El último enemigo*
- raulgr98
- 29 dic 2022
- 4 Min. de lectura
Cartago, 146 antes de Cristo
Los dioses debían estar divirtiéndose con ellos, porque la historia se estaba repitiendo. Escipión Emiliano se encontraba frente al templo de Eshmún, en la ciudad de Dido, que habían conquistado casa por casa, calle por calle. En el senado decían que sólo un Escipión podría derrotar al eterno enemigo de Roma y parecía ser cierto, pues después de tres años de asedio él, Publio Cornelio, nieto de Africanus había rendido al enemigo, y nada parecía más poético que el cartaginés que había dirigido la defensa y ahora se rendía a sus pies era el beotarca, Asdrúbal, nieto de Aníbal el azote de Roma.
La batalla de Zama se había repetido aquel día, entre las llamas de los templos y edificios, y nuevamente un Escipión había vencido a un Barca que se sentía inmortal: nieto contra nieto, romano contra cartaginés, cónsul contra sufete. A su lado se encontraba Lelio, hijo de aquel otro Lelio que había sido el íntimo amigo de su abuelo; y el trío lo completaba Polibio, el historiador griego que ya había escrito la crónica de las dos guerras púnicas anteriores a esta, destinada a ser la definitiva.
Zama había sido una victoria gloriosa, pero Escipión no estaba seguro que pudiera sentirse orgulloso de aquella victoria. Habían penetrado en la ciudad una tarde de la semana anterior por las bodegas a las que el propio Asdrúbal había prendido fuego y habían pasado toda la noche abriéndose paso por la plaza y los muelles. Una vez que las legiones cruzaron por completo las puertas, la masacre había sido sistemática. Corriendo incluso por los techos, hasta los niños habían defendido cada metro y durante seis días los romanos habían matado y quemado todo lo que se encontrara a su paso. Rendido, el general ahora suplicaba por la vida de los supervivientes.
-Han vaciado la ciudad-se quejaba en griego para que el cónsul lo entendiera-Quedan 900 en el templo, nada más.
El romano asintió y dio instrucciones:
-Lelio, dile a los legatus que el genocidio se acabó. Esclavizaremos a los que queden, pero no se tomará una vida más. Y repíteles a los legionarios que no toleraré las violaciones, ya estoy lo bastante asqueado con lo que hicieron en el templo de Apolo. Polibio, los hombres llevan días saqueando todo el oro que pueden. Encárgate de que entreguen todo, el reparto se hará hasta después del triunfo y quien se reserve un sólo denario perderá la mano.
-¿Y los defensores del templo?-preguntó Polibio.
-Entre ellos hay desertores romanos. No tenemos otra opción, no habrá piedad para ellos.
-¡Mi familia está ahí romano!-gritó Asdrúbal-¡No puedes hacer esto!
Escipión dudó, no sabía que civiles estaban en el templo, pero entonces las columnas estallaron en llamas, prendidas por los propios sitiados, desesperados, y en el techo alcanzaron a ver la silueta de una mujer, sosteniendo a dos niños. La desconocida habló.
-¡Romano, haz ganado por el vigor de tu brazo y la fuerza de tu mente, y como enemigo al que respeto te bendigo: que tus días futuros sean recompensados y tu ciudad te tenga en mejor estima que a tu ilustre ancestro! ¡Asdrúbal, marido mío, indigno del nombre Barca. A ti te maldigo, porque aunque esta ciudad estaba perdida desde el día en que le dimos la espalda a Aníbal no era tu tarea rendirla, niños han muerto defendiendo los muros y adoquines mientras tú lloras y negocias como cobarde! Pero no compartiré tu vergüenza, ni dejaré que tus hijos sean desfilados como trofeos por las calles de Roma.
Y tras proclamar algo más, que el cónsul no alcanzó a entender, la valiente mujer se aferró a sus hijos y con ellos saltó a las llamas.
No sabría decir quien gritó con más fuerza, si Asdrúbal o él mismo, pues se sentía impotente ante tal aberración que él había contribuido a provocar. Juntos, como hermanos nacidos en patrias distintas, pero sin intercambiar palabra alguna, cayeron sobre sus rodillas y lloraron. Los lictores se apartaron de su lado, inseguros de que hacer, y no recuperó la compostura hasta que se percató que Polibio y Lelio seguían a su lado, habían presenciado inmóviles el grotesco espectáculo.
Mirando a Polibio, las lecciones de historia de su infancia regresaron con fuerza, especialmente las de la caída de Troya, que ardió como en ese entonces ardía la ciudad africana. Aquella había sido la máxima victoria de los griegos, pero de nada les había servido. Se habían sometido a Alejandro Magno, y se habían arrodillado ante los romanos. Todos los grandes pueblos se coronaban con la gloria, pero tarde o temprano caían, y el ciclo de destrucción no tenía fin.
-Llegará también un día en que perecerá Troya la santa-susurró en griego, citando la Illiada. Solo Lelio, Polibio y un joven pero brillante oficial llamado Cayo Mario lo escucharon, pero sólo el tercero lo entendió, por lo que tuvo que explicarse.
-Ayer Homero se refería a Troya, hoy a Cartago. Espero no llegar a mañana, pues lo mismo dirán de Roma.
-¿Pero quien podría vencer a Roma?-exclamó Lelio-Vencimos ya al último de los enemigos.
Sí, hoy cayó el último de los enemigos-pensó Emiliano-la siguiente amenaza para Roma será desde el interior.
¡Bienvenidos pasajeros! Este relato narra el final de las guerras púnicas, que tuvo como consecuencia la destrucción definitiva de la ciudad y reino de Cartago. No me quise concentrar aquí en la logística de la batalla, sino en lo trágico del desenlace: los romanos llevaron al combate 84'000 hombres y perdieron 17'000; pero en Cartago se encontraba medio millón de habitantes, de los cuales solo 90'000 eran soldados. Cuando la masacre acabó, los romanos regresaron con 50'000 esclavos, el resto pereció en aquel infierno.
Efectivamente, el sitio de Cartago fue la última gran victoria de la república romana, al menos hasta los días de Julio César, pues aunque se siguió peleando en las fronteras ningún otro enemigo tuvo nunca el potencial de convertirse en una amenaza seria. Destruido el legado de Dido y Aníbal, Roma pasó a destruirse a sí misma, envuelta en un conflicto civil que iría del asesinato de los Gracos a la tiranía de los optimates a, eventualmente, el ascenso y caída del Triunvirato, el cruce del Rubicón y la destrucción de la República, que ningún enemigo pudo lograr.
Hasta el próximo encuentro....
Navegante del Clío
*Para Lucía, tercero de doce relatos de la Antigua Roma.
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