La maldición de Apolo
- raulgr98
- 2 feb 2023
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Mientras ustedes hombres necios, me sujetan para impedir que prenda fuego al monstruo al que están decididos a adorar, no me queda más remedio que rasgar mis vestiduras y gritar al viento, pues si me ignoran como tantas veces han hecho ya la mayoría de ustedes no verá el nuevo amanecer. Y a los que lo hagan la penuria, el exilio, la deshonra.
Creen que la bestia que permanece erguida ante nosotros es un último regalo, una señal divina de definitiva victoria, y entre los gritos de júbilo nadie oye salvo yo. ¿Por qué soy la única a la que el frenesí le permite encontrar la verdad oculta? ¿Tan sordos se hallan que no escuchan las voces malvadas que susurran en el vientre de la criatura, conspirando con sonrisas taimadas y dagas en la armadura?
No lloraré por ustedes, arrogantes banales, pero en mi corazón no hay odio ni rencor, porque su ceguera no es por su propia culpa. ¡Apolo, patrón de mi ciudad! ¿Por qué no me advertiste que rechazarte traería el fin de mi patria y la ruina de mi familia? ¿Habría prevalecido mi dignidad de mujer, o el amor por los míos habría bastado para ceder a tus bajas pretensiones? ¿Tanta era tu lujuria, y tan largo tu rencor por esta sacerdotisa que estás dispuesto a condenar a los que te adoran por mantener tu embrujo sobre mí?
“Conservarás el don de la profecía que te concedí en tu infancia, pero ni un alma creerá en lo que vaticines”. Ese fue el castigo que cruelmente me impusiste cuando no pudiste hacerme tuya, pero, hermanos y hermanas ¿no han pasado suficientes desgracias ya para que su voluntad se sobreponga al conjuro?
¿No acaso les advertí que mi hermano no debía desposarse con la extranjera? Pero diez días duraron sus festividades de esponsales y diez años de tragedia hemos tenido en consecuencia. ¡Padre! ¡Madre! Si durante años me conservaron prisionera en mis aposentos, siempre sola, siempre vigilada, como si de una loca se tratara ¿Por qué dejarme libre el día del regreso de Paris? ¿Para que soñara con casas ardiendo, templos profanados y mi pueblo esclavizado? ¡Gran rey, de tu semilla nacimos cincuenta varones y doce féminas! ¿A cuántos más tienes que ver morir para que me creas a mí, que predije cada una de ellas? Pues casi treinta duelos llevo en mi interior, cada uno más profundo que el anterior, y la desaparición de Héleno, mi gemelo, mi guardián me carcome pues aunque sé que está vivo, los sueños me revelan que nunca lo volveré a ver.
¡Reniego de ti Apolo, indigno de tu condición divina! Y con todo mi rencor te maldigo: si no levantas tu maldición y los míos mueren esta noche, que desde el inframundo mi espíritu te atormente y no encuentre descanso tu alma ni satisfacción tu carne hasta que esta ciudad vuelva a nacer, más fuerte y más libre.
Escuchó ya las pérfidas acusaciones, que insisto en destruir la ofrenda por qué no siento lealtad por mi ciudad, pero he llorado más que ustedes, lágrimas de rabia y de dolor. Fui yo quien anudó la armadura de Héctor mientras le suplicaba que no respondiera a la furia del invencible, y también fui yo la primera en ver su cuerpo cuando nos fue devuelto en el único acto de piedad que he visto de los invasores.
Así que no me desprecien, ni me hagan menos, pues yo, princesa de esta gran nación, he sido más guerrera que todos ustedes pese a mi condición de mujer, pues soy la única que siempre ha luchado por evitar la destrucción de esta ciudad, que ustedes con dicha y gozo traerán esta noche si desoyen mi advertencia.
¡Soltadme, necios! Si la niebla del orgulloso dios les impide escucharme con claridad, al menos dejadme obrar. No me importa el castigo que me impongan por destruir a la bestia, si así logro salvarlos a ustedes ingratos.
Y si no me dejan, quiero que sepan que los veré bajo tierra o en cadenas a todos ustedes, salvo a mi primo hijo de Anquises y los suyos, y que aunque pronto sufriré sangrienta muerte al otro lado del mar, duraré más que estos muros, de los que apenas quedará el recuerdo.
Así hablo Casandra frente al mar, pero en sordos oídos cayó su advertencia, mientras el orondo caballo de madera cruzaba las murallas de Ilión.
¡Bienvenidos pasajeros! La princesa troyana Casandra siempre me ha parecido un personaje interesante de la mitología griega, injustamente castigada por resistirse a una violación. Desde cierta perspectiva, es una muestra más de los abusos sistémicos que existen desde tiempos inmemoriales, pero esta maldición me parece especialmente cruel, y más de uno podría identificarse en algún momento de sus vidas: el conocimiento puede ser una pesada carga, sobre todo cuando uno logra anticiparse a una situación y no puede hacer más que presenciar con impotencia como se desenvuelve el acontecimiento, pues carecemos del poder o la habilidad para hacernos dar a entender o generar un impacto. Pero no por eso hay que dejarlo de intentar, y por eso he decidido hacer un poco de justicia al prestarle voz a aquella a quien Homero le dedicó apenas cuatro versos, pero en cuyas manos estaba la salvación que no llegó.
Hasta el próximo encuentro
Navegante del Clío
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