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Insoportable

Jardín de las Hespérides, dos años después


Lo único que quedaba era el dolor. ¿Era día o noche? ¿Habían pasado una hora, una semana o un mes? ¿Cómo podría saberlo? Sus ojos estaban abiertos, pero lo único que veía era rojo. La espalda le ardía, y espesas gotas se deslizaban por su cuerpo, pero desconocía si era sangre o sudor. Lo único que podía oler era el sabor de sus lágrimas.


¿Así se sentían los mortales cuando se enfrentaban a tareas normales? Él, que apenas unos años antes había separado montañas, quien había vencido enemigos sólo con sus puños, ahora se encontraba con que el mero hecho de respirar le producía dolor. Una de sus piernas ya lo había vencido, y a la rodilla en la que se recargaba no le podía faltar mucho más. Con los brazos extendidos hacia el cielo, sus labios contenían maldiciones a todos los dioses, el destino y la vida misma mientras los hombros ardientes sostenían el peso del mundo.


En medio del esfuerzo, los bufidos y calambres; memorias de lo que parecían una vida pasada iban y venían cual relámpago. Alguien lo había mandado al Jardín del Crepúsculo, por unas ¿frutas? Un árbol en el centro del claro. Cuatro doncellas hermosas con ropajes traslúcidos. Unos ojos amarillos llenos de odio. Y con esa mirada lo recordó todo. Ladón, el dragón. Prometeo se lo había advertido cuando le indicó el camino. Nadie podía matar a esa bestia, ni siquiera un dios. Por eso había tenido que hablar con el amo del monstruo. Una negociación que lo había dejado atrapado por más tiempo del que se atrevía a contar, más allá de la esperanza, un terrible intercambio.


El piso temblaba debajo de él, casi tanto como su cuerpo aplastado, sonidos de pasos temibles y una sombra que cubrió el horizonte con su inmensidad. Ante él, un gigante de piel ennegrecida por milenios bajo el sol le sonreía, y en sus manos sostenía un par de relucientes manzanas de oro. Apenas con aliento, alcanzó a decir:


—Gracias...ha llegado....el momento...de...cumplir...tu promesa.


—Juré que recogería manzanas de mi jardín y las traería de nuevo aquí. Pero estaba pensando, que podría ir a entregarlas por ti a Micenas. Quizá podré convencerlo de que te libere de la tarea que queda pendiente.


La boca del titán sonreía, pero había malicia detrás de sus ojos. En ese momento la rodilla lo venció y tuvo que recurrir a sus manos para evitar romperse el rostro contra la roca. Soltó un alarido de dolor, pues ahora únicamente su espalda cargaba el peso insoportable. No podía pronunciar ni siquiera su nombre, pero sabía que debía encontrar la manera de engañar el ser que pretendía engañarlo.


—¡Por favor! Ayúdame un momento, sólo para levantarme. Después podrás marcharte.


Quizá fue porque lo entorpecía la euforia de haberse visto libre por primera vez en eras, quizá quería regodearse del dolor del semidiós, o quizá en su corazón de odio y resentimiento quedaba un poco de compasión. Dejando las manzanas en el suelo, se arrodilló para tomar sobre sus hombros la terrible carga. Y entonces Hércules recordó su propósito.


Aun no tenía fuerzas para levantarse, así que rodó y se quedó dormido sobre la hierba. Despertándolo los alaridos del gigante, volvió a escalar. Quería sonreír, gritar de júbilo, pero se limitó a tomar su premio y huir a toda velocidad.


El hijo de Zeus no era un cobarde, pero después de haber cargado el cielo, comprendía mejor la crueldad de los dioses; y pese a lo que había intentado hacer, lo único que sentía por el viejo Atlas era lástima.

¡Bienvenidos pasajeros! Después de un breve descanso retomamos la historia de Hércules. Estamos casi al final del camino, y aunque nos quedan un par de historias por descubrir, regresaremos la próxima semana con el último de los doce trabajos.




Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío

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1 comentario


raul221063
19 sept 2023

Tuve que leer hasta casi el final para saber quién era el titán que se acercó a Hércules y la razon por la que éste parecía a punto de desfallecer. La historia resultó Intrigante y el final sorprendente.

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