La mariposa de carne
- raulgr98
- 27 sept 2024
- 4 Min. de lectura
Me rehuyes, me temes, has oído cientos de historias de mi supuesta maldad, pero mi único crimen es el de ser feo, la criatura más horrenda de la Creación. Aún así, hubo una época en la que fui hermoso...
Feo nací, pero no con la forma horrenda con la que ahora me miras con aversión. En los albores del tiempo me veía aún más desnudo, y mi piel no presentaba color alguno. Demasiado grande para ser un insecto, demasiado deforme para formar parte del coro de las aves; la lluvia me empapaba, en invierno me congelaba y el sol quemaba mi piel. Desprotegido estaba del clima, pero también de las burlas, pues era un paria allá dónde fuera. Biguidibela* era mi nombre entonces, y lo odiaba con todo mi ser.
Miserable fui por eras hasta que un día, harto de lamentarme, decidí forjar mi propio camino. Sin importarme el frío o el calor, emprendí el que bien podría haber sido mi último vuelo y ascendí por encima de las copas de los árboles, de las negras nubes y de las mismas estrellas, hasta llegar al palacio del Señor. Postrado a sus pies, le supliqué que me diera plumas, para parecerme a las otras criaturas aladas del mundo.
"Llegaste tarde al reparto de los dones" me dijo en un amable lamento, "ya no tengo más plumas para darte, hijo mío".
Entonces desesperé y lloré, pues si ni aquel por encima de todos podía ayudarme, mi suerte estaba definitivamente echada. No sé si fue mis lágrimas las que lo conmovieron, o el esfuerzo de tan extenuante viaje, pero el Creador habló de nuevo:
"No me queda nada de lo que buscas, pero eso no significa que no pueda tejerlas a tu cuerpo. Desciende, pequeño amigo, y pide una pluma a cada ave de mi reino. Cuando las traigas de vuelta, concederé tu deseo".
Así lo dijo y así se hizo. No sé cuanto tardé, si fueron semanas o años, pero desde el humilde colibrí hasta la majestuosa águila, del más pequeño de los gorriones al más bello de los quetzales, todos escucharon mi ruego y ablandaron su corazón a mi súplica. Una sola pluma obtuve de cada uno, de todas las formas, colores y tamaños que se pudieran imaginar, y cargando con ellas logré realizar de nuevo el ascenso hasta los cielos, y humilde cerré los ojos, esperando el inicio de una nueva vida.
Cuando los abrí, y el Creador me guió a un estanque, no pude proferir palabra alguna: por primera vez en mi vida fui hermoso, y cada parte de mi piel relucía en un crisol multicolor. Tras regocijarme por la bendición otorgada, bailé con los astros entre sollozos de alegría y agradecido, me despedí por última vez de aquel por encima de todos.
Al volver a la tierra, me tomé como misión sagrada agradecer uno a uno a todos aquellos que habían contribuido con mi renacer, pero entre más aves veía, más me decepcionaba, pues aquellos a quien otrora envidié ahora parecían grises y apagados, aburridos en comparación con mi propia belleza. Y aunque al inicio no fue mi intención, no pude evitar mencionarlo una vez, y después otra, y de nuevo...
Me sedujo la luz, y mi propio reflejo, ahora lo puedo ver. Pero después de una eternidad de vergüenza y pesar, de tener miedo de mostrarme al mundo ¿no tenía acaso el derecho de ser visto y oído? ¿No era acaso ahora hermoso, más que cualquier otra criatura? Una mañana, en mi vuelo del alba, fui tan veloz y esplendoroso que el cielo copió mis colores cuando tracé un arco sobre el, bello iris que aún puedes ver, pero al que yo di vida por primera vez. Fue aquel día, de feliz recuerdo para todos menos para mí, que convoqué a las aves y les dije "Si ahora soy más bello que todos ustedes, ¿no es tan sólo justo que me rindan pleitesía como el mayor de entre toda la creación?"
"¡Biguidibela!" gritó una voz, y entonces sentí que una enorme mano me tomaba con una fuerza que nunca había sentido. No vi su rostro en momento alguno, pero aquel poder sólo podía pertenecer al Creador, que enfurecido por mi orgullo, había abandonado su morada para impartir castigo.
Sin proferir otra palabra, pues nunca jamás le volví a escuchar, pero lo sentí. Con una firmeza que contrastaba con la bondad antes demostrada, me agitó con una furia apenas contenida y vi como una por una mis plumas se desprendían, cayendo hasta perderse de vista. Terminada su tarea, me soltó y caí al vacío.
Al despertar, sentí el agua en mi rostro, pues el castigo aún no se completaba. Había sido arrojado contra un estanque, pues aún debía ver el resultado de mis acciones. ¡Oh, el indescriptible horror! Volvía a ser feo, pero no como antes. Mis plumas se habían perdido, y mis alas volvían a ser tan desnudas como el día que nací, pero la piel que antes fue rosa ahora era negra, y mi cuerpo lo cubría un espantoso y áspero pelo oscuro. Después de haberme visto brillante y colorido, el mundo perdía ahora toda belleza, y supe que si volvía a fijar mi vista en algo, la visión sólo me recordaría lo que había perdido. Es por eso que alcé mi vista al sol y lo contemplé hasta que mis ojos se quemaron, y así mis días fueran tan oscuros como mi interior.
Ciego, volé hasta la más oscura de las cuevas y ahí es dónde moro desde entonces, saliendo sólo de noche porque sólo así soporto mi vergüenza, pues mi fealdad es menos visible para quienes me contemplan, tal es mi tragedia. No temas al murciélago, inocente amigo, compadécelo, pues cargará por la eternidad el castigo a su orgullo y vanidad.
*Mariposa de carne
¡Bienvenidos pasajeros! Cerramos la historia con una pequeña leyenda oaxaqueña, sobre el origen de un pequeño animalito que en casi todo el mundo ha sido rechazado, llamado monstruo, tan feo que uno de los personajes más famosos de la ficción lo tomó como símbolo, pues despierta miedo en todo aquel que lo ve.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
Comentarios