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El águila y la serpiente

¡Bienvenidos pasajeros! En parte porque la semana pasada suspendí la serie de relatos, quise regresar al tema de la Revolución el día de hoy, para lo que recuperé y simplifiqué un pasaje de mi tesis de licenciatura en la que hablo de una novela sobre el periodo estudiado que creo que tiene cosas muy interesantes que decir, y que considero un pilar de la concepción de la lucha armada en la cultura popular, una pieza de la literatura mexicana moderna poco estudiada, pero con efectos de largo alcance.


El águila y la serpiente, se desarrolla en el periodo entre 1913 y 1915 y funciona casi como una crónica de viaje (si bien, es muy posible que haya un alto grado de ficción e historia revisionista, dado que la novela se compuso más de 10 años después de los acontecimientos descritos). Escrita en el exilio, el autor está en una posición política peculiar, pues como participante del movimiento armado tenía una postura crítica hacia el gobierno (especialmente Carranza, Obregón y Calles), , pero no del todo desilusionado del movimiento al ser cercano a otras figuras como Serrano y De la Huerta, así como simpatías políticas con Madero y los convencionistas, y relaciones ambiguas con el ejército federal (en el cual sirvió y murió su padre) y Villa (a quien admiró pero de quién eventualmente se distanció). Siendo el viaje un aspecto importante, Guzmán se detiene para enfatizar las rutas que su personaje tomó como revolucionario y los lugares que visitó, pero la obra es predominantemente política, pues presta muy poca atención a los aspectos sociales y culturales, salvo por un par de elementos simbólicos y una narrativa cargada de prejuicios: siente un evidente desdén por las comunidades de influencia indígena, así como el grueso de los villistas y zapatistas de origen humilde, acusándolos de salvajes violentos e ignorantes (en ese sentido, su descripción del tren como una metáfora de la pérdida de civilización es interesante), pero por otro lado la élite es igual de despreciable (o incluso más, pues en sus palabras, no tienen la excusa de la ignorancia), sólo la clase media, y en particular la intelectual, es salvable para el autor.


Entre los elementos no narrativos de la novela, el primero que debe analizarse el título. El águila y la serpiente inmediatamente remite al escudo nacional, por lo que hay que preguntarse si la novela es una historia nacionalista. Desde un cierto punto de vista sí: no sólo habla positivamente de Hidalgo y la Independencia como eventos relevantes, sino que continuamente asocia lo patriótico y lo revolucionario en el texto. Por otro lado, critica la figura de Juárez y sus menciones frecuentes a Roma y su historia no sólo dan una dimensión intelectual a las conversaciones entre Guzmán y sus compañeros, sino que disminuyen la grandiosidad (e incluso ridiculizan según algunas lecturas) de la Revolución Mexicana, que no puede compararse a la historia romana. A pesar, o quizá gracias a, las críticas a la Revolución, me parece que la visión nacionalista de la Revolución es confirmada en la obra de Guzmán: más allá de si fue exitosa o fallida, e incluso sin que importe la calidad moral de sus participantes, para el autor es innegable que la Revolución forjó la nación mexicana que se conoce, de ahí el simbolismo nacionalista del título.


La estructura es en dos partes (tituladas Esperanzas revolucionarias y En la hora del triunfo respectivamente) con siete libros cada uno, siendo la primera en su mayor parte un relato de viaje y aventura más optimista respecto al movimiento (todavía unificado), mientras que la segunda explora el comienzo de la guerra civil acentuando la crítica política. Aunque la cantidad equilibrada de libros podría dar una idea equivocada, las dos partes no son simétricas, conteniendo la primera parte un total de 27 contra 35 de la primera (la cantidad de capítulos por libro también es variada, con un mínimo de 2 y un máximo de 7), debiéndose posiblemente esta simetría a que la segunda parte (el conflicto de facciones) le resulte más complejo y más interesante al autor, por lo que le dedica más tiempo. Sin embargo, me parece que el elemento no narrativo más efectivo es que los libros y capítulos tienen nombre, lo que en mi opinión crea una experiencia de lectura más inmersiva pues permite al lector (sobre todo aquel que tiene nociones básicas de historia, si bien esto no es necesario para seguir la narrativa, pues la mayoría de los relatos no requiere conocimientos previos) intentar deducir la historia y tono de cada capítulo, dándoles una identidad propia de la que carecerían si se les identificara únicamente con un número.


