Evidencia
- raulgr98
- 21 ene
- 4 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! Hace poco me di cuenta que nunca había escrito sobre la obra de Asimov en esta sección, pese a que es uno de los pilares fundamentales de la ciencia ficción en inglés. Me debatí mucho sobre cuál debía ser la historia inaugural en el análisis del autor, si una más extensa como “El hombre bicentenario” o alguno de sus primeros cuentos, en los que introduce el concepto de las tres leyes de la robótica. Eventualmente, me decanté por uno de sus relatos más interesantes, en los que entremezcla programación y moralidad a través de la política.
Aunque publicado por separado originalmente, la versión más famosa del relato es como el penúltimo cuento en la antología Yo, Robot, que puede considerarse una versión primeriza de los relatos integrados al poseer un hilo conductor: cada historia es presentada como parte de una entrevista a la robo-psicóloga Susan Calvin, por lo que Asimov añade a los cuentos un prólogo y un epílogo, que dan mayor contexto a la historia y refuerzan el tema central con un comentario.
En Evidencia, Asimov utiliza a dos de sus personajes recurrentes, la racional pero emocionalmente distante Susan Calvin y el antipático y excéptico Alfred Lannig para introducir a través de sus ojos a otro de sus protagonistas icónicos: Stephen Byerley, un carismático fiscal. Cuando se presenta a la elección de alcalde contra el poderoso Francis Quinn, este recurre a los dos científicos en un intento de probar que su contrincante es en realidad un androide, lo que lo descalificaría de cualquier elección.
De solo cuarenta y cuatro páginas en mi edición, con una letra bastante grande, la lectura del relato es en extremo ágil, algo sorprendente considerando que el estilo de Asimov se apoya mucho en el lenguaje técnico y formal, incluso cuando no se está hablando de robótica. Que aún así la narrativa sea accesible es crédito de un gran trabajo de estructura, en la que la trama no se extiende en exceso y cada posible argumento es cubierto por separado, con suficiente espacio para respirar. Si bien el cuento es un misterio, que retoma mucho del género del thriller político para construir intriga, otro elemento que me tomó desprevenido la primera vez que lo vi fue el sentido del humor, pues la actitud despreocupada de Byerley y la manera de imponerse a Quinn, así como las frustraciones de Lanning fueron bastante divertidas.
Dentro de la temporalidad que comparten muchos de los relatos de Asimov, este cuento se ubica en 2032, uno de los momentos tempranos, cuando el concepto de nación ya ha sido abandonado (en favor de las regiones) pero antes del gobierno planetario, el dominio de las máquinas y una fuerte exploración espacial. Este punto en la cronología permite que la historia aún se sienta muy anclada a la realidad con su tema político a la vez que introduce elementos que serían piezas clave de relatos posteriores, como los robots humanoides y la deconstrucción de los límites de las Tres Leyes.
Asimov, migrante de origen ruso, fue un fuerte crítico de la doctrina del Macartismo, por lo que la innegable crítica de la vigilancia, en violación del derecho a la privacidad (que equipara a la libertad) es uno de los temas centrales del cuento, pero su exploración política es más profunda: Quinn no es capaz de esgrimir un sólo argumento de corte ético o intelectual por el que Byerley no pueda competir, y utiliza las leyes contra los robots no como principio, sino como herramienta para deshacerse de un contrincante sin necesidad de vencerlo en la tribuna. Este aprovechamiento de las estructuras e instituciones con fines egoístas toca brevemente también al modelo capitalista, pues no es una postura ideológica lo que lleva a Lanning a involucrarse en el conflicto, sino miedo a las repercusiones financieras que el rumor pueda tener para su compañía, y una crítica social es palpable con la intromisión en las últimas páginas de un grupo de fundamentalistas. Solo Calvin, que a lo largo de la obra de su autor se ha marcado como un agente externo a la sociedad, movida únicamente por la sed de conocimiento y la curiosidad intelectual, permanece objetiva, siendo sus preguntas y contraargumentos lo que mueve la trama hacia adelante.
No revelaré aquí mi opinión sobre la naturaleza de Byerley, pues creo que el principal atractivo del relato es la duda, con pruebas sólidas de un lado y del otro, con varios giros de trama bien planteados. Y si bien para mí la resolución es evidente, celebro que el final permanezca abierto, pues la conclusión temática de Asimov es intrigante: en realidad, que Byerley sea o no sea un robot carece de importancia, pues no influye en su carácter, ideología o sistema de valores.
Lo que el relato carece en acción (hasta la secuencia del cateo se resuelve a través del diálogo), lo compensa con una argumentación sólida, una de las virtudes de Asimov que lo revela como un autor muy completo, pues la identidad de Byerley es investigada no sólo por medios físicos (científicos) sino psicológicos, y en la defensa de su humanidad se enarbolan argumentos que van desde lo filosófico hasta lo jurídico. En particular, me llama la atención el razonamiento de Calvin de que, al partir las Tres Leyes de principios básicos, en la práctica un robot sería indistinguible de un buen hombre. Si bien yo creo que hay una falla en esa lógica, pues ignora la moralidad en la desobediencia civil, creo que la importancia de la ética y la filosofía dentro de la programación es una discusión importante, sobre todo en los días de la tecnocracia que Asimov predijo.
Concluyo con lo que sirve como la tesis final de Susan Calvin en el relato, y es que una máquina sería el gobernante ideal. Como sabrán de los últimos dos años, mi postura en contra de la inteligencia artificial es tajante, pero por un momento, la argumentación de la robo-psicóloga fue convincente. Que un relato te haga considerar una postura a la que eres opuesto, aunque sea brevemente, es el seño de un gran autor.
Título original: Evidence
Autor: Isaac Asimov
Año de publicación: 1946
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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