La Sociedad de los Poetas Muertos
- raulgr98
- 8 ene
- 4 Min. de lectura
¡Bienvenidos pasajeros! El día de hoy continuamos con la semana de la poesía no discutiendo sobre un autor u obra en específico, sino de lo que la poesía puede representar para el lector: inspiración, rebeldía, pasión, autoconocimiento, temas de la película que discutimos hoy.
Dirigida por Peter Weir y escrita por Tom Schulman, la cinta de 1989 es protagonizada por Robin Williams (John Keating), Robert Sean Leonard (Neil Perry), Ethan Hawke (Todd Anderson), Josh Charles (Knox Overstreet), Gale Hansen (Charlie Dalton), Dylan Kussman (Richard Cameron), Allelon Ruggiero (Steven Meeks), James Waterston (Gerard Pitts), Kurtwood Smith (Thomas Perry), Alexandra Powers (Chris Noel) y Norman Lloyd (Gale Nolan). Un éxito taquillero inusual para los dramas, gozó también de buena recepción crítica y fue nominada a cuatro premios de la Academia, incluyendo Mejor Película, ganando guion original.
Situada en un internado en 1959, la historia sigue a un maestro de literatura cuyas técnicas docentes poco convencionales, opuestas a la severidad de la institución, impulsa a un puñado de alumnos insatisfechos con algún elemento de sus vidas. Dada la estructura de la historia, analizar temáticamente al espacio me parece pertinente: un internado exclusivamente masculino, con una estética que combina la arquitectura inglesa con los motivos religiosos, cada elemento del entorno refleja ambición, pero también necesidad de control. Sin embargo, creo que el guion tiene suficiente cuidado de no caricaturizar a la institución: pese a sus malas prácticas, no busca de una manera activa reprimir permanentemente a los estudiantes, sino que parte de la noción de que a esa edad, los chicos necesitan de la tradición y la disciplina para madurar, dejando la formación de un pensamiento propio para la universidad. Desarrollándose casi toda la cinta en los terrenos de la escuela, me parece importante que los padres tengan un rol mal encaminado (Neil), poco atento (Todd) o ausente (el resto de los chicos), para que la necesidad de la intromisión de Keating como figura paterna sea aún más necesaria, dada la claustrofobia y pérdida de rumbo de los personajes jóvenes.
Aunque creo que la dirección es sólida, sobre todo en un par de secuencias con un encuadre perfecto (el final, por ejemplo, así como una secuencia trágica dirigida con mucha responsabilidad), los mejores elementos de la película son el guion y las actuaciones. En el primer apartado, si bien hay un elemento de apropiación cultural que no envejeció bien, creo que la cinta tiene una estructura sólida, con un tono que logra balancear los momentos humorísticos (marcados con un diálogo muy ingenioso) con los más emocionales, que son realzados por una sutil banda sonora de Maurice Jarre. Asimismo, debo mencionar que me parece muy interesante la resolución atípica, que se recarga en momentos sutiles (como la relación de Keating con otro maestro) y logra ser en extremo satisfactoria pese a no resolver arcos individuales de la manera convencional, pues entiende que la audiencia no necesita conocer a detalle las conclusiones de los estudiantes si logran reflejar el impacto que su profesor tuvo en ellos, y la nueva perspectiva ante la vida.
En cuanto a las actuaciones, Robin Williams es el que recibe más crédito, con cierta razón, al dar una interpretación más contenida y empática, que limita su rutina humorística usual a una sola secuencia, con grandes resultados; pero como el maestro al que interpreta, creo que su mayor virtud fue explotar a un gran elenco joven (encabezados por un excelente Robert Sean Leonard), en el que cada uno de los estudiantes principales logra construir una caracterización fuerte con sólo sus primeras apariciones, pero que además tienen una gran química grupal, en la que parecen amigos de mucho tiempo, y de donde proviene gran parte de la energía de la historia. Finalmente, creo que pese a sus pocas escenas, Norman Lloyd logra dejar una gran impresión como el villano central, sobre todo con la frialdad con la que aborda secuencias como la amenaza y el castigo corporal.
Hace poco, leí una crítica de la película que la acusaba de anti intelectualismo, pues acusaba a Keating como profesor de tener un desdén por la crítica. Discrepo sin duda de esta afirmación, en parte porque el docente, pese a ser innovador en sus técnicas, no es un rebelde sin causa, y busca inculcar a los estudiantes prudencia y propósito en su búsqueda de reafirmación; y por el otro, creo que el contexto de la cinta es clave para entender su mensaje: si bien creo que hay un lugar para el análisis técnico de la literatura, Keating enseña a estudiantes de bachillerato (dieciséis o diecisiete años), edad en la que motivar el interés y la pasión por la búsqueda de nuevos conocimientos es lo más importante.
La clase en la que Keating guía a Anderson para improvisar un poema es para mí la mejor de la cinta, quizá porque me identifico con la inseguridad del joven, pero también porque creo que es la que mejor refleja porque el personaje de Robin Williams es uno de los mejores maestros del cine: no es permisivo con sus estudiantes, por el contrario, les exige más allá de lo que creen capaces, pero también es capaz de identificar la personalidad y necesidades de todos sus alumnos, y reorienta sus técnicas para satisfacer necesidades individuales. Quienes vean esta película no saldrán de ella con un conocimiento más profundo de la poesía clásica, pero sí logran conectar con los temas de defender las ideas propias y seguir las pasiones, entenderán el impulso que mueve a los poetas, y que inspira a quienes leen, incluso a quienes jamás tocan una pluma,
Hasta el próximo encuentro…
Navegante del Clío
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