La elección de la voz narrativa en El águila y la serpiente es una decisión clave para el discurso de la obra, pues describir los acontecimientos en primera persona no sólo crea una mayor empatía con el narrador (lo seguimos exclusivamente a él) sino que le da un cariz testimonial a la novela, lo que aumenta las posibilidades de que lo que describe sea tomado como verídico. Dicho elemento testimonial se refuerza por la impresionante lista de personajes históricos que el narrador menciona en mayor y menor medida, lo que hace que en ocasiones ciertos capítulos puedan pasar más por crónicas de reuniones que por una narración más clásica. Sin embargo, el elemento negativo de tener un único narrador es que el autor le concede al personaje principal (una versión ficticia de él mismo, lo que se deduce en gran medida por conocimiento de su biografía, pues sólo se le refiere por el nombre de “Luisito” una vez y “Guzmán” en otra ocasión) toda la superioridad moral (rechaza cargos para no tener lealtades a caudillos que no lo merecen) y una mayor capacidad de análisis que cualquier otro personaje (siempre que un personaje sigue su consejo queda agradecido, pues resulta ser el correcto), lo que puede disminuir considerablemente su carisma para muchos lectores (sobre todo si se toma en cuenta que decide no explotar esa influencia y termina por abandonar a Villa y la Revolución, lo que destruye su supuesta superioridad moral, reemplazada por indecisión). Quizá el que su personaje sea poco agradable haya sido el punto de Guzmán (y su superioridad moral una falsa fachada desde el inicio), pues es la crónica de un revolucionario fracasado, que si se sigue la biografía del autor, tendría una carrera política exitosa antes y después de la novela.


En cuanto al estilo, es bastante accesible incluso para estándares contemporáneos, pues los párrafos son construidos de forma gramaticalmente correcta, las frases y oraciones se encuentran completas (incluso los diálogos) y se reducen al mínimo los regionalismos y otras expresiones comunes, por lo que da una sensación más universal y planificada, con una intención de discurso claramente escrito (más que verbal). Los capítulos son largos, pero no en exceso, y al menos la edición de Castro Leal ofrece al lector pausas después de unos pocos párrafos para hacer aún más dinámicas la lectura. Si bien corta en acción en su primer capítulo, Guzmán logra que la novela enganche al escribir intriga y suspenso desde el inicio al poner a los personajes en un barco con una espía y dificultades para llegar a los Estados Unidos y unirse a la Revolución, pero también con una alta dosis de humor, lo que mantiene al lector interesado en descubrir el desenlace y entretenido mientras llega al punto. Aunque cada libro cuente un relato distinto y en muchos casos sin relación entre ellos, Guzmán repite esta combinación de tensión (como en el capítulo La araña asesina) y humor (los intentos fallidos de los personajes de invitar mujeres al baile), combinándose en ocasiones en capítulos donde no se sabe si lo correcto es sonreír por la anécdota o reflexionar por las implicaciones (como el incidente de la pistola de Villa) al narrar las aventuras y desventuras del narrador mientras viaja por el norte del país, Estados Unidos, Veracruz y la Ciudad de México; lo que vuelve dinámica una lectura que en otras circunstancias, dada las referencias exhaustivas a nombres, lugares y acontecimientos correría el riesgo de hacerse tediosa.


