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La perfección en mármol

Florencia, marzo de 1504


Tomó nuevamente el martillo y el cincel como había hecho todas las mañanas durante más de dos años en aquel estudio. El bloque de mármol que le habían traído estaba fracturado, maltratado, tres artistas habían intentado darle forma y cerca habían estado de estropearlo permanentemente. Después del último fracaso, ninguna mano humana lo había tocado en 25 años hasta que él había sido seleccionado para trabajar.


Y ser seleccionado le había costado. Antes del concurso, llevaba cinco años trabajando en Roma, ganándose un nombre entre los escultores del pontífice, pero por mucha fama que hubiera acumulado nada de eso le servía en Florencia, la ciudad de los maestros, donde además el papa no era muy bien recibido.


El artista se alegraba de estar de vuelta en la ciudad donde había estudiado, pero también se daba cuenta que las cosas habían cambiado mucho. Había nacido durante los sesenta años que los Medici habían controlado Florencia, y bajo su mecenazgo había aprendido el oficio de las artes, pero todo había terminado una década atrás, cuando el Signore Pietro se rindió a los franceses que marchaban contra Nápoles, lo que había provocado una revuelta y la proclamación de la República.


O al menos así la llamaban, pero en realidad habían quedado bajo el dominio de otro tirano, el predicador Savonarola, quien había quemado a los herejes y armado las hogueras de las vanidades, donde todo lo pecaminoso ardía hasta el olvido. Él se hallaba en Boloña en aquel entonces, había huido cuando iniciaron las persecuciones, pero noticias le habían llegado que sus obras de la infancia habían alimentado las llamas.


Pero Roma había actuado y Savorarola cumpliría en unos meses seis años muerto, lo cual había dejado a la "república" como una ciudad sin ley. Incluso en el tumulto de aquellos días, el respeto al arte y la belleza no habían disminuido, y la Opera del Duomo, organización encargada de preservar los edificios públicos, trabajaba a marchas forzadas para recuperar el tiempo perdido en los años del predicador, objetivo que Soderini, quien había tomado el control hace dos años, mientras el escultor estaba encerrado en su estudio, parecía compartir.


Habían sido ello quienes habían lanzado la convocatoria: doce estatuas, doce figuras del Antiguo Testamento, destinadas para el exterior de la Catedral de Santa María del Fiore. El Comité de artistas, quienes habían escogido a los escultores, tenían mala relación con él, pero no podían negar el talento de su obra. Aún así, se debería andar con cuidado, Da Vinci, Botticelli y el resto eran respetados y poderosos, y el comité aun tenía la decisión si su obra era exhibida y donde se colocaría.


Mientras afinaba los últimos detalles con sus herramientas, el artista pensó en los otros comisionados. Si todo marchaba bien sería el tercero en entregar; Donatello y Ducci se le habían adelantado, pero él sabía que su obra era infinitamente superior. En una sola pieza, se había esmerado en que las proporciones del cuerpo fueran perfectas, que el espectador pudiera observar la tensión de los músculos mientras el representado se preparaba para lanzar su honda, no después del triunfo como la mayoría de los artistas preferían representarlo.


Cuando por fin terminó el meñique izquierdo, último elemento restante, miró a los ojos de mármol de su obra y sonrió con orgullo. Descendió de la escalera y lo rodeo, comprobando con satisfacción que desde cualquier ángulo se podría apreciar un nuevo aspecto de la obra. Debía exhibirse en una Plaza Pública, no en una fachada, sería un desperdicio que sólo se pudiera ver de frente aquella maravilla.


Lo tacharían de arrogante seguramente, pero sus convicciones eran firmes. Aún no cumplía los 29 años, pero sabía que aquel día había esculpido la perfección humana. Aquel día, Miguel Ángel terminaba su David.

¡Bienvenidos pasajeros! En esta ocasión el breve relato que les presento es una mirada al mundo del Renacimiento Italiano alrededor de la creación de quizá la escultura más famosa de la historia. Casi todos los artistas famosos de la época, trabajando principalmente en Roma y Florencia coexistieron y compitieron entre sí, pues todos dependían del mecenazgo de la Iglesia o la aristocracia para crear.


De septiembre de 1501 a aproximadamente febrero de 1504 Miguel Ángel trabajó en su escultura, que se distinguía de otras representaciones del David en tres aspectos: lo mostraba musculoso y no como un joven pastor, capturaba el momento antes del combate con Goliath y no el posterior, y finalmente trabajó la pieza para que se pudiera observar desde cualquier ángulo, no sólo desde el frente.


Como el artista temía, el panel desdeñó la obra e insistió en colocarla en los arcos de la Loggia dei Lanzi, contra una pared. Miguel Ángel apeló la decisión con Piero Soderini, dirigente de la ciudad, y este quedó tan maravillado que no sólo revirtió el dictamen, sino que la movió de la iglesia donde originalmente debía colocarse a la mitad de la Piazza della Signoria, donde se convirtió en símbolo de la República y el poder civil.


Este no es el espacio para hacer una valoración crítica de la pieza, pero quiero concluir agradeciendo que haya sobrevivido al paso del tiempo. Fue atacada por hombres y rayos en 1504, 1512 y 1527 antes de ser restaurada y trasladada a la Galería de la Academia donde permanece actualmente, en 1873. Esto no evitó que sufriera nuevos atentados (el más grave en 1991) pero el gobierno de la ciudad ha invertido una cantidad fuerte en protegerla y restaurarla cuando es debido, porque entienden que, además del placer estético que genera en el espectador, el arte es nuestra mejor ventana al pasado.



Hasta el próximo encuentro...


Navegante del Clío


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