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Isla del drama

¡Bienvenidos pasajeros! El reality show me parece por mucho el género televisivo más deleznable, pues explota las ilusiones y deseos de gente común para generar una narrativa más artificial que la ficción, y cuyo valor de entretenimiento llega a asemejarse a la crueldad de los juegos de gladiadores. Y aún así, su éxito es innegable, no sólo por lo barato de su producción y lo fácil de seguir de sus conceptos, sino porque tienen una naturaleza adictiva. Sin importar las muy válidas reservas morales, la mayoría aquí ha caído víctima de alguno de estos programas. En ese sentido, la serie que recomiendo hoy es una que es mucho más aceptable seguir, dado que los que sufren son personajes ficticios, pero que a la vez satiriza el mismo género.


Creada por Tom McGillis y Jennifer Pertsch, quienes dirigen el equipo de guionistas, la primera temporada de la serie canadiense Drama Total se transmitió originalmente de julio de 2007 a enero de 2008, llegando al resto del mundo poco después, y es la única a la que me referiré en esta publicación, pues creo que las temporadas siguientes son un drástico descenso de calidad, lo cual en sí mismo parece ser un comentario al género. Una parodia de Survior y otros programas similares, la trama sigue a un grupo de veintidós adolescentes atrapados en un campamento, superando retos en cada episodio y eliminándose unos a otros esperando ganar cien mil dólares. Un éxito de visualización, con veintiséis episodios de poco más de veinte minutos, llegó a tal nivel de fama que derivó en un juego virtual global, múltiples secuelas y finales alternativos para cada país del mundo. El elenco está integrado por Christian Potenza (Chris McLean), Clé Bennett (Chef Hatchet/DJ), Megan Fahlenbock (Gwen), Rachel Wilson (Heather), Scott McCord (Owen/Trent), Drew Nelson (Duncan), Emilie-Claire Barlow (Courtney), Dan Petronijevic (Geoff), Novie Edwards (Leshawna), Stephanie Anne Mills (Lindsay/Katie), Peter Oldring (Cody/Tyler/Ezekiel), Kristin Fairlie (Bridgette), Brian Froud (Harold), Katie Crown (Izzy), Sarah Gaddon (Beth), Carter Hayden (Noah), Julia Chantrey (Eva), Adam Reid (Justin) y Lauren Lipson (Sadie).


En parte por su brevedad, y en parte porque conserva su valor de entretenimiento aún conociendo el final, esta serie animada es quizá la que más veces he vuelto a ver completa, sobre todo cuando no quiero pensar mucho. En ese sentido, creo que una de las fortalezas de los escritores es que pudieron identificar y explotar aquellos elementos que hacen a los realitys tan populares: un equilibrio entre patrones reiterados y sorpresas, personalidades extravagantes, dramas y conflictos interpersonales, humor físico y cierto grado de arbitrariedad, con la ventaja de que, al ser animada, se pueden estirar los límites de lo real (y lo legal), aunque no al extremo de romper toda plausibilidad.


Cada episodio tiene un ritmo impecable, y logra construir los elementos mínimos de un hilo conductor a la vez que cada episodio conserva una identidad distintiva, partiendo de un lugar común para los retos, pero dándole un giro único a la serie, raras veces haciendo extremadamente obvio quién sería el participante eliminado. Debo decir, aún no logro comprender del todo cómo esta temporada logró que el humor escatológico, recurso para el que tengo muy poca tolerancia, funcionara. En parte es porque el formato animado lo hace menos grotesco, en parte es porque la serie está consciente de lo barato que es como fuente de humor, y lo incorpora a la crítica de la industria televisiva, en parte porque el chiste se concentra más en la reacción de los otros personajes que en los actos mismos; y creo que esas tres distinciones son las que se perdieron en temporadas subsecuentes.


La animación es una simple, que no aporta mucho en cuestión de detalle, fondos o movimiento, pero que, gracias a diseños sencillos pero efectivos, es sobresaliente para capturar las expresiones de los personajes, muy comunicativas y para mí el elemento más divertido de cada capítulo, incluso más que los accidentes o los diálogos. Hablando de los personajes, la concepción de cada uno (explorada en el marketing) parte de un cliché adolescente, pero pese a la brevedad de los episodios, hay suficiente trabajo de escritura para que los personajes trasciendan el arquetipo y revelen una caracterización un poco más compleja (sobre todo los trece finalistas), que sale a relucir en las dinámicas entre ellos y proporciona un par de giros inesperados en los desafíos. Los guiones explotan su condición de adolescentes para darles oportunidad de crecer, pero también darles el nivel justo de ingenuidad sin llegar a desagradar al espectador, en el que se puede comprender cómo caen en las manipulaciones de los personajes más antagónicos, pero también justificar las habilidades con las que se imponen a las circunstancias. Tanto la fase de equipos como la individual tienen el mismo cuidado en el humor y dinámicas entre los participantes, con los romances debidamente construidos, y las decisiones de eliminación son en ocasiones tan injustas que acentúan el hecho de que, en la vida real, las eliminaciones no son justas ni dependen de la habilidad.


A lo largo de la serie hay un par de chistes recurrentes (uso de dobles, falta de ética en el trato a participantes y pasantes, desfase en el uso del confesionario) que ponen en evidencia la artificialidad del reality show (el estilo directorial, que sólo en un momento rompe con el formato de cámara oculta, es útil en ese sentido, criticando también la pobreza técnica del concurso ficticio) y, con las revelaciones y demandas recientes a algunos de estos programas, su sátira sobre la explotación y banalidad de este tipo de entretenimiento es aún más relevante que al momento de su estreno: aunque las rivalidades mezquinas entre los participantes y sus romances frugales son satisfactorios de ver, la verdadera fuerza antagónica son los productores y anfitriones del programa, que sin llegar al nivel de sociopatía que los arruinaría en temporadas siguientes, son presentados claramente como amorales y crueles, tomando decisiones con base en únicamente dos factores: que puede elevar el rating y que puede reducir el riesgo de de demandas, lo que determina el sadismo de los desafíos.


Los personajes en Isla del Drama aceptan someterse a cosas que queremos creer ninguna persona cuerda en el mundo real aceptaría, pero hay ocasiones en la que la tentación del premio, o la necesidad de este, es demasiado grande; y así como ellos parecen ser incapaces de dejar de consentir, la escritura de la serie es tal que nosotros, encariñados con unos y queriendo ver sufrir a otros, tampoco podemos dejar de ver. De esta manera es como la serie logra su mayor mensaje: una sátira que muestra todos los problemas con la industria del entretenimiento, pero que hace a este concurso ficticio tan atrapante que, al verlo hasta el final, la audiencia se entretiene, pero no le queda otra más que aceptar que al ver, también es parte del problema.




Hasta el próximo encuentro…


Navegante del Clío



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