Es relativamente poca la descripción que hace (y no la usa para hacer más inmersiva la historia, es más bien un agregado), pero muchos críticos han notado lo detallado de sus relatos de paisajes en México y Estados Unidos. Estos pasajes enfatizan el aspecto poético del autor, tratándolos con un aura mística y las descripciones están escritas en función de la emoción que despiertan en el narrador, por lo que cumplen la doble función de resaltar la formación artística de Guzmán (es en estas descripciones donde más luce su dominio del lenguaje) pero también de contrarrestar la belleza de los lugares naturales y las ciudades con el caos de las acciones humanas.


Las descripciones humanas por otro lado, son en lo que resalta Guzmán, siendo sus apreciaciones sobre Villa, Obregón y Carranza, así como la de sus hombres, convincentes a pesar de su evidente parcialidad. Lo primero que llama la atención es la excesiva presencia de personajes en la novela, básicamente agrupados en militares, políticos e intelectuales. Casi todos los personajes con los que Guzmán interactúo durante el periodo revolucionario, desde grandes figuras hasta sus compañeros de viaje, pasando por secretarios, lugartenientes y ateneístas, tiene una mención dentro de la historia, lo que le da un alto grado de referencialidad (casi enciclopédica) a la crónica del narrador. Combinando la descripción de grandes caudillos con personajes secundarios, es claro el involucramiento emocional del autor con sus personajes, y el narrador no teme en destruir algunos personajes y facciones completas, pero entre la dicotomía en lo que el percibe como barbarie (villismo/zapatismo) y civilización (carrancismo/obregonismo), condena a ambos, pero concede más ideales al primero, pese al percibido salvajismo de sus acciones. Probablemente el capítulo más famoso de toda la novela, La fiesta de las balas es el que mejor explora la compleja psicología de la guerra pues en un esfuerzo del narrador de separar “qué es histórico y qué es legendario” de la División del Norte, Guzmán presenta una doble faceta de los villistas, un reflejo de la difícil relación que tuvo con ellos, pero en términos generales prefiere describir las consecuencias y secuelas de la violencia más que la guerra misma, salvo en contadas excepciones, y Francisco Villa es elevado a una suerte de héroe mítico, caracterización que se mantiene hoy en día.


Aunque muchos críticos, y el propio Guzmán afirman que el acercamiento a los protagonistas es efectivo porque el narrador logra crear perfiles psicológicos de los mismos, me parece que en realidad la clave para entender la eficacia de su descripción se basa en enfocarse en la vida diaria (como comen, como bailan, como juegan, sus modos y sentido del humor, la interpretación simbólica de la forma de vestir de sus hombres, etc.), lo que permite contextualizar, darles un toque de humanidad y finalmente poner en perspectiva clara la personalidad de los caudillos revolucionarios.


En cuanto a los acontecimientos, el personaje central es generalmente pasivo en ellos, es definitivamente más un espectador que un actor; lo cual tiene ventajas y desventajas pues aunque por un lado un lector podría preguntarse porque seguir a alguien tan poco activo en lugar de otro personaje (lo que en casos extremos limitaría la interacción con la novela), por otro lado le permite a Guzmán explotar al máximo su formación periodística, pues refuerza el elemento autobiográfico testimonial pero lo aleja de la acción para que pueda narrar desde una aparente objetividad, lo que ayuda para que los lectores que no puedan entrever sus prejuicios o contrasten con otras fuentes de información tomen su narración como históricamente fidedigno, con poco o ningún matiz. El viaje, además de su uso simbólico, cumple una función clave pues le da a la novela amplitud y un ligero grado de epicidad, pues el héroe (Guzmán) realiza una odisea por Veracruz, Cuba, Estados Unidos, el Norte, Ciudad de México, usualmente regresando a los mismos puntos, buscando integrarse a la Revolución (el que termine por fallar en este objetivo no demerita el carácter de la travesía, sino que le otorga una nueva dimensión entre trágica y cómica), viajando incluso con un fiel compañero de aventuras, si bien el escritor decide cambiar al acompañante cada cierto número de capítulos (y el desenlace lo recorre solo) para ofrecer de este modo visiones distintas y evitar la monotonía en las conversaciones.


