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La decisión del rey

Brasil, 1826

En su solitario trono, el monarca releía una y otra vez la carta que había cruzado el Atlántico, la firmaba su hermana desde Lisboa. Contenía varias páginas, pero la noticia se podía resumir en una sola frase:


“El rey ha muerto”.


Pedro no sabía cómo sentirse. La última conversación con su padre la había tenido cinco años atrás, cuando se embarcó de regreso a Europa, una vez neutralizado el francés que los había obligado a huir. Por un lado, de cierta manera lo había traicionado cuando se había ceñido su propia corona, lo que había desencadenado una guerra de dos años. Por otro lado, todo había sido plan de él, pues sabía que los liberales proclamarían la constitución con o sin un rey que la jurara, y una monarquía siempre era mejor que una república. "Mejor tú que cualquier aventurero, le había dicho".


Su cabeza le decía que debería odiar a Napoleón, por haberle arrebatado su patria y provocar todo este enredo; pero su corazón le estaba agradecido. Brasil. Había llegado a esta tierra extraña apenas cumplidos los diecisiete, y acostumbrado a los adoquines temblorosos de Lisboa, las Américas le parecían una tierra salvaje. Aun así, se había enamorado. Amaba la abundancia de la selva, los amaneceres en la playa, el olor a humedad en el crepúsculo. Amaba la gente y los bailes, el agua y el aire. Pero sobre todo, amaba la riqueza de esta tierra, que tenía un potencial que Portugal, bello a su manera, pero pequeño y pobre, nunca alcanzaría.


Cuando se proclamó emperador de Brasil, pensó que nunca más tendría que regresar al lugar de dónde vino, pero ahora se encontraba releyendo una carta arrugada que le recordaba que su padre era mortal, y había llegado el momento de tomar una decisión.


Adjunto a las palabras de su hermana, estaban transcritas la última voluntad de su padre: “Mi amada hija Isabela será regente hasta que mi hijo favorito regrese a casa a ocupar el trono que le corresponde”.


Mi hijo favorito…Debía tratarse de él ¿No? Era el mayor, su confidente. Con su último aliento, el rey Joao lo había llamado de vuelta a casa. Pero…¿y si se refería al otro?


No, no podía ser posible. Miguel era un traidor, un exiliado caído en desgracia. Pero a la vez, era cierto que su padre siempre había consentido a su hijo menor. “Que mi hijo favorito regrese a casa” ¿se refería al que gobernaba Brasil, o al que se escondía en la corte de Viena? Tenía motivos para resentirlos a ambos, pues sus dos varones se habían rebelado en su contra. Uno lo había mantenido preso por casi dos años, otro le había quitado su colonia más preciada. Aun así, a uno lo había perdonado, a uno le había dejado todo.


Qué hacer, qué hacer. Si reclamaba su derecho de nacimiento, nunca más podría volver a la selva, a río, renunciaría a la felicidad que había encontrado en el Nuevo Mundo. Pero si se hacía a un lado…Miguel creía en el absolutismo de eras pasadas. Si se coronaba, rompería la constitución, disolvería las cortes, el reino sangraría de nuevo.


Miguel estaba más cerca de Lisboa, y el rey no sabía con cuanta ventaja Isabela le había puesto sobre aviso. Debía actuar rápido, y sabía que sólo había una elección posible. Pedro I de Brasil debía convertirse en IV de Portugal. Y aunque era la única salida, no se atrevía a tomar la decisión final; porque después de la guerra y los desfiles, su pueblo nunca le perdonaría que reunificara los reinos. Salvar a Portugal implicaba condenar a Brasil, y lo mismo en el sentido opuesto. A menos que…


Horas después, todo su consejo estaba reunido, pero el rey se esperó hasta que le trajeran a las dos personas más importantes: María caminaba con la elegancia de una princesa, y aparentaba más de los siete años que en verdad tenía; a Pedro lo cargaba la nodriza, pues había nacido el año anterior. Sus hijos, nacidos en la tierra que amaba, y una bendición mayor que cualquier trono. Sonriéndole a sus herederos, anunció su decreto, para que resonara en el Viejo Mundo y en el Nuevo:


—He decidido tomar la corona de mi padre. Sólo tres meses, pues en cuanto me hayan coronado y jurado lealtad abdicaré. María, que llevas el nombre de tu abuela, serás reina de Portugal y tu deber será defenderla de intereses indignos. Y el día que muera, será mi hijo Pedro quien se siente en mi trono. Los monarcas a ambos lados del océano serán tan hermanos los reinos que protejan, pero a juro ante Dios y ante ustedes que, una vez que me haya ido, Brasil y Portugal no serán uno nunca más.

¡Bienvenidos pasajeros! El día de ayer me di cuenta que en un año de contar relatos de la Historia, ni una vez he cubierto Sudamérica, que es el punto débil de mi formación. Pensando con que historia debería comenzar, recordé lo peculiar de la independencia de Brasil, por mucho la menos violenta del continente pues se logró gracias a un conjunto de maniobras políticas. Aun más insólito, es el único país americano en el que la monarquía prospero, pues Pedro II tuvo uno de los reinados más largos y populares de la era moderna, hasta que un Golpe de Estado lo expulsó del trono en 1889 (la corona portuguesa sólo duró veintiún años más).




Hasta el próximo encuentro....


Navegante del Clío


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1 comentario


raul221063
25 nov 2023

Escribe más sobre la historia de la monarquía brasileña de la cual tenía un ligero conocimiento.

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