Iturbide muestra que nunca fue considerado querido o indispensable por las otras figuras de su época. En su conjunto, la narración de Santa Anna es genuina, pues hay un alto componente de autoengaño, pero son las confesiones de un ser vanidoso y triste, que es menos de lo que él cree que es. Sin embargo, cerca del final de la primera parte, alrededor de la Guerra de Texas, se encuentra el mejor pasaje de la novela, cuando el caudillo, libre momentáneamente de sus acompañantes, desnuda su alma y errores en un pasaje desgarradoramente honesto.


El segundo elemento es la coexistencia de múltiples puntos de vista, que Serna utiliza para lograr a la vez contar la versión de la historia del militar sin ser indulgente con él. Además de los breves interludios de mandatarios, políticos y oficiales del ejército (de entre los cuales destaca Tornel, su secretario y acompañante en la primera etapa de su gobierno, a través del cual se muestra lo susceptible que era Santa Anna a los halagos, en sus fantasías napoleónicas, y lo voluble de su trato a los amigos y los colaboradores), son cuatro los personajes que provocan la mayor impresión en el lector: ya hablamos de su primera esposa, Inés, clave para comprender su faceta más íntima. Durante toda la novela, las diferencias crecientes entre Dolores (su segunda mujer) y Gímenez, su secretario, construyen gran parte de la tensión narrativa, en un duelo por controlar al anciano; y mientras que el testimonio de la primera es en gran medida ignorado por la parcialidad del cronista (hijo del primer matrimonio), el segundo es, en muchos sentidos, la fuerza antagónica de la narrativa, convenenciero y mezquino, insertándose en la historia a marchas forzadas y bebiendo de la poca fama que le queda al general. En ese sentido, la novela es clara en como Santa Anna está totalmente solo, pues todos los que le rodean, incluso su propia familia, buscan tan sólo un beneficio personal, por lo que me parece muy interesante que el novelista decida que el protagonista pierda hasta el derecho de contar su propia historia, pues el último fragmento de ella es narrado a través de uno de sus hijos naturales, quizá la versión más imparcial de todos los narradores.


Cierro esta breve recomendación comentando la tercera estrategia, que es la conciencia de la historicidad por parte de los personajes. Lo más interesante de establecer a Santa Anna en este punto es que, aunque siempre tuvo delirios de su grandeza, es en su vejez, sabiendo (aunque no lo reconozca) que sus mejores días han quedado atrás, que se asume plenamente como un personaje histórico. El Santa Anna del pasado sabía de la posición única en que se encontraba para construir un proyecto de una nación que todavía no existía como tal, y se valió de suerte, artimañas y carisma para acceder a las altas esferas, balanceando siempre sus caprichos a corto plazo con miras más duraderas. El Santa Anna del futuro no es muy diferente, pero sí su enunciación, pues salvo por ese delirio extraordinariamente autocrítico, piensa históricamente, en el sentido que no le importa tanto la verdad sino como construir una versión de ésta que le sea favorable, pues piensa en el juicio y legado que deje tras su muerte. Sin embargo, el esfuerzo de este protagonista en la narración está destinado al fracaso, pues la mayor fortaleza de Serna en esta novela es su mordaz sentido del humor, que desnuda a un hombre veleidoso que tuvo éxito precisamente por la falta de firmeza, manipulado por las facciones a quienes creía manejar. De esta manera, el seductor de la patria es un título irónico, pues Antonio López de Santa Anna, más veces que las que no, no fue el gran seductor, sino el seducido.


  • Título original: El seductor de la patria

  • Autor: Enrique Serna

  • Año de publicación: 1999




Hasta el próximo encuentro...


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