Interregnum
- raulgr98
- 27 abr 2023
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Roma, 16 de octubre de 1978
—Te hemos fallado—le dijo a los ojos de Jesús, antaño pintados por Miguel Ángel.
Tres días llevaban encerrados en la Capilla Sixtina, y los electores contaban la sexta ronda de papeletas. Desde joven supo que mi destino era el Colegio Cardenalicio, Ciudad del Vaticano lo llamaba. Lo que nunca sospechó es que estaría presenciando su segunda elección a dos meses de la primera. Su alma estaba inquieta, expectante, y su faz seguramente mostraba la misma angustia que aquellos retratados en El Juicio Final que contemplaba, de espaldas a sus compañeros.
Una voz anciana, pero fuerte, gritó los resultados.
— ¡65 para Belleni! ¡44 para Siri! ¡02 para Colombo! ¡Fumata negra!
El cardenal maldijo para sus adentros, aunque tuvo que persignarse inmediatamente para expiar la blasfemia. Nueve, tan solo nueve votos separaban al arzobispo de Florencia, confidente del fallecido papa, de convertirse en el 264° vicario de Cristo. Nada, y mucho a la vez.
Mientras se formaba para emitir un nuevo voto, la memoria lo trasladó a lo que había vivido en el cónclave anterior: Siri también había sido candidato aquella vez, de hecho se había impuesto en las primeras dos rondas. Sólo una alianza secreta con los americanos y africanos había evitado que el conservador arzobispo de Genoa triunfara. Para lo que les había servido, su paladín, Luciani, fue enterrado treinta y tres días después de ser ungido y Siri seguía ahí, bloqueando la elección, ganando adeptos en cada ronda.
¿Quién podría oponérsele? ¿Baggio? ¿Pignedoli? Los preferetis que quedaban de la elección pasada habían declinado volver a participar desde el funeral. Colombo, candidato de los moderados, acababa de renunciar a la carrera. No, tenía que ser Belleni. Se lo habían prometido a Su Santidad. No había otra salida. Quiso Dios entonces que otra decepción se anidara en su corazón cuando los resultados fueron leídos:
— ¡Siri, 56! ¡Belleni, 55! ¡Fumata negra!
¡Un empate! El cardenal no lo podía creer. Aquello no se veía desde hace siglos, y temía lo que se avecinaba. Interregnum. Aquella palabra prohibida, los periodos en los que Roma pasaba años sin obispo, y la Iglesia sin líder, porque los hombres eran incapaces de ponerse de acuerdo. En casi 2000 años, sólo había pasado cinco veces, pero sin excepción se trataba de manchas catastróficas en la Historia.
Alzó los ojos al rostro del Padre, en el techo de la capilla, buscando guía. Su mirada recorrió los azules frescos y la oscura madera; recordó todas y cada una de las escrituras retratadas, pero ninguna le ofrecía consuelo o respuesta. Retornó entonces al Juicio Final, y entendió. Si quería salvar su iglesia, debía condenarse él mismo, faltar a su promesa y traicionar a los suyos.
En secreto, habló con el obispo de Lublín, quien controlaba a los moderados, con Krol, quien tenía en su mano a los americanos, habló con la alianza de la elección pasada y convenció a la mayoría de aceptar la rendición. Habló con el arzobispo de Viena, quien dirigió su atención a un cardenal callado, neutral, quien había contabilizado la elección de agosto y no tenía ningún enemigo. Finalmente, pidiendo perdón por lo que estaba a punto de hacer, se acercó a Siri, y tras susurrarle la intriga que había armado, le extendió su mano.
Menos de una hora después, la suerte de la Capilla Sixtina, del Vaticano, y de la Iglesia quedaron sellados cuando se gritó la octava ronda:
— ¡Wojtyla, 99! ¡Benelli, 12! ¡Fumata blanca!
Y cien voces, avergonzadas y aliviadas a la vez, todas conscientes que la política y no la fe era lo que les regresaba la libertad, proclamaron a coro.
— ¡Habemus Papa!
¡Bienvenidos pasajeros! En la historia de la Iglesia Católica trece veces ha habido un año de los tres papas, en el que dos cónclaves tienen lugar en menos de un año (también hubo una ocasión de cuatro papas, pero esa es historia para otra ocasión).
La más reciente de esas ocasiones fue hace 45 años, cuando la muerte de Pablo VI exacerbó las diferencias entre las facciones liberales y conservadoras de la Iglesia. La primera vez, con la elección de Juan Pablo I, los más radicales se impusieron, pero su repentina muerte poco después dejó al papado al borde de la desintegración. Dado lo largo de su reinado y la popularidad que amasó, es fácil olvidar que la elección de quien se convirtió en Juan Pablo II fue controvertida en su momento, un candidato de compromiso elegido de último momento para evitar un conflicto sin salida. Se sabe que el plan salió de la facción liberal, pero en esta Historia, ante la incertidumbre de los datos oficiales, la mente maestra permanecerá anónima.
Termino este relato pidiendo a los creyentes y no creyentes que reflexionen en lo difícil que debe ser elegir a un líder de fe, mucho más de la religión organizada más extendida del mundo. No sólo están presentes las ambiciones, intereses y corrupción que aquejan a las elecciones de otros líderes de Estado, sino que además existe la presión adicional de marcar postura sobre como se gobernará la espiritualidad (y eje rector de la identidad) de millones de personas. Ante las puertas cerradas del cónclave, no podemos más que conjeturar sobre las alianzas, traiciones, sacrificios y secretos que se esconden.
Hasta el próximo encuentro....
Navegante del Clío
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