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Las batallas en el desierto

¡Bienvenidos pasajeros! Para algunos resultará extraño que haya seleccionado una novela corta que sigue siendo controversial para la semana del día del niño, pero hay varios motivos que vuelven a la obra más traducida de Pacheco ideal para esta celebración: las fronteras entre literatura juvenil y adulta se desdibujan, el protagonista es un niño en un proceso de maduración, y es una obra anclada a la formación de muchos lectores de mi edad, pues fue lectura obligatoria en secundaria.


Con sólo doce capítulos (poco más de setenta páginas) la novela es muy fácil de leer. En cuanto estilo, es uno accesible con una estructura semi episódica (cada segmento está centrado en la escuela, la familia o los amigos del protagonista), en la que quizá la característica estilística más evidente es que el diálogo no está identificado como tal en la redacción (conversaciones forman parte de un mismo párrafo), lo cual significa simultáneamente el frenesí de la oralidad y el filtro que representa la memoria del narrador (¿los otros personajes en verdad dijeron eso o es una reinterpretación de Carlos en su adultez?) Aunque Carlos tiene más credibilidad que otros narradores, que se ubican de forma más evidente en el campo de lo "no confiable", Pacheco siembra ciertas dudas sobre la veracidad de lo narrado, sobre todo en el lenguaje: el lector percibe a Carlos como un chico inteligente y maduro para su edad, pero esto se debe a que quien narra en realidad es el personaje en su adultez, lo que implica cierto revisionismo en su testimonio (y hay analistas que creen que algunos de los personajes son ficticios).


Transcurriendo el grueso de la historia durante el sexenio de Miguel Alemán (1946-1952), la trama sigue a un niño de ocho años, llamado Carlos, que desarrolla un enamoramiento con la madre de uno de sus compañeros de colegio. Si bien la mayoría de los análisis de la novela se concentran en temas como el despertar sexual, y este enamoramiento prohibido, en relecturas éste me parece el aspecto menos interesante de la obra (si bien la reacción de los padres de Carlos al descubrimiento, y sobre todo sus interacciones con el sacerdote y el psicólogo me parecen absolutamente hilarantes).


Algo que destaca inmediatamente de Las batallas en el desierto es que funciona como una cápsula, no sólo temporal, sino espacial; por lo que me pregunto cómo será la experiencia de lectura de aquellos que no estén familiarizados con la Ciudad de México (y en particular con la Colonia Roma), pues la geografía es uno de los personajes centrales: la conformación urbana afecta la psicología y decisiones del protagonista, y es interesante a este vistazo a una colonia de clase media en la que coexisten personas de estratos sociales muy diferentes, llena de migrantes (tanto de otros estados, como la familia de Carlos, jalisciense, como extranjeros).


En relecturas, lo que más me interesó de la novela corta es la contextualización del periodo, pues el autor logra un equilibrio entre los aspectos nacional e internacional: contrastando la reciente paz en el primero con la guerra en el segundo: México está en un proceso de modernización en plena posrevolución, mientras que el mundo está en plena Guerra Fría, con el conflicto entre Israel y la Liga Árabe dándole nombre a la historia. Como el final de la Segunda Guerra Mundial y el temor al conflicto nuclear impacta a países que no fueron figuras relevantes en un contexto macro, sobre todo la psicología de niños que crecen en un contexto de guerra, es fascinante. Asimismo, la década de los cuarentas y cincuentas tiene mucha información para comprender el México moderno, sobre todo en lo cultural, que en Las batallas en el desierto comienza a ser híbrida: aunque aún está muy presente el consumo cultural mexicano, sobre todo en la música, las importaciones de los Estados Unidos afianzan cada vez más su penetración en el territorio nacional, y la familia del protagonista tiene aspiraciones de migrar al país del norte; en una globalización incipiente.


Aunque son personajes menores, la familia de Carlos, como clasemediera, encierra una excelente crítica social de Pacheco, al lado oscuro del Milagro Mexicano: la madre, prejuiciosa y conservadora (de familia cristera y antaño adinerada), la principal antagonista de la historia, contrasta con el padre, un empresario fracasado, que aunque aparenta ser más abierto en las primeras partes de la novela, padece de la misma doble moral, sobre todo en el trato a Carlos y su hermano Héctor (éste último encarna la crítica más efectiva a la hipocresía conservadora a través de la transformación que experimenta entre el pasado y el futuro). Las frustraciones al interior de la familia por las presiones económicas son una metáfora de la experiencia mexicana, en la que el progreso viene acompañado de una crisis económica para ciertos sectores, y las conexiones políticas y de clase son necesarias para formar parte de la bonanza (breves menciones al sindicalismo, además de la resolución del personaje central y los cambios de escuela, ayudan a contextualizar un entorno opresivo).


Los capítulos al interior de la escuela son, en mi opinión, los mejores, pues establece que el mismo sistema de clases que afecta a la sociedad se replica dentro del colegio: hay una jerarquía entre los estudiantes compleja, pues la posición depende tanto del origen como de la fuerza (un personaje de origen japonés se impone mediante fuerza bruta a la discriminación), pero sobre todo del poder adquisitivo, revelando fallas estructurales muy graves: Rosales, el estudiante más inteligente, es también el más pobre, y está condenado al trabajo infantil, sin poder profesionalizarse; y la reputación y estatus de los alumnos depende de la posición de los padres (Jimmy, quien debería gozar de una posición elevada por ser blanco y saber inglés, de acuerdo con la valoración arbitraria de sus compañeros, también es discriminado por que su madre tiene amantes, y le miente respecto a la identidad de su padre). La corrupción política es tan evidente que hasta los niños se dan cuenta de ella, y forma parte de sus discusiones diarias, pero esto también revela una contradicción que es sintomática incluso de nuestra época: dicen odiar la violencia, pero recurren a ella constantemente, y juegan a la guerra, exacerbando odios absurdos, como el que árabes y judíos de tercera o cuarta generación reaccionen a la guerra en medio oriente como si aún pertenecieran a esa región (en un pasaje Carlos confiesa que llora más con las películas que con la tragedia real, y su aparente empatía contrasta con sus propios prejuicios una vez que sube de clase social).


Cierro con la exploración de la infancia, que fue el motivo por el que seleccioné la lectura para esta semana: los niños de Las batallas en el desierto, pese a sólo tener ocho años, parecen más adolescentes: juegan a la guerra, descubren la sexualidad y tienen aspiraciones adultas, pero son incapaces de actuar sobre ellas porque siguen atrapados en la indefensión (tanto física como psicológica de la niñez). En algún momento, el narrador menciona de pasada que los niños de la guerra no tuvieron juguetes, y yo me pregunto ¿eso significa acaso que no tuvieron niñez? Carlos afirma que el pasado de su infancia fue un horror, y que no siente nostalgia por él, pero entonces ¿por qué narra? La novela es un libro profundamente nostálgico, pero lo que se añora no es lo que fue, sino lo que nunca se tuvo: una remembranza de una niñez que nunca existió.


  • Título original: Las batallas en el desierto

  • Autor: Jorge Emilio Pacheco

  • Año de publicación: 1981






Hasta el próximo encuentro...


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