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Ganar la carrera

En algún lugar de China


Casi podía sentir la victoria. El emperador estaba a unos metros de nosotros, a la otra orilla del río, y el robusto competidor que nos carga casi había cruzado el furioso cauce. Miré hacia atrás, y me percaté que el resto de los competidores seguía aun muy atrás. Sonreí para mis adentros, por una vez, la fortuna me sonreía.


Una semana atrás, cuando el emperador convocó a todos a correr, y reveló el premio que esperaba a los primeros lugares, nunca hubiera creído que ganar fuera una posibilidad. Soy por mucho el menos imponente de quienes fueron invitados a competir, y nadie me toma en serio, pese a que sé que tengo más ingenio del que se me da crédito. Sólo tengo un amigo, no tan pequeño como yo pero quizá un poco más listo, que también había respondido al llamado.


Mi amigo dijo que cualquier ventaja puede hacer la diferencia; y me convenció de hacer la ruta una noche antes, para probar nuestra suerte. Grande fue nuestra desesperación al llegar a la orilla del agua, pues ninguno de los dos sabe nadar. Estábamos condenados. Pero, decididos a no perder la esperanza, pensamos durante horas, hasta que, en el alba, dimos con la solución.


El grandote es ingenuo, pero nadie podrá negar que tenía buen corazón. Su cerebro le daba para comprender que habría doce ganadores, y confiado en su fuerza y vigor, dijo que llevar a uno en su espalda no le arrebataría el triunfo. Es más, nos llevó a dos.


Y aquí estábamos, con el agua del río mojándome, pero a punto de volver a tierra. El grandote, mi amigo y yo seríamos los tres primeros. Los tres primeros. ¿Por qué no era eso suficiente? Si los tres llegábamos al mismo tiempo ¿cómo repartiría el emperador los lugares? Seguramente la gloria sería para el grandote, por habernos llevado a cuestas. Sería lo justo, pero si algo había aprendido es que la vida no es justa. El grandote tenía el mundo a sus pies, fuerza y respeto, el futuro arreglado ¿no debía ser el mayor premio para aquellos que lo necesitáramos?


Me habían cargado toda la carrera, mis piernas estaban frescas. Si saltaba sobre su cabeza en cuanto estuviéramos fuera del río, podría correr con bastante energía para llegar al emperador antes que él. Pero justo cuando sonreía ante la posibilidad de ser el primero, entendí que mi amigo era demasiado listo, y si yo saltaba, adivinaría mis intenciones y me seguiría. Y sus piernas eran más largas y fuertes. "Cualquier ventaja puede hacer la diferencia", pensé...


Aún hoy, cuando tantos años han pasado. sigo tratando de convencerme que no tenía intención de que pasara lo que sucedió. Claro que sabía que no podía nadar, pero quiero creer que confíe en que chapotearía los minutos que necesitaba para llegar a la meta, pero lograría llegar a la orilla a tiempo para ser el tercero. Yo lo necesitaba más que él, pues al menos es buen cazador, y puede forjar su destino con astucia y las armas que el cielo le dió; pero no contaba con el poder de la corriente.


Ha llegado el momento de la confesión. Yo, al que siempre han visto tan débil e insignificante, se usar el peso de los demás en su contra. ¡Lo hice! ¡Lo empujé de la espalda del grandote justo cuando íbamos a salir del río!


El bobo que nos cargaba ni siquiera se dio cuenta, como tampoco se percató de cómo, antes de que la duda y el escrúpulo tuvieran tiempo de anidar en mi interior, salté sobre su cabeza, y fui el primero en postrarse a los pies del emperador.


— ¡Rata, has llegado primero! Como recompensa, serás también el primero en mi nuevo zodiaco, para toda la eternidad.


El inocente Búfalo que nos cargó fue el segundo, pero mi amigo no fue el tercero. Uno por uno el emperador los fue nombrando: el gallardo Tigre, único de su clase que no le teme al agua, el noble Dragón y el valiente Conejo al que había rescatado de la piedra sobre la que había resbalado en sus saltos. El Caballo hubiera sido el próximo, de no ser por la Serpiente que con un susto se le adelantó en el último momento.


La sombra del arrepentimiento llegó cuando el emperador felicitó a los siguientes tres, que habían colaborado para cruzar remando una balsa: Gallo, Mono y Oveja. ¿Podríamos haber ganado los tres, sin necesidad de embustes, de igual forma? Miré nervioso a la orilla, confiando en que mi amigo todavía podía ocupar uno de los dos lugares que quedaban. No sabía que el torrente lo había arrastrado río abajo. Logró salir, astuto como era, pero no antes de que el emperador terminara su rueda con el Perro y el Cerdo.


No hemos vuelto a conversar desde aquella mañana, pero en su mirada húmeda y herida entendí que la amistad ya no existía, y que el rencor de la derrota viviría por siempre. Si alguna vez piensan en hacer trampa, recuerden el precio que he pagado: seré el primer animal del zodiaco, pero desde aquel día, los descendientes de Gato, el amigo al que traicioné, han sido el azote de mis descendientes, y ni siquiera entre ustedes humanos hay alguien que confíe en la humilde rata.

¡Bienvenidos pasajeros! El año nuevo chino fue hace un mes, pero no quería dejar pasar la oportunidad de compartir una leyenda de su cultura. Me interesé por primera vez en el zodiaco chino hace muchos años porque me pareció bizarra la selección de los animales, e investigando descubrí este divertido mito, reflejo de la sabiduría oriental, en la que la astucia no siempre trae sólo recompensas.




Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío

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