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La máscara de Zorro

¡Bienvenidos pasajeros! Esta semana quise explorar el tema de los superhéroes, pero tomé como propósito no reseñar un cómic, ni una película que lo adaptara de forma directa. Como punto de partida, investigué la historia del género y descubrí que hubo tres inspiraciones directas para Superman, Batman y Capitán América, considerados los superhéroes de quienes derivan todos los demás. Uno de ellos es John Carter, pero este precursor no puede considerarse un proto superhéroe, es más un aventurero de ciencia ficción, pues le faltan dos elementos que se consideran indiasociables del arquetipo: el traje y la identidad secreta. Los otros dos personajes cumplen estos dos requisitos, y muchas de sus aventuras se publicaron en revistas pulp, el antecesor directo de la tira química. Estos son los verdaderos primeros superhéroes, y hoy revisaremos una película de uno, y mañana un libro del otro.


Nuestro primer candidato proviene de Estados Unidos, y es uno de los primeros iconos de la cultura popular del siglo XX, reconocible por su traje negro, con la capa y el sombrero como rasgos distintivos; el antifaz, un valiente corcel y la habilidad con la espada sus mejores armas. Introducido en una novela de Johnson McCulley publicada en 1919, inspiró a personajes como Batman y el Llanero Solitario y sus historias vendieron más de cincuenta millones de ejemplares, desencadenando diez series, un puñado de programas de radio y casi cincuenta películas.


Zorro es el nombre con el que es conocido, y sus historias se desarrollan en la California del siglo XIX, y en su caracterización podemos encontrar muchos elementos recurrentes, más allá de la máscara: su identidad secreta, Don Diego de la Vega, es en extremo adinerado, lo que le permite financiar sus actividades como justiciero, pero adopta una actitud de petulancia y cobardía para evitar sospechas. Su verdadero yo, el vigilante, es astuto y noble, con habilidades acrobáticas que rozan lo sobrenatural, y se prevalece de una iconografía icónica para inspirar esperanza a los desfavorecidos y temor en sus enemigos. Otros elementos recurrentes, como el fiel sirviente, el interés amoroso, el némesis, e incluso la cueva con entradas secretas como guarida, tienen su origen en Zorro.


De todas las películas de Zorro, la que considero la mejor es la reseñada hoy, estrenada en 1998. Dirigida por Martin Campbell, y escrita por John Eskow, Ted Elliott y Terry Rossio, la película es protagonizada por Anthony Hopkins (Diego de la Vega), Antonio Banderas (Alejandro Murrieta), Catherine Zeta-Jones (Elena Montero), Stuart Wilson (Rafael Montero), Matt Letscher (Harrison Love), Tony Amendola (Luiz), William Márquez (Fray Felipe), LA Jones (Jack tres dedos) y Víctor Rivers (Joaquín Murrieta), con Pedro Armendáriz Jr. y Julieta Rosen en papeles secundarios. Un éxito en taquilla, gozó también de excelente recepción crítica y llegó incluso a ser nominada a dos premios Oscar.


Una precursora de lo que ahora llamaríamos “secuela legado” (irónico, considerando que es una primera entrega, pues no tiene conexión directa con ninguna de las películas y series previas), la película sigue la misión de venganza de un envejecido Don Diego (Hopkins), para lo que recluta a un joven sucesor (Banderas) que herede el manto de Zorro. Es en esta premisa básica donde resalta otra de las características de las mejores películas de superhéroes: que la identidad de la máscara, como símbolo, es casi tan importante como el hombre o mujer que la porte.


Plagada por problemas de producción, que elevaron el presupuesto de la cinta, la historia no debería funcionar, pero logra elevarse sobre las dificultades gracias a un amor genuino por los personajes, y un guion que equilibra las escenas dramáticas con una comedia física muy efectiva, sin avergonzarse de los elementos más “camp” del material original, fórmula que los mismos guionistas replicarían con éxito años después en Piratas del Caribe. El resultado es una clásica historia de aventuras, realzada por la excelente banda sonora de James Horner, que logra ser a la vez divertida, romántica y emocionante, en un ritmo más que agradable. El presupuesto se nota en los elaborados sets, sobre todo un complejo tercer acto, pero el director tomó la decisión correcta al nunca dejar que el espectáculo eclipse a la narrativa, siendo el mejor ejemplo de esto las secuencias de acción, que prefieren confiar en la solidez de la coreografía de esgrima sobre los efectos especiales. La estructura no es perfecta, creo que la inmensa mayoría de los personajes secundarios reciben poca caracterización, pero la cinta logra emplear los arquetipos de venganza y justicia, junto con una iconografía respetuosa del personaje, para conservar su estética memorable.


Si dejamos de lado el muy criticable español de la mayoría del elenco principal (por fortuna la película es consciente de esto, y mantiene casi toda la cinta en inglés), creo que el carisma de los intérpretes también ayuda a solidificar la reputación de la película. Wilson y Letscher encarnan villanos prototípicos pero efectivos gracias a la naturalidad con la que interpretan las escenas más oscuras de la trama, y es fácil ver por qué esta cinta catapultó al estrellato a una carismática y seductora Catherine Zeta-Jones, pero el corazón de la cinta está en la dinámica entre los dos Zorros, de cuyas interacciones surgen las mejores secuencias. Hopkins es excelente como casi siempre, y su presencia es fundamental para darle peso a las escenas dramáticas (verlo en un rol de acción es también una grata sorpresa, que eleva el valor de entretenimiento), pero es Antonio Banderas la revelación de este elenco, pues logra ser creíble como un espadachín nato, es por mucho el miembro más divertido del elenco, y logra encarnar con facilidad a las múltiples facetas e identidades falsas que encarna su personaje (el bandido, el aristócrata, el seductor, el héroe).


Casi toda la cinta se rodó en los Estudios Churubusco, en México, y aunque eso sólo vuelve aún más condenable la falta de talento nacional en roles significativos, debo darle crédito a la película por evitar algunos de los más ofensivos clichés sobre los mexicanos y sus descendientes. Desconzco cuanto hispano colaboró con el detrás de cámara, pero debo decir que hubo atención al cuidado en el diseño de producción, con mapas, banderas y vestuarios que son acordes a la época. Desarrollándose en ese breve periodo entre la independiente de Texas y la guerra con Estados Unidos, la trama hace un par de referencias a acontecimientos y personajes reales, honrando temáticamente la identidad de una California que entonces aún era mexicana, y pese a que no está exenta de inexactitudes, hace lo posible por visibilizar un periodo fascinante, tanto desde el punto de vista mexicano (el convulso y caótico siglo XIX) como el norteamericano (antes de la expansión al oeste).


Cierro con una reflexión a la que llegué cuando volví a ver la película hace poco, y es que las historias de época tienen un potencial ilimitado, y lamento profundamente que cada vez sean menos frecuentes. A mí en lo particular, las cintas de acción que se basan sobre todo en las armas de fuego nunca me han gustado, y si el cine histórico de época y la fantasía tienen algo en común es la posibilidad de despertar grandes emociones a través de la esgrima, una forma de combate que encuentro mucho más elegante y seductora que los disparos y bombardeos. La aventura clásica, que puede ubicarse en cualquier época, es una danza, un encantamiento, y permite a Zorro y a personajes similares convertirse en leyendas.






Hasta el próximo encuentro…


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