El velo de la novia
- raulgr98
- 10 oct 2024
- 4 Min. de lectura
La toman por mujer severa y cruel, pero escuchen mi testimonio, les juro que por primera ocasión no miento: una vez y sólo una, escuché a mi madrastra reír.
¿Por qué discutió con mi padre en aquella ocasión? Imposible saberlo, nunca junten a una mujer orgullosa con un hombre temperamental, pues perderán pronto la cuenta de los agravios. Lo único que importa es que en la mañana en la que inicia la historia, Hera llevaba ya un año desaparecida del Olimpo, harta de los desplantes del rey. ¿Por qué Zeus la quería de regreso con tanta urgencia? Hay quienes dicen que no soportaba ser vencido, otros que temía rebeliones parecidas del resto de su familia, y unos pocos que dicen que su corazón albergaba aún un poco del amor que tuvieron antes de mi nacimiento. Lo único que yo puedo decir, pues trato de alejarme de los asuntos del corazón, es que en el salón del trono nos encontrábamos reunidos todos los hijos de Zeus, mayores y menores, pues habíamos sido convocados para encontrar solución al problema de la reina desaparecida.
"Ordénale que vuelva" dijo el arrogante Apolo "eres gobernante de todo el cosmos, no sólo su señor esposo".
Hera ya había enfrentado la ira de Zeus, y más de una vez soportado castigos crueles. Si aún así se había marchado, ninguna amenaza la haría retornar.
"Honra a mi madre" insistió Ares, prudente por primera vez en su eterna existencia "sedúcela con ofrendas, templos y regalos".
Quizá en un marido menos terco, que ofendiera a su mujer por primera vez, tal estrategia funcionaría; pero Hera no se dejaría engañar con actos tan vacíos.
"Déjala ser, padre" se atrevió a sugerir Artemisa "si evitas montar en cólera un tiempo, regresará por su propio pie tarde o temprano."
Si tan solo el único ser con todo el tiempo del mundo tuviera menos paciencia que un bebé hambriento...Tal ironía me provocó una carcajada, y el dulce sonido de mi propia risa me dio una idea.
"Debemos engañarla, padre."
"Hermes, detectará cualquier artimaña de mi parte".
"Esa es la idea, debe detectarla. No sabré de esposas, padre, pero sé que nada hace más feliz a hombres, mujeres y bestias que saberse más listo que sus enemigos".
Mientras tejía mi trama, miraba de reojo los rostros de mis hermanos y hermanas. Ninguna me entendía, Ninguna salvo una: cuando Atenea me observó, supe que habíamos ideado la misma estrategia, así que le dejé a ella la tarea de plantearla, con su voz de autoridad que ni el dios del cielo puede ignorar.
"Padre, si quieres a Hera de regreso, vas a tener que dejarte humillar".
Un mes después, caminaba detrás de un cortejo nupcial, aguardando. El novio era el todopoderoso Zeus, gallardo y viril; la novia, casi tan alta como él, de proporciones perfecta, cubierta de pies a cabeza con un hermoso velo. Yo, mientras tanto, había cumplido mi tarea: en las cuatro esquinas del mundo de sabía que el señor del Olimpo contraería matrimonio de nuevo, esta vez con una fémina más hermosa que la misma Hera, que se cubría el rostro para no hacer llorar de envidia al sol.
Al llegar al ágora, una anciana encorvada se colocó frente a la caravana, y señaló al novio con su nudoso dedo, antes de levantarse la túnica que la cubría.
"¡Crees que aún puedes engañarme señor esposo!" rugió Hera al asumir su forma verdadera. "Sabes bien que ninguna diosa o mortal se atrevería a ofenderme desposándose contigo. Veremos ahora que monstruo ingenuo capturaste para tenderme tan burda trampa"
Acto seguido, Hera tomó el hermoso velo y lo arrancó de la cabeza de la novia, pero entonces la reina de los dioses quedó perpleja, pues quien le regresaba la mirada era en efecto una mujer alta de perfectas proporciones, pero hecha por completo de madera. Tan bizarra situación sólo la desconcertó más cuando vio a Zeus protegiendo con los brazos a su novia inerte, con ojos devotos aferrándose a una novia inerte.
Había llegado el momento. Pidiendo perdón por la ofensa que estaba a punto de cometer, me escabullí del cortejo y tomé la forma de un niño, para desde las sombras gritar: "El todopoderoso Zeus se ha prendado de un trozo de madera".
Comenzó con apenas una flexión en la comisura de los labios, que se fue ensanchando hasta transformarse en una sonrisa completa, para culminar en un sonido que nunca creí escuchar de ella. No puedo mentir, en todo momento mantuvo su regia compostura, jamás vi su cuerpo retorcerse en el suelo, ni mostrarse sus perlados dientes, pero frente a aquel cortejo nupcial, la única verdad es que Hera reía.
Unos cuantos se atrevieron a reír también, pero la orden de silencio vino no del avergonzado novio, sino de la esposa que volví al hogar:
" ¡Sólo yo! Sigue siendo rey en el Olimpo".
Fue así como se dio la gran reconciliación entre Hera y Zeus, dónde él no mostró furia ni adulación. Para que su mujer lo perdonara, bastó con hacerla reír.
¡Bienvenidos pasajeros! Las últimas semanas he escrito de masacres, tragedias y traiciones, todos temas importantes, pero es fácil quedar abrumado. Por eso el día de hoy no hay reflexión, sólo quise compartir un mito que encontré en un libro de la historia de la risa, y que nunca antes había escuchado, que inspiró el festival de las dédalas.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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