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El sobrino del mago

¡Bienvenidos pasajeros! A punto de terminar nuestra exploración de las crónicas de Narnia, continuamos con la sexta entrega, pero primera en orden cronológico, que tiene el propósito de contar la historia de origen del mundo de fantasía, de una manera similar, pero a la vez muy diferente, del Génesis.


Transcurriendo cuarenta años antes del primer libro (en tiempos terrestres) y siglos desde la perspectiva Narniana, la historia sigue a dos niños: Digory (destinado a convertirse en el viejo profesor de la época de los Pevensie) y Polly, engañados por el malvado tío del primero para probar unos anillos mágicos, llevando sus aventuras a la creación de un nuevo mundo.


En la mitad más corta de la saga, con sólo quince capítulos, y tiene una estructura que permite una de las lecturas más ágiles dentro de la franquicia: la introducción sólo consta de dos capítulos, la primera aventura otros tres, el regreso a Londres tres más y seis más alrededor de la creación de Narnia, antes de cerrar con un muy dulce epílogo. Aunque la historia de este libro fue la segunda que se le ocurrió al autor, tardó muchos años en escribirla, de hecho fue la última en ser completada y es por eso que, pese a temáticamente estar muy unida al último libro, la mayoría de sus referencias directas son sólo al primero.


Como mencioné en el ranking de la semana pasada, no me suelen gustar las historias creacionistas, creo que tienden a sobreexplicar la narrativa, y en general, me parecen mucho menos interesantes que las historias que transcurren en un mundo más consolidado. Sin embargo, gracias a que Lewis recurre a un cúmulo de inspiraciones, tanto religiosas como mitológicas, esta novela se disfruta más que otras similares, esquivando la mayoría de los clichés. De todos los libros de Lewis, este es el que más tiene similitudes con Tolkien, pues la música juega un rol vital en la creación de Narnia, asignándosele la magia más poderosa, y me parece una gran idea creativa que el mundo recién creado se rige por reglas distintas a la de uno maduro, pues la explicación en mi opinión tiene lógica y permita estirar los límites de las reglas del universo hasta el momento.


El joven Digory es, posiblemente, mi protagonista favorito de los siete libros, pues tiene la personalidad más compleja: de mente aguda e inquisitiva, es un personaje valiente y con buenos instintos morales, pero su carácter fuerte puede ser agresivo y orgulloso dadas las difíciles circunstancias que enfrenta (padre ausente y madre moribunda, un paralelismo de la vida del propio Lewis), permitiendo la posibilidad de un arco sin que el personaje sea desagradable de seguir. Polly es la contraparte perfecta para el protagonista, madura y prudente, cumple muchas veces el rol de voz de la razón, pero tiene suficiente ansia de aventura para evitar tornarse aburrida, o aguafiestas a ojos de los lectores; siendo excelente la dinámica entre los dos niños, una amistad orgánica que tiene muchos pequeños momentos para brillar.


Los otros personajes, aunque en roles menores, tienen momentos para brillar (el caballo en particular tiene una subtrama humorística, pero reconfortante). Aunque Frank recibe muy poco foco, y su esposa Helen aún menos, siempre me ha parecido conmovedora su historia de cambiar el cinismo y amargura producto de una vida en la ciudad para encontrar la alegría del campo (otro tema que Tolkien y Lewis comparten); y aunque la reflexión a la que Aslan los invita sobre las tareas de la realza me parece un tanto simplista sin duda es un buen modelo de vivir. Expandir un poco sobre el personaje de la bruja blanca, que recibe nombre y trasfondo, fue una buena idea; sin embargo, el personaje que roba mucho foco es el tío Andrew, quizá mi villano favorito de la saga, pues es uno poco común en la fantasía, pero el más usual en el mundo real: un hombre egoísta y retorcido, pero en el fondo mezquino y patético (volverse deliberadamente sordo a la magia de Narnia es uno de los pasajes más efectivos de la serie, un comentario sobre la capacidad de auto engaño del hombre).


Otro de los elementos distintivos de este libro es que es el único donde parte de la acción, una secuencia extendida, ocurre en el mundo real, permitiendo una inversión de la estructura usual de la serie (la intromisión es de los elementos fantásticos a nuestro mundo, no al revés). Es en esta secuencia en Londres dónde se puede hacer notar la otra característica fundamental de la novela: es por mucho el libro más divertido de la serie, pues el autor explota al máximo lo absurdo de las situaciones que plantea y el tercer acto, ante la inocencia de las bestias parlantes recién creadas, tiene muchas oportunidades para el humor.


En lo que concierne a los otros mundos que los personajes visitan brevemente, Charn tiene mucho potencial narrativo como un mundo cruel y decadente, otrora grande; pero también una advertencia al lector, pues el texto es explícito en que la tierra puede tomar un camino similar: hay quienes encuentran paralelismos entre la Palabra Terrible y la energía nuclear, y en general el contraste entre Charn y Narnia simboliza la exploración temática sobre la armonía del ambientalismo entre contraposición a la explotación de los recursos naturales. Sin embargo, es para mí el Mundo Entre Mundos la locación más fascinante de las crónicas, de un estética visual en apariencia sencilla, pero muy evocativa, siempre he querido tener un cuadro de él.


El clímax es muy bueno, pese a la casi total ausencia de acción, pues retoma dos moralejas fundamentales: la ironía de tener cuidado con lo que se desea; y la diferencia fundamental entre robar y recibir, aunque el resultado aparente ser el mismo. Escribir precuelas siempre es difícil, por la tentación de resolver preguntas innecesarias, y aunque en este caso hay historias de origen no sólo de la bruja y el mundo mismo, sino del faro y el ropero, todas las respuestas tienen su encanto, y no llegan a abrumar al lector, sino que se consolidan como pieza satisfactoria de la continuidad pese a sus imperfecciones.


Como siempre, cierro de forma breve con una reflexión sobre el apartado religioso, pues auque los paralelismos con el génesis son evidentes, incluyendo la presencia clave de una manzana y la tentación como secuencia climática del libro, los paralelismos no son uno a uno, sino que esta creación toma vida propia, sobre todo porque el relato de Lewis no tiene el castigo como eje central, sino la redención. Otro aspecto teológico que me parece importante resaltar es que si bien dos partes de la Trinidad ya habían sido aludidas de forma bastante explícita en libros anteriores, ante el “soplo de vida” de Aslan este libro es el único que tiene una mención, aunque sea sutil, al espíritu santo.




  • Título original: The magician’s nephew

  • Autor: CS Lewis

  • Año de publicación: 1955



Hasta el próximo encuentro…


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