Enemigo invisible
- raulgr98
- 29 nov 2023
- 5 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! Uno de los problemas más comunes del cine de guerra, sobre todo en el siglo XXI es que los cineastas se inclinan o bien por glorificarla (cine patriótico) o por hacer una condena superficial, sin considerar las motivaciones para iniciarla. Aunque yo estoy de acuerdo en que la guerra es el peor mal de la humanidad, una crítica más valiosa es aquella que penetra también en la perspectiva de los soldados, y en ese sentido, el día de hoy recomiendo una película británica poco conocida, pero que rebasa la estructura típica del thriller para incorporar un poco de filosofía.
Estrenada en 2015, Eye in the Sky es dirigida por Gavin Hood y escrita por Guy Hibbert. En la película, un equipo internacional planea una misión para capturar (después eliminar) a tres miembros de un grupo islámico en Kenya. Por lo tanto, el elenco coral está dividido en varios grupos que se comunican a través de radio durante la trama, alternando la cámara entre ellas: La operación es dirigida desde la base Northwood por Katherine Powell (Helen Mirren); la vigilancia con drones es realizada desde Estados Unidos por Steve Watts (Aaron Paul) y Carrie Gershon (Phoebe Fox); el operativo en Kenya involucra al agente Jama Farah (Barkhad Abdi), y toda la operación, desde el punto de vista político, es coordinado por una junta en Londres que incluye a Frank Benson (Alan Rickman en una actuación póstuma) y Angela Northman (Monica Dolan). El elenco es completado por Aisha Takow en el papel de la civil Alia Mo'Allim. Decepcionante en taquilla e ignorada en la temporada de premios, recibió excelentes críticas al momento de su estreno y ha tenido un resurgimiento en los últimos años.
Aunque todas las locaciones se grabaron en Sudáfrica, el director decidió mantener separado al elenco (muchos nunca se conocieron). Esta determinación, que sería contra natura en la mayoría de las producciones, es uno de los aciertos de esta película, pues la desconexión de los actores unos con otros los ayuda a encontrar la frialdad y falta de empatía (aparente o real) que los personajes requieren, al estar alejados y/o insensibilizados a la violencia. En ese mismo sentido, la elección de paleta de color es muy afortunada, pues aunque todos son pagados, de acuerdo con el tono de la película, la sección en Kenia es mucho más vívida, para realzar que ese es el único grupo de personajes que corre un verdadero peligro.
Alejándose de películas militares típicas, que se regodean (con gozo o tormento) en el campo de batalla, tres cuartas partes de esta película se desarrolla en salas de mando, lo que permite explorar como cambian las decisiones de los oficiales y soldados cuando su vida no está en riesgo. En ese sentido, uno de los aspectos más innovadores de la película es el uso de drones, cámaras insecto y tecnología de reconocimiento facial; pues permiten comprender mejor cuales son los peligros de la innovación bélica. Asimismo, una parte importante en el clímax es si se logra bajar el riesgo de pérdidas civiles a menos del 45% antes de autorizar un ataque. La frialdad con la que las matemáticas son clave para tomar decisiones fatales, y que el porcentaje arbitrario para ordenar un bombardeo sea aún alto (¿sería ético incluso si fuera de 1%?) son algunas de las exploraciones filosóficas que el guion se plantea y desarrolla en su metraje.
El primer punto de giro en la trama es cuando, por nuevos descubrimientos, algunos de los oficiales pujan por cambiar la orden de capturar a matar, y ésta me parece a nivel temático la secuencia más importante de la cinta, pues permite explorar la ineptitud en la cadena de mando (diversos escalafones difieren la decisión a otras personas, sea por falta de interés o una incapacidad de comprometerse), la diferencia entre políticos y soldados (que los primeros se atrevan a emitir juicios de valor, sin comprender la experiencia y traumas de los segundos es un punto importante de la trama), así como la reacción de los distintos personajes a un cambio de planes. En este último punto es donde vemos las actuaciones brillar, pues los personajes tienen las suficientes capas para aportar complejidad a su interpretación: el personaje de Aaron Paul lidia con el hecho que una misión de vigilancia se ha transformado en una en la que debe quitar vidas, el de Helen Mirren es movido más por la furia y la venganza que por un sentido de justicia, y el de Alan Rickman (en una magistral actuación), pese a su falta de remordimiento, tiene más empatía de la que parece en un inicio.
Uno podría pensar que, cuando los debates ocupan más metraje que la acción, la película no tenga tensión dramática; pero es todo lo contrario. Si bien cuando hay acción esta es dirigida con maestría (la sección en la que el personaje de Abdi intenta comprar pan para alejar a una niña del área de ataque es especialmente tensa), las conversaciones son la mejor parte de la película, y el espectador está al borde del asiento por las decisiones que se van a tomar, sobre todo cuando algunos personajes manipulan los hechos con tal de empujar sus objetivos. No sólo los personajes se cuestionan entre sí, sino que arrojan dudas a la audiencia, que se ve envuelta en el conflicto: ¿el fin justifica los medios? ¿eres responsable, por inacción, de malas acciones cometidas por otros? ¿cuantas personas son culpables de una muerte? ¿cuál es el resultado de las decisiones tomadas?
Algunos lectores familiarizados con filosofía estarán familiarizados con el dilema del tranvía, que se reduce a esto: puedes no hacer nada, lo que traerá la muerte de muchas personas, o hacer un cambio que resultará en la muerte de una sola que de otra manera se habría salvado. Esta película adopta el problema a un panorama incluso más gris: ¿te arriesgas a que una niña sea asesinada por un misil para evitar una explosión suicida que mate a muchos más? Todos los personajes entienden las consecuencias de ambos caminos, y la lógica de los números, pero aún así las reacciones son totalmente diferentes (algunos tienen culpa, otros no sienten el menor remordimiento, otros actúan pese al dolor personal). Pasar tanto tiempo con la niña y sus padres, y ninguno con las posibles víctimas del bombardeo ayuda a volver el peligro real y conflictuar al espectador que se ve obligado a escoger entre una multitud hipotética a la que no conoce y una sola víctima de carne y hueso con la que ha establecido una conexión.
¿Cuál es el costo de la guerra? Pregunta uno de los personajes. La película no responde ni ésta interrogante ni ninguna de las que planteé anteriormente, y el sentimiento abierto de incomodidad que permanece con la audiencia es efectivo, pues hay una pregunta aún más delicada, que queda al aire: si implica sacrificar vidas, cualquier costo, por pequeño que sea ¿vale la pena pagarlo?
Hasta el próximo encuentro....
Navegante del Clío
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