La última canción
- raulgr98
- 9 feb 2023
- 4 Min. de lectura
Nueva York, marzo de 1991
-¿Como está, Bill?-preguntó Alan una vez que fue recibido en el apartamento de Manhattan.
El arquitecto, conteniendo las lágrimas para no perturbar a su invitado, se limitó a negar con la cabeza. No le quedaba mucho tiempo.
-No los quería perturbar, pero tengo instrucciones de arriba. Necesito verlo.
-Alan, no lo perturbes con trabajo por favor, el médico dijo que no debe desgastarse.
-No lo presionaré, te lo prometo Bill, pero creo que le hará bien ver lo que traigo.
A regañadientes lo dejó pasar y lo guío hasta la habitación que tantas veces había visitado. Todo parecía seguir igual, la pequeña televisión, el piano junto a la puerta, los viejos cuadros en las paredes. Lo único que había cambiado era la repisa, pues ahora tenía el premio que habían ganado juntos el año anterior.
En la cama, cubierto de cobijas, Howard también había cambiado. Aunque seguía teniendo el brillo de la juventud, y las arrugas en las mejillas producto de tanto sonreír, había perdido demasiado peso y oscuras sombras le rodeaban los ojos, como si le costara conciliar el sueño. Era un año más joven que él, pero en aquel momento parecía más viejo que él. Aún así, se incorporó para recibirlo.
Sin querer ofenderlo preguntándole por su estado, Alan habló de trivialidades, como siempre que se veían por los últimos catorce años. Se habían conocido en un taller de música y habían compartido muchas aventuras desde entonces. No siempre habían colaborado, pero estaba particularmente orgullosos de las dos obras que habían creado juntos, antes de que se reencontraran trabajando para el estudio. Eventualmente, cuando ya no podía postergar más el tema, habló:
-Traigo una cinta. La animación está incompleta, pero los de arriba quieren que veas como se va formando la historia.
Cuando su amigo asintió, Alan procedió a poner el caset en el reproductor. La cinta apenas tenía sonido, pero a Howard parecía que le estaban divirtiendo los colores y los personajes, aunque apenas hacía comentarios. De hecho, no lo había visto tan feliz desde el verano del 84, cuando Bill había accedido a mudarse con él apenas unos meses después de empezar a salir. Sólo por un momento, se transportó dos años antes, cuando apenas comenzaban a trabajar en La Sirenita, semanas antes que lo diagnosticaran.
Poco más de una hora después, cuando la película había finalizado, Howard estaba tan feliz que Alan dudó si debía completar el encargo al que lo habían mandado. Afortunadamente, su amigo no había perdido la percepción y adivinó rápidamente sus intenciones:
-Está....incompleta....¿verdad?
-No tienes por qué hacerlo si no quieres Howie...
-Ya viniste...hasta acá...¿es el romance verdad? El público necesita ver...el amor.
-Gary y Kirk piensan agregar una secuencia de baile, necesitan una balada. Pero si no puedes, hay mucho talento nuevo en el estudio.
-Creo que no la veré amigo-dijo Howard mientras tosía-pero puedo terminarla. Sólo tienes que prometerme una cosa Alan.
-Lo que quieras, por los viejos tiempos.
-Aladdín, yo fui Aladdin en la secundaria. En el cajón están algunas letras.
-Howie...no van a seguir adelante con el proyecto. Quieren que recuperes las fuerzas.
-Nunca las voy a recuperar Alan, lo sé. Prométemelo, promete que tomarás lo que hice y terminarás las canciones. Hazlo por mí.
Despacio, pero firme, Alan asintió decisivo, a la vez que le apretaba la mano, y el rostro de Howard se relajó.
-Una...balada...¿verdad? Imagino que tienes algo.
Como respuesta, Alan se sentó en el piano y con delicadeza tocó la pieza que estaba preparando. Aún no tenía letra, ese siempre había sido el trabajo de su amigo, pero la melodía era hermosa, no le importaba que estuviera mal visto que él mismo lo dijera.
-¡Te pedí que no lo molestaras con trabajo, Menken!-gritó Bill mientras entraba a la habitación, alertado por las notas del piano.
-Está bien-dijo Howard-Alan ya se va. Te...mandaré con Bill la letra...de la pieza. Recuerda tu promesa.
Asintiendo y embargado por un triste presentimiento, Alan se acercó a su viejo amigo y le dio el abrazo más largo que le había dado en años. Cuando se separaron, recogió la cinta y tras darle la mano a Bill, salió del apartamento por última vez.
La pareja se quedó sola en la habitación. Bill no quería discutir, pero tenía que ser claro, no podía permitir que se cansara más rápido.
-No les debes nada, Howard, los has salvado de la quiebra. Cuentos de hadas y musicales, esa fue TU idea. No te sacrifiques por ellos.
-Pero...hacer música es lo que hago. Me...hace feliz. Pero esta será la última, no te angusties. Siéntate conmigo Bill, y escribe lo que te digo, ya tengo ideas para la letra. Habla de nuestro amor, a fin de cuentas.
Y entonces, mirándolo con el mismo cariño con el que lo había visto desde que lo conoció, Bill tomó papel y pluma y anotó el dictado, la última canción de Howard Ashman, que iniciaba así:
-"Tale as old as time, true as it can be".
¡Bienvenidos pasajeros! Howard Ashman murió unas semanas después por complicaciones de VIH, y nunca vio la Bella y la Bestia terminada; pero Alan Menken cumplió su promesa y Aladdin vio la luz del día un año después.
Dudé si hacer este relato, pues no tengo nada más que respeto para las personas involucradas, responsables del Renacimiento Disney y algunas de las mejores películas de mi infancia, que son en gran medida responsables de mi amor por el teatro musical. En esta ocasión no hay moraleja, pues me parece una tragedia que una vida tan talentosa tuviera que batallar con la homofobia y tuviera un final demasiado adelantado, pero me alegra que su legado vivirá para siempre y sería para mi un sueño crear algo que fuera igual de especial para alguien.
Hasta el próximo encuentro...
Navegante del Clío
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