En los confines del mundo
- raulgr98
- 24 ago 2023
- 3 Min. de lectura
Hispania, año y medio después
No era la primera vez que el héroe navegaba, pero nunca había visto algo como eso. Receloso de las aguas, siempre se había cuidado que la tierra estuviera a la altura de su mirada. No sabía como Euristeo se había enterado de su repulsión por el mar, pero ya llevaba varios años que pasaba más en un barco que en un camino.
Y este recorrido, que esperaba que fuera el último, lo había hecho solo. Demasiado había tentado ya a su suerte llevando a Yolao y a otros en las últimas dos aventuras, pero estaba consciente que su primo pronto comenzaría a buscar excusas para alargar su forzado servicio. Sin embargo, ante la inmensidad que se extendía frente a él, extrañaba a su familia más que nunca.
Era el crepúsculo, y una tenue luz inundaba de naranja todo a su alrededor. A sus espaldas, docenas de reses rojas, el rebaño sagrado de Helios, que el rey le había ordenado robar, pastaban tranquilas. Después de la tragedia en Amazonia, parecía que los dioses habían optado por dejarlo en paz, pues el conductor del carro solar todavía no descendía para fulminarlo por su osadía ¿El costo de haberlas conseguido? Ya ni siquiera lo notaba. A estas alturas de su castigo, mataba casi en automático, y la batalla que en su juventud tanto le excitaba ahora le parecía casi aburrida. El pastor Euritión, un insignificante hijo de Ares, apenas se había resistido, y su enorme perro de dos cabezas, muerto de un sólo golpe.
Gerión, dueño del rebaño, fue el único que le provocó la menor pausa, no por dificultad sino por lo bizarro de su forma: el señor de aquellas tierras medía más de dos metros, con tres pechos comprimidos en un sólo par de piernas. Heracles recordaba la arrogante risotada del monstruo, ufanándose de su presunta invulnerabilidad, al menos hasta el momento en que una flecha mojada en sangre de Hidra le atravesó en un sólo vuelo sus tres oscuros corazones.
Ahora, Heracles se encontraba al borde de un acantilado con su recompensa, esperando que cayera la noche para sacar su barco de la cueva donde lo había ocultado, y admiraba algo que creía imposible: por primera vez contemplaba algo más imponente que él, pues más allá del borde el océano se extendía hasta el horizonte: lo llenaba todo, hasta el más mínimo rincón, como si nunca tuviera final. Arrodillado ante la inmensidad, lo embargó un abrumador sentimiento, pues había llegado al extremo del mundo.
En las luces del atardecer, se sentía más solo que nunca, con las nubes formando los rostros de aquellos a quienes había amado y perdido: Anfitrión e Ificles, arrebatados de su lado demasiado pronto, la serena sonrisa de su madre, la familia a la que había masacrado. Hasta Hipólita se encontraba, sin un sólo reproche en su noble faz. Heracles se sorprendió entonces suplicando que alguien compartiera un momento tan bello con él: su sobrino, el padre al que no conocía, los amigos que le quedaban, pero nadie acudió.
Aun así, de alguna manera debía honrar tan bella visión, así que postergó su partida una semana completa. Con únicamente la fuerza de sus manos, moldeó la roca del peñasco en el que se encontraba y levantó una columna, tan alta como pudo ser capaz. Después se colgó por la pendiente y cruzó a nado el estrecho que conectaba el pequeño mar Mediterráneo con las aguas inmensas de más allá, subiendo a la cima de la otra orilla edificó durante días una columna igual de magnífica que su gemela. Antes de concluir, talló en cada una dos palabras que siglos después los romanos inmortalizarian en su propia lengua:
"Non terrae" "Plus ultra"
¡Bienvenidos pasajeros! Desde niño siempre he creído que el décimo trabajo de Hércules era el más ignorado de todos, probablemente por lo confuso que es. Se trata de un robo, pero al contrario que la cierva o el jabalí el reto no es atrapar a la bestia. Vence a más de un monstruo mítico, pero matarlos no era el trabajo. Por lo tanto, siempre ha sido difícil representarlo en el arte. Por lo tanto, en este pequeño relato dramatiza no el trabajo en sí, sino lo que yo creo es el momento más bello del pasaje.
Hasta el próximo encuentro....
Navegante del Clío
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