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Hijo de Lupa

Alba Longa, 717 a.c.


En una ciudad que no era la suya, el primer rey de Roma agonizaba. No pocos en la corte se preguntaban porque el anciano había salido huyendo de la urbe que había fundado para pasar sus últimos años en el sur, sentado en el trono que otrora había ocupado su abuelo. Si el monarca había dejado Roma para nunca volver, es que no soportaba ya las acusaciones de los patricios, quienes lo acusaban de las muertes de Tacio y Remo, de las guerras con los sabinos y los etruscos. Tirano, lo llamaba, y más de uno había intrigado para asesinarlo. La verdad era que Rómulo no temía a la muerte, ni al juicio de dioses en los que no creía, sino a la memoria de los vivos: ¿como lo juzgaría el mañana? Sin hijos para defenderlo ¿cual sería su legado?


Un anciano griego era el único que le hacía compañía en aquellas lánguidas horas, y a él le hizo una simple petición, con el poder de cambiarlo todo:


— ¿Quién soy, Mestrio? Cuéntame mi historia.


—Sois Rómulo, rey y fundador de Roma, vencedor del usurpador Amulio, único nieto de Numitor, señor de Alba Longa.


—Sin los títulos y hazañas, Mestrio ¿qué sabe la plebe de mi pasado? ¿Qué oscuros secretos han susurrado los patricios en sus volubles oídos?


—Que para garantizar que nadie le compitiera el trono, el traidor Numitor ordenó a Rea Silva, vuestra madre, guardar votos de castidad por treinta años, y la encerró en una habitación sin ventanas... señor, "bastardo de cien guardias, es como lo llaman".


—Tendremos que cambiar eso. Mi última orden, Mestrio, es que esparzan mis cenizas por el viento, sin pompas ni funerales. Si preguntan por mí, les diréis que su rey no conoció la muerte, sino que fue llamado a los mismos cielos por su padre.


— ¿Su padre, señor mío?


— Por una vez los dioses me serán útiles. Si mi madre está destinada a ser violada en los cánticos de mi reinado, que sea porque su belleza atrajo a las más poderosas miradas. Mi hermano y yo fuimos concebidos por Marte en aquella celda sin ventanas ¿lo has entendido, Mestrio?


Pero Rómulo no había terminado. Una por una, revisó todos los actos de su vida, malvados los más y nobles los menos, tejiendo profecías cumplidas y augurios divinos. Su supervivencia como recién nacido, un accidente producto de la cobardía de un soldado idiota que creyó que el fango de la ribera bastaría para ahogarlo, se transformó en la compasión de una criada, y una travesía milagrosa de un cesto por el río, la muerte de su hermano gemelo, una inevitabilidad predestinada por una parvada de buitres. De Fáustulo, el pastor que lo crió, no cambió nada, al menos eso le debía al anciano, pero le preguntó a Mestrio que se sabía por el destino de su madre. El griego, con la mirada gacha, se limitó a contestar:


— Que las aguas del Tíber la abrazaron, y así Rea Silva terminó sus días.


Quizá en una mejor vida Rómulo habría sido poeta, pues compuso para su madre el más bello de los finales: era ahora una de las nobles inmortales, desposada con el benigno dios del río que también había sucumbido a sus encantos. El rey de Roma sentía la muerte cerca, pero había protegido su nombre, o eso creía al menos, pues Mestrio hizo una pregunta devastadora:


— ¿Y vuestra otra madre, señor?


"Larentia" Rómulo había olvidado a la esposa del pastor, y aunque tenía el presentimiento que de aquella mujer también se contarían leyendas, se le acababa el tiempo para imaginar una. Y si de verdad el pueblo sabía a que se había dedicado su madrastra, no sólo su nombre, sino su linaje y su mismo trono quedaría en duda.


—Cuéntame otra historia, Mestrio. ¿Qué dice el pueblo de mi crianza y juventud?


—Que al rey de Roma lo amamantó la lupa del monte Palatino.


Y para sorpresa del tutor griego, en sus últimos minutos, Rómulo sonrió.


—"La Lupa del monte Palatino". Ese es un cuento que puedes repetir a todo aquel dispuesto a escucharte.


—Pero señor, si llega a más oídos que se crió con una prost...


— ¿Y cuando hablé yo de una mujer? —le interrumpió el moribundo monarca— ¿Qué acaso no sabes que el lobo es el animal de mi padre celestial?


¡Bienvenidos pasajeros! Aunque la traducción literal de lupa es loba; su uso más difundido en la península itálica era el de prostituta, y es por eso que en muchos países hispanos a los burdeles se les sigue llamando lupanares. Sin embargo, Rómulo lo logró, y sus sucesores siguieron su ejemplo: fue a Numa Pompilio, el segundo rey de Roma y constructor de los templos, el que convirtió a Rea Silva en una virgen vestal, pese a que la institución fue creada por él, y Tulo Hostilio quien inició el culto a Aca Larentia como una diosa menor de la fertilidad, y al propio Rómulo como el dios Quirino, ascendido a los cielos por un torbellino, arrebatado a los hombres por su impiedad. Muchos años después, Virgilio y sus pares lo harían descendiente del propio Eneas.


Con el paso de las generaciones, la verdad murió y sólo el cuento sobrevivió, dando origen a una de las imágenes más icónicas de la mitología clásica. El breve relato que acaban de leer es mi propia aportación a un debate que abrió Tito Livio en los primeros años del imperio, al preguntarse ¿cómo la historia se convierte en mito?



Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío

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