La selección de las anécdotas que narra es apropiada, pues permite equilibrar en el tono la tensión, la diversión y la crítica; y aunque su estilo no es “fotográfico” en su mayor parte (siendo una excepción notable el uso de la película revolucionaria en la Convención de Aguascalientes para contrastar la supuesta unidad filmada contra la reacción de la audiencia, dividida entre vivas y abucheos y culminando en disparos a la imagen proyectada de Carranza), el simbolismo, siendo dos los elementos más recurrentes: el baile (que es usado como metáfora tanto de la violencia de la guerra en el villismo como de la intriga política en el carrancismo) y las balas, a las que incluso se describe como personajes con personalidades muy bien definidas y distintas entre sí en uno de los pasajes más célebres de la historia; así como la recreación atmosférica (que involucra los vestidos, la comida y en ocasiones incluso el clima) logran comunicar el sentido de cada capítulo con igual efectividad que si se describieran las acciones específicas en ellos. Me parece que la crítica a Obregón y Carranza es más efectiva cuando hace que el lector empatice con los condenados a muerte, siendo el único fragmento en el que se hace crítica social explícita (los saqueadores son movidos por la pobreza y suplican piedad invocando a sus familias), pero esta emoción no logra replicarla ni siquiera en la historia de los falsificadores, a pesar de tener una estructura similar, pues en esta su objetivo no es tanto condenar al caudillo sino a la inacción del propio narrador.


Otro aspecto que me parece vital señalar es que a pesar de que la estructura de la novela es en su mayor parte lineal, Guzmán recurre con mucha efectividad a la prolepsis y analepsis (dar saltos breves al pasado o al futuro respectivamente) como técnica literaria, pues el recordar el pasado y adelantarse al futuro (incluyendo el destino de algunos personajes) le da una dimensión más trágica a la narrativa (hay un destino fijo para los personajes) y permite hacer un análisis más interesante, pues sabiendo el desenlace el diagnóstico que hace en la descripción de personajes adquiere mayor relevancia y dinamismo; en lugar de ser sólo contextual.

 

La mayoría de los críticas consideran a Martin Luis Guzmán un autor anticaudillista, dado que señalar las debilidades de carácter de los líderes revolucionarios uno de los asuntos que ocupa más páginas en la novela pero me parece que esto no es totalmente cierto, pues si bien desprecia a la gran mayoría de los caudillos (Carranza y Obregón), pues cree que algunos como De la Huerta, Felipe Ángeles, Vasconcelos y Lucio Blanco poseen superioridad moral, si bien queda claro que preferiría un gobierno civil. La manipulación de los hechos es muy clara en la novela de Guzmán, aunque intenta mostrarse neutral afirmando el peligro que representaban por igual Villa y Carranza, sus preferencias son claras en el desarrollo de los acontecimientos: es la División del Norte de Villa la única responsable de vencer a Huerta (siendo el apoyo de Estados Unidos la segunda causa más importante), mientras que Carranza es el responsable de destruir el ideal revolucionario al provocar una guerra civil. En cuanto a los personajes, Guzmán claramente contribuyó a engrandecer la leyenda de Villa al ser el líder al que dedica más atención, describiéndolo de forma ambigua, tanto primitivo como justiciero, pero grande (de haberlo conocido, Guzmán probablemente habría descrito a Zapata con los mismos términos, como parece indicar su descripción de los delegados zapatistas y la tropa en Ciudad de México.


Durante muchos años he estudiado el efecto de la novela histórica para construir un discurso en el imaginario colectivo, y creo que esta obra literaria es un buen ejemplo de cómo, incluso aunque ya no son leídas, algunas piezas de la literatura, a través de la reiteración de sus ideas en otros medios, siguen construyendo discursos arraigados de forma profunda en nuestra concepción del pasado.


  • Título original: El águila y la serpiente

  • Autor: Martin Luis Guzmán

  • Año de publicación: 1928




Hasta el próximo encuentro...


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