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El traje nuevo del emperador

¡Bienvenidos pasajeros! Durante los próximos días me quiero concentrar en la ficción corta, pues creo que en la brevedad muchas veces se encuentra la efectividad para comunicar mensajes maduros, pero accesibles a todo público. Nunca antes había cubierto un cuento de hadas, y no quería abordar ninguno que proviniera sobre todo de la tradición oral, y tampoco ninguno que hubiera tenido una adaptación mediática a la pantalla grande. Tras repasar la lista, encontré un cuento de Hans Christian Andersen, publicado en conjunto con el mucho más popular “La sirenita” que forjó su propio legado y cumple con mis requisitos.


Aunque creo que la mayoría de ustedes habrá leído o escuchado una versión del cuento, no está de más recordar los elementos básicos de la historia: un gobernante vanidoso, más preocupado por la ropa de gala que por el oficio de reinar, es estafado por dos truhanes quienes cobran una fuerte suma de dinero por confeccionar el traje más bello jamás creado. El truco: la tela es tan fina, que es invisible para aquellos tontos o indignos de su posición. De esta manera, el emperador y todos sus asesores aceptan la farsa y dejan que el monarca salga desnudo a un desfile, por temor a admitir que no pueden ver el inexistente traje.


Como es común en los cuentos de hadas, el crédito de la historia no puede pertenecer únicamente a Andersen, pues éste se basa en colecciones de relatos, muchos de ellos orales, tanto de España como de la India. Sin embargo, no se trata sólo de una copia recontextualizada, sino que los ajustes modifican de forma significativa el desarrollo temático de la historia. Si en las versiones originales a las que tuve acceso, la tela revelaría o bien falta de nobleza o bien una concepción fuera del lecho, Andersen transforma su fábula en una crítica a la vanidad intelectual, algo en especial notable si se toma en cuenta que al momento de su composición la burocracia supuestamente basada en un sistema meritocrático iba en ascenso.


El cuento es increíblemente vigente, pues habla de un fenómeno social que es cada vez más frecuente hoy en día: la ignorancia colectiva de común acuerdo, en el que un grupo acepta como verdadera información claramente falsa o absurda para no despegarse de la opinión mayoritaria. De hecho, creo que las redes sociales han exacerbado esta tendencia, pues paradójicamente la “democratización del conocimiento” ha favorecido la formación de burbujas que promueven una falacia de confirmación, aquella en la que sólo nos rodeamos de gente que opina igual que nosotros, ya sea de forma genuina o para pertenecer al grupo.


Eso es por el lado de la sociedad, pero no hay que olvidar que las primeras víctimas del engaño son funcionarios de gobierno, que el propio Andersen describe como sabios y preparados, con años de experiencia en los cargos que desempeñan, y creo que esta es una gran lección para quienes confunden títulos y curriculums con idoneidad para un cargo público, pues ninguno de los cortesanos, por inteligentes que son, tuvo el valor de decir la verdad, prefiriendo el estatus y reputación que el cargo confiere sobre la verdad evidente. En una gran demostración de ironía narrativa los personajes, en un afán de negar que sean tontos o incompetentes, terminan por revelarse como eso precisamente.


Hay una máxima oriental que dice que la vergüenza no es el opuesto del orgullo, sino su génesis; y lo mismo se puede decir de la inseguridad: los personajes en este cuento son sin duda vanidosos, pero esta obsesión por una reputación es sólo un síntoma de lo endebles que ven sus propias posiciones y cualidades. Para mí, no hay mejor ejemplo de esto que el final del cuento en el que, una vez revelado el engaño, el emperador opta por continuar el desfilo con un gesto digno, pues lo único peor que haber sido engañado, es admitirlo en público, de manera similar a como muchos dignatarios en el presente y el pasado han seguido adelante con políticas públicas desastrosas por negarse a dar marcha atrás, lo que implicaría admitir un error de cálculo o criterio.


¿Por qué un niño es quien se atreve a denunciar la farsa? El autor equipara la sinceridad con la inocencia, pero creo que podemos profundizar un poco más: el niño no es inocente por una cualidad inherente a él, sino porque no ha tenido tiempo para contaminarse por los prejuicios y dudas internas que atrofian nuestra capacidad de ser críticos y hacer valer nuestra individualidad. Con eso no quiero decir que la imprudencia y la arrogancia sean recomendables como estilo de vida, pero creo que si todos tuviéramos el valor de decir nuestra opinión, estaríamos menos dispuestos a juzgar las de los demás.




  • Título original: Kejserens nye klæder

  • Autor: Hans Christian Andersen

  • Año de publicación: 1837






Hasta el próximo encuentro…


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