En los días antes de Jenner
- raulgr98
- 6 sept 2024
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China, siglo X
La plaga ya había arrasado con tres aldeas al norte, y la pareja de campesinos estaba desesperada, pues no tardaría en llegar a su hogar. La madre había sobrevivido a un brote anterior cuando era niña, y el padre parecía no enfermarse nunca, pero temían por su pequeño. Por eso habían caminado por dos días y dos noches, hasta llegar a casa de la curandera, que según los rumores protegía de la peste con sus remedios.
La choza parecía limpia, pero aún así olía a muerte. Si la situación no hubiera sido tan apremiante, los padres quizá no hubieran entrado, pero los rumores de fiebres, llagas y pústulas los hacía temblar, y la fe era el último recurso que les quedaba. La curandera, otra sobreviviente de la peste, como denunciaban las cicatrices en su rostro, los escuchó con paciencia y, tras cobrar su precio, condujo a la madre al patio.
"La plaga no puede tocarte dos veces" le había explicado. Lo que encontró dejó sin habla a la pobre mujer: un cuerpo que no podía llevar más de un día muerto, cubierto aún de las costras blanca de la peste. "En este el mal está ya débil" le dijo la curandera, mientras raspaba con metódica calma las costras del cadáver, hasta ocupar medio cuenco del asqueroso polvo "y puede proteger a tu hijo".
Lo que siguió fue algo que atentaba contra todo sentido del orden natural, exponer a un crío a la enfermedad de la que se buscaba protegerlo, pero los padres hicieron lo que la anciana exigía. Con firmeza, convencieron a su hijo de aspirar el polvo que le ofrecían, confiando en que, tras dos días de ardor, un mal tan debilitado lo protegiera del que amenazaba con llegar a su hogar.
África, siglo XI
—Esto va a doler —le advirtió el médico brujo a la muchacha.
En aquella cabaña llena de talismanes y pociones, el anciano sostuvo con una mano la muñeca izquierda de la joven, y con la otra empuñó un cuchillo de hueso en forma de media luna. Tras hacer una pequeña incisión, lavó la herida y esperó.
La muchacha estaba acostumbrada a las heridas de puñal, pues los ritos de su pueblo involucraban marcarse el cuerpo, pero ese día había acudido con el anciano chamán para evitar otro tipo de marcas. Dos atardeceres antes, el primer hombre de la aldea había perecido ante la muerte blanca, y los sabios creían que no sería el primero. Aunque con su edad y fortaleza, la muchacha estaba segura que podría sobrevivir a una infección, las cicatrices de las costras la marcarían por el resto de su vida, y limitarían sus opciones de casamiento. Sin embargo, aquel anciano sabía de un remedio que te protegía contra el mal, si estabas dispuesto a tolerar unos días de fuego en el cuerpo.
Tras terminar el tiempo de espera, el médico-brujo volvió a su cabaña revolviendo en un cuenco una masa amarilla. El olor era casi insoportable, pero la curiosidad pudo más que el miedo de la muchacha, y preguntó.
—Esto es lo que expulsó el cuerpo de uno de los enfermos, que recopilé hace unos días. El joven sobrevivió, lo que nos dice que la muerte blanca no logró dominar este cuerpo. Y ahora, tampoco podrá dominar el tuyo.
Y sin dar más explicaciones, mientras entonaba un conjuro, el médico brujo untó la secreción del enfermo en la herida abierta de la muchacha.
India, siglo XII
—Esto es indigno de nuestra noble condición. ¿No podrías obrar tus artes con los ropajes del príncipe?
— Cuando acabe el ritual, la tela deberá ser quemada. Supuse que preferiría sacrificar la de un humilde servidor.
El rajah no estaba feliz, pero comprendía el buen juicio de su médico; si ya habían llegado tan lejos, lo correcto era continuar atendiendo a sus indicaciones. Tras las murallas de palacio, la muerte arrasaba a los súbditos del Todopoderoso, y miles de suplicantes se arremolinaban ante las puertas, esperando la guía y compasión de sus señores. El rajah había leído las crónicas de sus antepasados, sabía que por actitudes menos frías, la muchedumbre había descuartizado a otros señores. Debía salir. Y aún así, había un pequeño inconveniente: aunque la muerte ya lo había rozado a él, a sus esposas y a más de la mitad de la corte, su heredero nunca la había visto de cerca. Si salía, salvaría la reputación de su linaje, pero también podía traerle el mal a su vástago.
Por eso no había otro remedio que escuchar al médico de la corte, quien traía remedios de sabios en tierras lejanas, por humillante que fuera vestir a un príncipe con ropajes de esclavo. También había sido indignante que estas ni siquiera estuvieran limpias, sino untadas de asquerosas secreciones, pero el médico le había asegurado que en tan deplorable estado radicaba la clave del éxito.
—El niño esclavo murió, pero por otras causas. No creo que la peste haya sido tan poderosa en él, por eso lo escogí. Aún así, dejé reposar la tela varios días, para debilitar la plaga aún más. Debo advertirle, su hijo enfermará, y padecerá los sudores y escalofríos de las etapas iniciales, pero vivirá. Y en una semana, podrán salir sin riesgo a acompañar a su doliente pueblo.
Así fue como el todopoderoso Rajá, para no perder su estatus real, vistió a su heredero con las ropas infectadas de un esclavo.
Tres historias contra el mismo mal, que el mundo llegaría a conocer como viruela. Los remedios de brujos y curanderas se abrirían paso por toda Asia, hasta Constantinopla, donde siglos después cruzaría el Mediterráneo hasta la lejana Europa, donde Edward Jenner, tras leer de estos ritos, inventó la vacuna contra la misma plaga.
¡Bienvenidos pasajeros! Tenía otro relato planeado, pero lamento informar que aún me cuesta concentrarme en otra cosa que no sean virus y enfermedades. Sin embargo, la historia de la salud también es un tema importante que difundir, y si algo quiero que permanezca con ustedes de este corto relato es que si bien la vacunación fue un gran avance en la medicina occidental, y no pretendo demeritar el trabajo de Edward Jenner y sus contemporáneos, la medicina oriental es mucho más antigua, y muchos de los avances médicos tienen su base en las culturas tradicionales.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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