La muerte del cuervo
- raulgr98
- 6 oct 2022
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Baltimore, 07 de octubre de 1849
Estimado señor Snodgrass
Antes de que lea sobre la tragedia en los periódicos, me veo en la penosa necesidad de relatarle las circunstancias en las que encontré a su amigo, cuyo fallecimiento lamento profundamente, pero cuyas incógnitas me quitan el sueño.
La prensa dice que el caballero en cuestión desapareció el día 27 del mes pasado en el camino de Richmond a Nueva York, pero yo de eso no puedo opinar nada. Para tratar de saciar su afligida curiosidad, me limito a relatarle lo que aconteció apenas hace tres noches, pues gravemente me han perturbado los acontecimientos.
Aquella tarde, me encontraba saliendo de la taberna de Ryan cuando en un banco del parque cruzando la calle me vi asaltado por un vagabundo en un estado, francamente de intoxicación bestial. Con un rostro sucio y mezquino, la policía después dijo que tenía cuarenta años pero a mis ojos se veía mucho mayor. Tropezaba con sus propios pasos y de su boca no salían más que balbuceos incoherentes, pero cuando me tomó de la solapa de la camisa lo hizo con una fuerza inusitada. Enloquecido, dijo que se llamaba Edgar, que era conocido de usted y antes de perder el conocimiento gritó como poseído el nombre Reynolds al menos seis veces.
No es mi intención torturarlo con la penosa descripción de su amigo, pero mientras esperaba la llegada de la policía no puede evitar observarlo, y el recuerdo no me ha abandonado. El hombre era claramente repulsivo: el pelo cortado de forma dispareja, totalmente despeinado, la cara tan sucia de mugre que la piel del rostro era indistinguible del bigote; pero lo que más me aterraba eran sus ojos, vacíos y sin ningún brillo. Me miraban fijo, hasta la profundidad de mi ser, pero era como si me estuviera observando un muerto. Sus ropas eran una combinación impropia de un caballero: una gabardina llena de agujeros, con pantalones viejos a juego, una camisa manchada sin el chaleco correspondiente y zapatos tan usados y sin pulir que carecían totalmente de talón. Lo más increíble es que parecía que nada era suyo, pues salvo el viejo sombrero de paja con el que lo encontré, todas las prendas eran al menos dos tallas más grandes de las que debería haber usado.
Con ayuda de dos oficiales lo arrastré hasta el hospital del Washington College, pero a mitad de camino despertó y entre sus alaridos claramente escuché "Dile que su último nombre es Reynolds, Reynolds" pero cuando le pregunté a quien se refería su voz se volvió a apagar, limitándose a murmurar incoherencias. Tras registrarlo en el hospital, lo entregué al doctor John Moran, quien se hizo cargo de su salud.
A la tarde siguiente, tras informarle por carta de mi encuentro con el extraño, regresé al hospital preocupado por su salud. El doctor Moran dijo que en la noche una tal señora Herring había solicitado verlo, pero que el paciente había caído en tal estado de paranoia al escucharlo que tuvieron que confinarlo a un cuarto con barrotes en la ventana. Cuando me permitieron verlo, estaba consciente y seguía murmurando Reynolds, una y otra vez, junto con frases aisladas que después identificaría como versos de sus poemas. En su delirio, decía que no sabía como había llegado al parque, y pedía su maleta, que aseguraba había perdido en la taberna Swann. Para tratar de animarlo, le dije que pronto se encontraría en compañía de amigos y entonces, súbitamente serio, con una voz clara y serena enderezó la espalda y me dijo:
-"Lo mejor que mi amigo puede hacer es volarse los sesos con una pistola".
Aterrado, abandoné la habitación y no volví a saber del extraño hasta el día de ayer, cuando el doctor Moran me solicitó una reunión a través de un mensajero. Cuando me entrevisté con él, el médico afirmó que no tenía ninguna herida en el cuerpo, pero que no mejoraba de su estado mental. Permanecía inconsciente casi todo el tiempo pero cuando despertaba, entre un mar de incoherencias, solicitaba que buscara a su esposa que se encontraba en la ciudad. Al necesitar permiso de un familiar para operar me pedía que la buscara mientras el seguía vigilando a su paciente, y grave fue mi sorpresa cuando me comunicó que lo habían identificado, pues reconocí el nombre y jamás creí que alguien tan conocido hubiera aparecido perdido en tales circunstancias.
La investigación me llevó poco tiempo, pues su amigo es famoso en todo el país, pero los resultados no aliviaron mi espíritu. El poeta se encontraba en una relación con una tal Sarah Royster, viuda de Sheldon, pero aun no contraían matrimonio. Quizá estaba confundido en su delirio, pero los alaridos que pegó la noche que lo encontré me hicieron temer una posibilidad más siniestra: quizá a quien llamaba era en verdad a su esposa, pero como usted bien sabe, la señora Virgina lleva dos años muerta.
Envié un mensajero a buscar a la señora Royster y regresé al hospital. La última vez que vi a su amigo lo encontré encogido, débil, balanceándose sobre si mismo cual infante. Al creer que en su locura me ignoraría, me di la vuelta para marcharme y justo cuando abría la puerta lo sentí de pie a mi espalda susurrando:
-Dijo el cuervo "Nunca más".
Un frío escalofrío recorrió mi espalda y abandoné la estancia, decidido a no volver nunca más por muy amigo suyo que el poeta sea. Debo reconocer, no pude dormir en toda la noche y mi corazón no tuvo sosiego hasta que esta mañana recibí una carta del doctor Moran que remito a usted de manera textual.
"Apenas tras salir el sol, y tras exclamar Señor, ayuda a mi pobre alma, mi paciente el señor Edgar Allan Poe perdió el conocimiento y feneció al cabo de tres minutos".
Es mi intención con esta misiva adelantarme a los chismes de baja moral que pronto empezarán a circular especulando sobre las circunstancias de la muerte de su amigo, pero debo confesar que es para aliviar tanto mi sufrimiento como el suyo, pues espero que pueda venir pronto a visitarme y tratar de explicarme como fue que el señor Poe acabó así sus días, quizá usted que lo conoció me ayude a encontrar cordura a sus acciones y calma en mi espíritu, pues temo que esta noche y las que estén por venir vuelva a ver al cuervo entrar por mi ventana, susurrándome
"Nunca más".
Suyo en apuros
Jos. W. Walker
¡Bienvenidos pasajeros! Con esta dramatización de la muerte del famoso escritor norteamericano Edgar Allan Poe, fallecido en circunstancias de las que mucho se ha especulado sin tener al día de hoy respuestas claras, pretendo demostrar que los orígenes de la literatura y el cine de misterio están en los sucesos inexplicables de nuestro mundo, y que por más descabellado que una historia ficticia suene, es posible que cosas más extrañas hayan ocurrido en la realidad.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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