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El show de Truman

¡Bienvenidos pasajeros! Ha llegado el momento de confesar un pequeño problema que tengo: hay películas muy famosas, de las que todo el mundo habla bien, que de manera inconsciente desarrolló un rechazo a verlas, quizá por miedo a que no estén a la altura de las expectativas. La película que recomiendo hoy es uno de esos ejemplos, que no vi hasta finales del año pasado, gracias a la insistencia de mi hermano, y que creo que desarrolla los temas de cuestionamiento de la realidad mejor que Matrix, del mismo año.


Estrenada en 1998, la cinta es escrita por Andrew Niccol y dirigida por Peter Weir; protagonizada por Jim Carrey (Truman Burbank), Laura Linney (Meryl/Hannah Gill), Natascha McElhone (Lauren/Sylvia), Ed Harris (Christof), Noah Emmerich (Marlon/Louis Coltrane), Holland Taylor (madre), Brian Delate (padre), Una Damon (Chloe), Peter Krause (jefe) y Paul Giamatti (director). Un éxito modesto en taquilla, su recepción crítica fue excelente y llegó a ser nominado a tres Óscares: Mejor guion original, mejor director y mejor actor de reparto (Harris).


Una experta combinación entre comedia y drama, la película sigue a un hombre, adoptado desde el nacimiento por un estudio de televisión, cuya vida, sin que él lo sepa, es un programa de televisión transmitido las veinticuatro horas, en el que su hogar es un set controlado y todas las personas de su vida actores contratados. Una serie de bizarros eventos lleva al protagonista a una crisis existencial cuando se acerca el treinta aniversario del programa. Como mencioné en la introducción, el principal tema de la cinta es el cuestionamiento de la realidad, y creo que lo lleva a cabo de una forma muy efectiva: por supuesto no estoy sugiriendo que nuestras vidas sean un programa de televisión, pero detrás de una trama aparentemente absurda se esconden ansiedades reales que nos afectan a muchos, como el dudar de las intenciones y sinceridad de las personas que nos rodean, cuestionar que tanto de nuestros logros hemos ganado y construido ha sido por nosotros mismos, e incluso si nuestra cosmovisión misma no ha sido implantada mediante acondicionamiento por la familia, el gobierno, la sociedad, la cultura, etc. Las reescrituras que se tienen que realizar dentro del programa para tratar de explicarle a Truman las grietas en la narrativa son grandes escenas cómicas, pero también es una metáfora de cómo estamos dispuestos a los compromisos y maromas mentales más absurdas para no tener que comprometer nuestra zona de confort.


¿Hay más verdad en la realidad que en el programa, o todo es un gran show? Es una pregunta lanzada al protagonista, y a la audiencia misma en uno de los mejores clímax de la década de los noventa, y aunque es sin duda sugerente, creo que todo el esfuerzo directorial logra evitar que la audiencia caiga en la tentación del nihilismo: un espectacular diseño de producción, que realza la artificialidad del set, pero de una manera que casi parece benigna se contrasta con una banda sonora que se caracteriza por las emociones genuinas.


La cinta tiene un tono muy difícil de lograr, lo cual puede explicar que el guion pasara por más de diez versiones, algunas demasiado cómicas, y otras demasiado oscuras, pero el resultado final es uno de los mejores balances entre drama y comedia que he visto, pues la película de verdad es divertida, pero nunca compromete los momentos más oscuros de la narrativa. Si tuviera que clasificarse en un solo género, el de la sátira sería el más adecuado, pues la crítica a los medios es frontal y aguda. Desde el concepto mismo, el sentido común tendría que hace evidente la inmoralidad de que una corporación adopte una persona, pero es un desarrollo que se vuelve cada vez más creíble con cada día que pasa. La cínica manera en la que el show de Truman incorpora comerciales dentro de la narrativa es hilarante, pero también frustrante, pues es un buen reflejo de cómo las sociedades se vuelven presas del modelo de consumo. Si bien Truman ha sido condicionado para creer que su mundo es real, el espectador sabe que es ficticio, y aún así sigue viendo en una muestra desnuda de crueldad pasiva que está detrás de la obsesión de la audiencia con todo programa de “televisión real”, un artificio que refleja la falta de empatía de nuestra sociedad, y ningún ejemplo mejor que ese hay en la toma final, después de un poderoso clímax, en el que un espectador sin rostro simplemente cambia de canal, buscando un nuevo intretenimiento sin importarle que la vida de un hombre explotado ha cambiado para siempre.


Ed Harris fue el único actor de la cinta nominado a los Oscares, y no quiero demeritar su interpretación, pues creo que hace un gran trabajo como un antagonista carismático que se aleja de sus papeles usuales, pero la película se sostiene en gran medida por su gran elenco tanto dentro como fuera del set. Laura Linney carga con el peso dramático de la que es quizá la mejor escena de la película, cuando la paranoia la lleva a romper personaje, y a la fecha considero que es una gran injusticia que Jim Carrey no haya sido considerado para una nominación, pues aunque su personaje es de un tono más ligero en la primera mitad de la película, incluso en sus escenas cómicas no se limita a su rutina usual. Conforme la trama avanza, Carrey impregna su interpretación de matices que lo acercan a un protagonista de thriller psicológico, pero sin perder una inocencia conmovedora, pues la historia se podría comparar con la de un niño que experimenta de forma agresiva su transición a la adultez, lo que hace que nos involucremos con el personaje de una manera mucho más profunda que los espectadores ficticios del mismo programa.


La película es aún más profunda a un nivel temático, y creo que mucho del comentario brilla de forma más sutil. No mencionaré todos, pero creo que algunos importantes de considerar es la frialdad con la que la productora genera traumas en Truman como una herramienta para mantenerlo prisionero, una trama romántica que logra ser entrañable sin robar demasiado foco, una breve incorporación en el trasfondo de la importancia del activismo y sobre todo una advertencia seria sobre los peligros de la sobre vigilancia, en la que el estudio de televisión es una metáfora del gobierno, que durante décadas ha intentado minar, con distintos grados de éxito, el derecho a la privacidad, en contubernio con los grandes conglomerados de medios.


Aunque no me puedo considerar un experto, más joven tuve cierto interés por la filosofía, y creo que El show de Truman” tiene mucha tela de la cual cortar para lograr un excelente análisis. Por un lado, creo que la lucha de Truman por escapar puede servir como una gran adaptación de la metáfora de la cueva de Platón, en la que el protagonista ha pasado toda su vida viendo solo sombras en la pared; pero también creo que sintetiza de una manera muy efectiva el principio rector del existencialismo: ante una realidad incomprensible o absurda, tras un momento de crisis y catarsis, el hombre busca su propio significado desprendiéndose de los códigos externos y forjando su propia esencia. Para cuando la película termina, no hay ni una sola toma de Truman en el mundo real, si logrará adaptarse es algo que la audiencia no sabremos nunca, pero pese a las dificultades, sigue siendo la realidad, el único lugar donde se puede aspirar a ser libre.






Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío

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