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La escritura del dios

¡Bienvenidos pasajeros! Sudamérica está mucho en mi mente, no sólo por los recientes ciclos electorales y conflictos diplomáticos, sino porque están cobrando más relevancia en la cultura popular (por dar un ejemplo, las reseñas de ayer incluyeron una serie argentina y una película escrita y dirigida por un uruguayo). En esa línea de pensamiento, el día de hoy regresamos a Borges, analizando un cuento que se ubica en el México prehispánico, para lo que retomo un texto que preparé en un curso de filosofía teológica.


Siempre que intercambio opiniones con un ateo, algunos de sus argumentos más comunes son que probar la existencia de Dios es imposible, o que son incapaces de imaginar un ser de esas dimensiones. Mi contrargumento es que, si existe una divinidad, estaría más allá de nuestra naturaleza el comprenderlo en su totalidad, pues eso nos convertiría en sus iguales, lo que desvirtuaría cualquier sentido de divinidad. En ese sentido, revisitar con una perspectiva teológica el cuento La escritura del dios, del declarado ateo Jorge Luis Borges, que como en muchos de sus ensayos intenta explorar filosóficamente la religión, y creo que aunque la trama sigue a un dios prehispánico, que en varios párrafos se use a Dios con mayúscula, y se hable de un “dios sin cara detrás de los dioses” es una confirmación que lo que explora puede aplicarse también al pensamiento judeocristiano.


En la prisión de Tzinacán, narrador del cuento, el tiempo se vuelve intrascendente, donde lo único que le queda al prisionero es su fe y su memoria, pues todo lo demás ha sido destruido. Que estos dos conceptos sean equiparados me parece interesante, pues los dos son elementos identitarios clave para el ser humano, pero a pesar de que de uno hay pruebas y del otro no, un análisis a más profundidad revelaría que la subjetividad es el elemento que más los une: al recordar difuminamos y alteramos el pasado, mientras que todas las religiones se basan en encontrar consuelo ante un futuro igual de incierto. Tal vez exista un gran diseño, quizá el tiempo sea cíclico, pero la identidad de cada individuo radica en el saber que no tiene todas las piezas de este rompecabezas; por lo cual me resulta paradójico que el personaje encuentre la respuesta que busca en el acto de bendecir, una vez que se ha resignado a sus circunstancias.


La trama central de la historia es el protagonista intentando encontrar una fórmula que su dios dejó en el mundo, con el que podría liberarse y vengarse de los españoles. Pese a su desprecio a la magia pagana, una fórmula mágica es un pensamiento que encuentra puntos en común con el pensamiento judeocristiano, pues la más cercana aproximación a la divinidad es la Palabra. Sin embargo, en este cuento Tzinacán no buscará símbolos inventados por el hombre, sino una palabra en la naturaleza, que es lo que mejor encarna la mutación del universo. Eventualmente, Tzinacán enfoca sus búsquedas en la piel de un jaguar con el que comparte celda (aunque Borges lo llama tigre más adelante), comparando sus manchas y patrones con la imagen recurrente del laberinto y la búsqueda de la iluminación. Una imagen fascinante, a mí me remitió a las misteriosas formas de la naturaleza, con una perfección aparentemente arbitraria pero en realidad geométrica, que muchos deístas han esgrimido como argumento de la existencia de la divinidad. El propio Borges en otros textos muestra una fascinación con las matemáticas, sobre todo con el álgebra, y este hallazgo de ecuaciones en elementos naturales es lo más parecido a un idioma universal que la Historia ha encontrado.


La concepción de la divinidad en este libro, una rueda de agua y fuego, es una imagen presente en otros textos del autor, y que filosóficamente despierta muchas preguntas ¿es acaso un motor que puso en marcha el universo, pero que ya no puede intervenir en él? ¿Tiene consciencia o es un flujo de energía en estado puro? ¿Es un ente fuera del universo o es el universo en sí? Que el cuento no de respuestas definitivas, en combinación con su paradójico final, es la clave para su efectividad, pues invita a una interminable reflexión.


Cierro con un último apartado, que se aleja de estas discusiones de divinidad, y es un párrafo muy interesante que hace Borges cerca del final, en un detalle relevante, antes del descubrimiento de la fórmula: envuelto en una prisión onírica (siendo los sueños otro de los elementos recurrente del autor), poco después de una crisis de fe en la que cuestiona la existencia de una sola fórmula (pues ningún lenguaje podría representar la totalidad), logra despertarse a pura fuerza de voluntad al decir “Ni una arena soñada puede matarme, no hay sueños que estén dentro de sueños”, con lo que Borges habla de la fuerza y resistencia del espíritu de lucha humana (Tzinacán se llega a preguntar unos párrafos antes si la fórmula es su propio rostro, un concepto que no es explorado lo suficiente), que como podemos ver en la conclusión, se perdería si se comprende la divinidad, pues el asomarse al todo destruye la identidad individual.


  • Título original: La escritura del dios

  • Autor: Jorge Luis Borges

  • Año de publicación: 1949





Hasta el próximo encuentro...


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2 comentarios


Luis Figueroa
Luis Figueroa
29 dic 2024

Hola, estoy preparando un ensayo acerca de este relato, y he colocado una cita de tu artículo espero no haya problema con ello, un saludo desde Guatemala.

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raulgr98
09 ene
Contestando a

No, para nada. Agradezco tu interés. Compárteme el ensayo cuando esté listo.

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